Friend of the Devil ━shingeki...

By OurColors

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━━Me gusta jugar en la arena, construyendo futuros y destruyendo pasados, mientras mi amigo el demonio se... More

FRIEND OF THE DEVIL
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━━━PRÓLOGO
━━ARCO I:
1. Yo conozco ese rostro
2. Días de estrés
3. Motivos
4. Hoy no
5. Belladonna
6. A través de cartas
7. Por una cuchara.
8. Mal presentimiento
9. Rojo, verde y amarillo
10. Pisadas de gigante
11. La Titán Hembra
12. De cadáveres y pesares
13. Culpa.
14. Traiciones, regalos y segundas oportunidades
15. Confiar
16. Es un mundo cruel.
━━ARCO II
17. Preludio al desastre
18. Caminos solitarios
19. 12 horas antes
20. Verdades y respuestas
21. Malas decisiones = consecuencias
22. Antes de partir
23. Guerrero
24. La chica del cabello bonito
25. Dile al demonio
26. Titanes que sonríen
27. Granos de café
28. Máscaras que pretenden
29. Confort
30. Sincero contigo
━━ARCO III
31. Aferrados al pasado
32. Semillas sembradas
33. Reencuentros
34. Perspectivas
35. De conversaciones y saludos
36. Persecuciones
37. De verdades y carcajadas
38. Empezó con una persecusión
39. Experimentos para dos
40. Un encuentro, una advertencia
41. Cuando se pone el sol
42. Y aquí entraba él
43. Momentos
44. Caso perdido
46. Planeaciones y traiciones
47. Todo estará bien
48. Juicios finales
49. Enfrentamientos
50. Pérdidas
51. Ser quién eres
52. Amigo leal
53. Resplandores
54. Reunión = Ejecución
55. Coronas, reuniones y nostalgia
56. Cadenas y anomalías
57. Saltos en el tiempo
58. Últimos detalles
59. Tentar a la suerte
60. Un día antes
61. De despedidas y silencios
62. Polvo, escombros y sangre
━━ARCO IV
63. Félix Kaiser
64. Al despertar
65. Visitante
66. Juicio a un demonio
67. Propuestas indecentes
68. Veredictos
69. De pianos y bailes
70. Finas presentaciones
71. Arrepentimientos
72. Marley estaba en guerra
73. Rocas y sangre
74. A ti más que a nadie
75. De explosiones y ataques
76. Regreso
77. Sobre estar sumergido y ascender a la superficie
78. Secuelas
79. La verdad duele
80. Normalidad
81. Lugares de ensueño
82. Núcleos
83. Sobre aceptación y confesiones
84. Charlas de medianoche
85. Deseos y lo que necesites
86. Sobre avanzar y comprometerse
87. Un último trato
88. Tras los muros
━━━ARCO V

45. De roles y confianza

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CAPÍTULO CUARENTA Y CINCO
DE ROLES Y CONFIANZA
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La reja se cerró con un susurro.

—¡Sannes!

Hange lo observó abalanzarse contra el otro hombre, sus manos yendo directamente al cuello de Ralph. Sus cejas se alzaron un poco al escuchar la completa devastación en la voz de Sannes, la furia con la que sus manos sostenían el cuello del otro.

—¡Yo confiaba en ti!

—¡Sannes! —exclamó ella, inclinándose hacia el frente —. ¡Oi! Él no nos contó nada. Ni siquiera le preguntamos nada.

No quería sentir satisfacción. ¿Qué clase de persona sacaría placer de algo así? Y aún así, cuando alzó el pedazo de papel con las palabras que Ralph había leído en el, un pequeño destello le pasó por los ojos.

—Lo amenazamos con un cuchillo para que leyera lo que yo escribí.

Sannes tiró la cabeza hacia atrás y la observó con ojos rotos, lágrimas cayéndole de ellos. Esa satisfacción volvía a estar ahí.

Las manos de Sannes soltaron al otro hombre, quien cayó a la dura cama de sopetón mientras tosía lo que debía ser un pulmón entero. Sannes retrocedió un poco y después cayó de rodillas frente a su compañero, la cara vendada soltando un par más de lágrimas y humedeciendo los vendajes.

—¿Acaso… fui yo el que traicionó al rey?

Hange asintió secamente y se dio media vuelta, avanzando un par de pasos antes de ser llamada demonio. Subió un peldaño y se detuvo, retrocediendo hasta bajarlo una vez más. Moblit se apartó un poco.

—¿Hange-san?

—Bueno, no voy a negarlo —dijo, volteando un poco para verlos. Tomó sus gafas y las alzó hasta su frente, levantando un par de mechones con esa sola acción—. Pero Nick debió haber pensado lo mismo de ustedes.

Aún ardía; esa rabia por Nick, ese coraje que sintió cuando escuchó sobre la muerte del hombre, una que ella había causado sin saberlo muy bien. Sin comprender exactamente la crueldad tras el acto, tan solo sabiendo que Nick había muerto, que los responsables fingían ser los justos y que Hange había tomado parte de la culpa porque por supuesto.

Por supuesto que ocurriría. Nada en este cruel mundo los salvaría de ese destino.

—Ya dije que me compadecía de ustedes —dijo, dándose vuelta y volviendo tras sus pasos hasta llegar frente a las barras que la separaban de los otros dos oficiales, sujetándose de dos de ellas—. Es patético ver a unos viejos llorando.

Apretó los barrotes entre sus manos hasta que estas se tornaron blancas.

—¡Se lo merecen, idiotas! —exclamó con fuerza. Sannes y Ralph retrocedieron un poco, ambos mirándola como si fuera la primera vez que lo hacían—. ¡A ver si les gusta pasar el resto de su vida defecando en una celda! Así que, dicho eso, adiós.

Hange suspiró, de repente toda la energía yéndosele del cuerpo. Moblit estuvo ahí un segundo después, tocándole el hombro con tal suavidad que creyó fue parte de su imaginación.

—Va en orden —murmuró Sannes, deteniéndola en seco—. Este papel pasa de persona en persona. Cuando te retiras, alguien toma tu lugar. Con razón nunca desaparece.

Hange lo miró por encima de su hombro, viendo otra lágrima caerle por el rostro cuando Sannes alzó la mirada hacia ella.

Había algo como pena en su mirada, como si temiera genuinamente por ella, pero a su vez, había alivio. Él sabía que se había terminado, que sus vidas ya no eran ni suyas ni del rey; le pertenecían ahora al azar.

—Ánimo, Hange.

Las palabras casi no se registraron; las sintió tan lejanas a ella que no consiguieron entrar propiamente a su corazón. No la hirieron en ese momento.

Hange, con rigidez, dio un paso.

—Hange… —dijo Moblit, viéndola partir.

Subir las escaleras se sintió como otra tarea tan difícil como torturar personas. Le pesaban los pies y la frescura del lugar le hacía sudar en frío; no sabía qué hacer con ese sentimiento atascado en el pecho, con las ganas que sentía de darle a alguien un puñetazo.

Se sentía demasiado mal.

Tras cerrar la puerta a sus espaldas, Moblit quedándose abajo, vio la mesa a un costado suyo. Y bueno…

La pateó con tanta fuerza que incluso las sillas salieron volando.

La mesa se volcó y unas dos patas se le rompieron, una de las sillas partiéndose del asiento y otra, perdiendo otra pata. Hange patinó un poco sobre la roca fría hasta detenerse al frente de las otras escaleras, por las que descendía Levi.

Ambos se detuvieron y se observaron en silencio por unos segundos.

Sintió que le subía un sonrojo por el cuello mientras se enderezaba.

—Uh… Siento haberlo desordenado todo —murmuró mientras se colocaba correctamente las gafas—. Había una, uh, una cucaracha.

—Ya veo —le respondió el otro—. Tu golpe la habrá hecho pedazos.

Ella se aclaró la garganta y sacudió su mano en el aire como si de esa manera conseguiría deshacerse de esas absurdas palabras y esos aplastantes sentimientos. Eran como una nube; si soplaba lo suficiente probablemente se irían.

Ladeó un poco el rostro y de refilón miró a su compañero; algo tenía Levi en los hombros que le dolía si quiera reconocerlo. Además de ello, lo escueto de su rostro lograba que algo palpitara con suavidad.

En una de sus mejillas tenía una pequeña cicatriz en línea que pasaba por debajo de su ojo izquierdo, apenas y rozando el párpado inferior con una suavidad de broma.

El silencio dentro de la habitación la asfixiaba un poco; a pesar de que estaba fría, y de que la presión era muy poca, de que Sannes y Ralph se quedarían de por vida hundidos en una celda, la que fuese, era aquel silencio y no los gritos de un hombre torturado lo que la rompía.

—Así que… ¿Cómo te sientes?

Levi chasqueó la lengua.

—Como la mierda.

—Oh —respondió—. Que bien, entonces.

Levi suspiró y se dio vuelta para comenzar a ascender. Hange lo miró, dudosa por un segundo sobre si ir tras él sería una buena idea. En esos momentos, ambos comprendían, estaban atascados.

Lo ideal sería ir tras Historia y Eren apenas tuvieran la oportunidad. No había manera en la que dejaran ir eso pronto; no cuando ahora sabían quiénes eran los verdaderos monarcas de las muros.

Y Eren, con lo que les había dicho sobre las teorías de Félix.

Félix, también… Suspirando, comenzó a subir los peldaños uno a uno.

—¿Aún duele?

Levi alzó su mano e instintivamente se la llevó hacia el rostro, sus dedos tocando con delicadeza la cicatriz bajo su ojo.

—No —murmuró el otro—. Solo me da picazón.

Ella asintió con lentitud, tratando de encontrar las palabras correctas para decir; se sentía un poco tonta tras haber defendido a Félix cuando el otro había literalmente disparado en dirección a uno de sus amigos más cercanos. Erwin no le había dicho mucho más allá de la conversación con Nile, y si aquello era cierto, ¿por qué?

¿Por qué Félix?

—Quiso decirme algo —dijo Levi de pronto, deteniéndose a un par de pasos de peldaños del piso superior. Hange se detuvo tras él, arrugando sus cejas hacia su espalda.

—¿Uh?

—Félix. Quiso decirme algo cuando disparó.

La castaña asintió con lentitud.

—¿Por qué crees eso?

—Porque es bueno —dijo con voz escueta, pero frágil—. Con el arma, quiero decir. Una vez lo vi jugar dardos con esa chica que era amiga suya, la pelirroja.

Parpadeando con lentitud, Hange trató de recordar; ¿qué chica? ¿Qué amiga? ¿Sería acaso la que…?

—Daba al blanco la mayoría de veces —su mano se movió de mano y esta vez se posó encima de la cicatriz bajo el párpado—. De haber querido, podría haberme matado en ese instante. Pero no lo hizo.

—¿Crees que fuera a propósito?

—Si está con Kenny, sí. Definitivamente lo fue.

Hange se moría por preguntar. Estaba ahí en la punta de su lengua queriendo ser dicho, queriendo ser escuchado.

Levi le indicó con un gesto que se moviera, y ella terminó de subir al piso superior, ingresando a la habitación donde el resto de los chicos aguardaba; los cinco se enderezaron apenas los vieron entrar.

—¿Capitán?

Hange se deslizó por un costado del pequeñín mientras se acomodaba las gafas, los mechones que le caían por un costado del rostro pegándosele a la piel por el sudor que anteriormente le había caído por ella.

—Iremos tras ellos.

Fue lo que declaró con tanta seguridad que incluso ella sintió una ligera explosión de energía abriéndose en su pecho.

—¿Ir… Ir tras ellos?

—Pero… —empezó a decir Armin, mirándolos a ambos con cierto temor—. Pero, si vamos tras ellos… Ymir estará ahí.

—¿Y?

—Ymir se lanzó hacia nosotros apenas nos vio —apuntó Mikasa con demasiada facilidad—. Confío en Félix, pero no en ella.

Por un instante aquello la dejó desconcertada; pero bastaba con ver el rostro de Mikasa para entender. Estaba en las líneas de determinación que le enmarcaban las finas, delicadas facciones. También estaba ahí en sus ojos; en ese gris que parecía metal derretido fuertemente endurecido.

Había furia ahí, había coraje.

Había algo en ella que le hacía un poco de falta a varias de las personas en esa habitación.

Casi instintivamente miró hacia la puerta, a la sombra que se marcaba por la ranura debajo de esta.

—¿Crees que Ymir se convertirá en un problema?

—Bu-bueno… Cuando se fue con Reiner, tenía intenciones de llevarse a Historia con ella —dijo Connie atropelladamente, sus manos tallándose la cabeza con cada oración dicha—. Así que mientras que le dejemos en claro que también planeamos rescatarla a ella, supongo que podrá, uh, ¿ponerse de nuestra parte?

—Uh, sí… —asintió Sasha—. Pero yo digo que consideremos a Ymir como una, uh… Carta salvaje, sí.

—¿Y qué hay del amigo de Eren? —Jean lanzó una mirada de soslayo hacia Mikasa—. Sé que dijiste que confiabas en él, y es amigo de Eren, pero… Le disparó al capitán.

De reojo vio que la mandíbula de Levi se tensaba, el filo de esta marcándose con mucha más claridad.

Jean también debió haberlo notado, porque el chico se encogió en sí mismo y desvió la mirada con nerviosismo. Pero aquello parecía ser algo que el resto de ellos, salvo Mikasa, compartía; Hange también lo haría, también estaría nerviosa de no saber quién era Félix, qué era lo que Levi pensaba de la situación.

—Y, bueno, dijeron que el Comandante lo había mantenido vigilado, ¿no? Y si es parte de la Policía Militar…

—Pero él sabía cosas que decidió compartir con Eren —se apresuró a decir Armin cuando sus amigos se callaron. El chico rubio se había girado hacia los tres sentados contrario a él con un nuevo brillo en los ojos, más tenue que antes—. Si Mikasa dice que Eren y Historia están a salvo con él, entonces yo le creo, y si él sabe cosas que el gobierno real nos oculta, bueno… Vale la pena ir tras él, también.

—Sí, gracias Armin —Hange dio un paso al frente, aclarándose la garganta al hacerlo, todas las miradas puestas en ella—. Eso también es muy cierto. Independientemente de las circunstancias, Félix se ha vuelto ahora tan valioso como Eren y como Historia. Si la monarquía sabe sobre esto… Puede ser uno de los motivos por los que fue transferido.

Y ahora que lo pensaba bien… Aquello le daba más sentido a la situación, a la repentina manera en la que Félix los había dejado justo después de Stohess, de Utgard, de Reiner y Bertolt.

Tenía mucho sentido. ¿Cómo se estaría sintiendo Félix en esos momentos?

—Y si… ¿Y si Félix está realmente con ellos? —murmuró una voz distinta desde algún punto lejano dentro de la habitación. Hange no tuvo que mirar para saber de quién se trataba—. Allá en Trost… Parecía ser que en verdad cooperaba. ¿Y si él…?

Hange titubeó, compartiendo una breve mirada con Levi antes de que fuera él quien se girara hacia Eld.

Tenía la cabeza gacha, dudoso, y a pesar de que podían verse sus ojos, estos estaban cubiertos por una pequeña, muy tenue sombra que le pasaba por encima. Su equipo de maniobras había sido destrozado tras la caída y a pesar de no haber sido tan peligrosa como en un principio habían creído, sí fue suficiente para provocar una fractura en su muñeca.

Lo que significaba que estaba fuera del juego.

—Eld.

El rubio alzó la mirada, su mano sana apretada en un fuerte puño.

—Entonces rescatar a Eren y Historia continuará tomando prioridad —aclaró Levi—. Si Félix está realmente con ellos, entonces simplemente seguimos adelante con el plan. Alístense.

—Hai —dijeron todos al unísono.

Levi asintió y se giró para volver por las escaleras. Hange lo siguió un momento después, tratando de trazar un plan efectivo que les sirviera en caso de que las cosas se les salieran de las manos.

—Volveré para informarle a Erwin sobre los Reiss —dijo, ganando un asentimiento de parte de Levi—. Nos veremos en el lugar acordado en las tierras de los Reiss.

—¿Estás segura de que es el lugar?

—Sí, no creo que pueda ser otra excepto allí.

—Bien —Levi se apartó de ella y se recargó contra el muro junto a las escaleras, cruzándose de brazos. Moblit estaba de pie junto a la puerta que llevaba al sótano, y nada más escucharlos alzó la mirada—. En cuanto mi escuadrón esté listo, partiremos.

Hange solo podía esperar porque las cosas salieran bien.

━━━

—Buenas noches, Comandante Erwin.

Dicho hombre alzó la mirada, sonriendo mientras bajaba el libro que leía hasta colocarlo sobre la mesa.

—Petra, perdón por llamarte tan tarde.

—No hay problema —la vio encogerse de hombros, dando pasos dentro de la habitación con nerviosismo—. No estaba haciendo gran cosa. ¿Ocurre algo?

Petra era una mujer muy linda. Su cabello cobrizo refulgía con las llamas emitidas por la lámpara y sus ojos amielados se derretían en oro. Erwin le sonrió, tratando de suavizar las palabras que saldrían a continuación de su boca.

—Tu y Félix son amigos, ¿cierto?

Petra parpadeó con lentitud, y tal vez ella trató, pero no fue muy sutil la manera en la que se enderezó un poco al escucharlo. Algo en su rostro se había endurecido igualmente, aunque permanecía abierta a lo que fuera que él quisiera hablar.

—Sí, señor.

—¿Hubo alguna vez en la que te habló de una mujer llamada Frieda?

Esta vez Petra ni siquiera trató de ocultar la sorpresa en su rostro, cómo este se le deformaba un poco en vacilación.

Con cuidado, se adentró más en la habitación y echó un vistazo tras la ventana. Erwin también, no queriendo que algo como lo de la otra noche se repitiera; las cortinas estaban suavemente corridas hacia el centro, y a pesar de haber muy poca luz en el exterior, las nubes apenas visibles en el cielo parecían brillar con luz propia.

Petra se dejó caer con gentileza sobre la silla desocupada, derrotada.

—Me habló de ella cuando vino a verlo a usted, después de lo ocurrido con Reiner Braun —comenzó a decirle, y solo entonces pudo notar lo callado que se hallaba el mundo aquella noche. Petra tragó saliva con dureza, jugueteando con sus dedos sobre la superficie de la mesa—. Me pidió que no le dijera nada a nadie, Comandante.

Fue él quien tragó saliva esta vez, sintiendo que algo le presionaba el pecho y le impedía respirar.

—¿Por qué?

—…Se enteró recientemente de que había muerto —Erwin se irguió de golpe, confundido. Petra pareció entenderlo, porque asintió igualmente—. Lo sé. A mi también me pareció extraño, porque Frieda es… La chica Reiss, ¿cierto?

"La chica Reiss". Por alguna razón sintió que un escalofrío le recorría la espalda de hito a hito. Erwin asintió, arrancando un suspiro de Petra y entonces toda la fortaleza pareció haberse drenado de ella, porque con el suspiro se fue también su postura, y la mujer de inmediato se derrumbó contra el respaldo de la silla.

—¿Sabes cómo se conocieron?

Petra asintió, cansada.

—Cuando eran niños, cuando Frieda y su padre fueron a la casa de Damián Jovan —murmuró, mirando por encima de su hombro hacia la ventana—. Eran amigos de la infancia, y Félix estaba… Muy dolido por su pérdida.

Erwin la consideró en silencio, a sus palabras por igual. Había cosas que no encajaban, hechos ahí que le parecían una broma y le dejaban intranquilo. Petra se veía derrotada, sus hombros hundidos y quizás fuera el ángulo en la que le golpeaba la luz, pero le parecía que estaba al borde de las lágrimas.

—Él se veía tan… Mal, Comandante Erwin —admitió en un susurro, su voz quebrándose por un segundo—. Jamás lo había visto así. Jamás… Jamás lo había visto llorar.

Llorar. El mundo se abrió a sus pies y la negrura allí abajo casi se lo tragó.

Vio la mirada de Petra descender hacia algo sobre la mesa y la de él lo hizo por igual. Se dio cuenta entonces de que estaba arrugando la hoja del libro que leía, el borde de esta arrugada entre sus dedos.

Erwin la soltó como si hubiera sido quemado.

—¿Por qué me lo estás diciendo entonces? —murmuró—. Si Félix te pidió que no se lo dijeras a nadie…

—Porque usted sabe algo —le respondió, golpeando con sus puños la mesa—. Usted sabe algo sobre Frieda Reiss porque de no hacerlo, no habría preguntado por ella tan directamente.

A pesar de ello, Erwin sintió que una pequeña sonrisa le aparecía en el rostro. Su asentimiento desató en Petra una especie de fuego que solo se veía durante algunas expediciones. Con las pocas veces en las que Erwin la vio en acción, eran suficientes para darle una idea del tipo de mujer que era.

Petra tiró la cabeza hacia atrás en el respaldo y dejó escapar un largo, cansino resoplido con el que él simpatizaba. Erwin bajó la mirada hacia el libro y con su mano empezó a suavizar la hoja y quitarle las arrugas de encima, desdoblando una a una.

—Sé que Félix está metido en algo extraño, que usted desconfía de él —admitió Petra en voz baja, mirando el techo—. ¿Me permite decirle algo, Comandante?

Erwin alzó la mirada con lentitud, asintiendo cuando notó la seriedad en el rostro de la mujer incluso si era incapaz de verlo en su totalidad. Petra tomó aire a profundidad antes de volver a hablar.

—Adelante, Petra.

—Si involucra a Frieda Reiss… Félix tiene todo el derecho a actuar de la manera en la que lo hace —ella se enderezó en su asiento y fijó sus ojos sobre él con tanta resolución que le provocó algo de admiración—. La verdad no conozco mucho sobre lo que está ocurriendo, pero… Si yo perdiera a alguien que significó tanto para mí, también estaría tratando de volcar el mundo entero para conseguir algo de retribución.

—¿Eso crees que hace Félix? —arqueó una de sus cejas, genuinamente interesado—. ¿Que está haciendo lo que hace por… Ella?

—Todo mundo necesita una motivación, Comandante —le respondió ella con una pequeña sonrisa que tiraba en el borde de resignación—. Además, es Félix. ¿O ya olvidó aquella vez en la que levantó un arma contra el Comandante Nile por usted?

La sonrisa que hasta ese momento tenía en el rostro se le deshizo en un instante, al igual que la de ella.

Petra corrió la silla hacia atrás y se puso en pie, la camisa azul que usaba aquella noche meciéndose con el movimiento.

Erwin, suspirando, se puso en pie y cerró el libro Atlas con su mano restante, dando vuelta a la mesa para recoger el desorden que había desde ese lado. Petra sin embargo lo apartó con suavidad, procediendo ella en esa misma acción de librar la pequeña mesa de todo lo que tenía encima.

—¿Puedo preguntar qué es lo que hizo para ganarse su desconfianza, Comandante?

Presionó sus labios en una fina línea y se tragó el amargo sabor que sentía en la base de la lengua. Esa sensación de quedarse sin poder respirar volvía a aparecer con lentitud, y para volver a hablar tuvo que aclararse la garganta.

—Forma parte del escuadrón que secuestró a Eren y a Historia, además… Me pareció bastante oportuno el tiempo de transferencia. Creí que él…

—Que lo espiaba —determinó ella, corriendo Atlas a un costado—. Que él sabía algo que ustedes no.

—Eres muy perceptiva.

Petra sonrió.

—Claro que sí. Trabajé de cerca con el capitán Levi, era necesario más que la higiene perfecta para poder ser competente en su escuadrón.

Erwin asintió, sonriente, y se echó hacia atrás para darle espacio a la joven.

—No debería preocuparse mucho, entonces —dijo ella, y Erwin la miró con la pregunta escrita en su rostro—. Sobre Eren, quiero decir. Félix lo adora, y estoy segura de que no va a permitir que nada malo le ocurra.

Erwin se encontró asintiendo con seriedad, consciente de que lo que Petra decía era verdad.

—Aún les debo a ambos una disculpa.

Petra le miró.

—¿Uh? ¿Una disculpa?

—Sí —dijo él—. Por permitir que Hange experimentara con él durante los días antes a la expedición.

—Estoy segura de que Félix la apreciaría.

Una pequeña risa se le escapó de los pulmones en el momento exacto en el que alguien tocaba a la puerta. Erwin se enderezó y se volvió hacia ella, con el ceño levemente fruncido.

Petra se adelantó hasta ella y la abrió, corriéndose a un costado para descubrir a la persona tras esta.

—Lamento molestarlo tan tarde, Comandante Erwin, pero el Comandante Pixis está aquí.

Su ceño se profundizó un poco más.

—¿El Comandante Pixis?

—Sí. Quiere hablar con usted.

Erwin asintió lentamente, mirando a Petra de soslayo.

—Bien. Que pase.

El hombre asintió y se deslizó de enfrente de la puerta, sus pasos desvaneciéndose y unos segundos después mezclándose con otros que se acercaban. Erwin asintió con suavidad hacia petra y esta se irguió un poco cuando Pixis apareció en el umbral de su puerta, en ropas casuales y sin ninguna botellita a la vista.

—Lamento venir tan tarde, pero tenía algo que hacer.

Petra murmuró algo entre dientes y se deslizó fuera tan pronto como pudo, cerrando la puerta tras de sí. Ambos hombres aguardaron en silencio hasta que los pasos de la mujer se desvanecieron en un eco por igual.

—Leí tu carta y me formé varias ideas —empezó el mayor, dando suaves pasos hasta la silla anteriormente ocupada por su subordinada y tomando asiento en ella—. Por eso debo preguntar, ¿realmente vas a hacerlo?

Erwin se tomó su tiempo para formular una propia respuesta. Anduvo hasta la ventana a sus espaldas y echó vistazos en el exterior hacia ambos lados de esta antes de cerrar la cortina con firmeza.

—Así es —dijo, lento pero con seguridad—. Derrocaremos al gobierno para poder recuperar el Muro María.

Pixis suspiró con la misma pesadez que Petra había proyectado momentos antes, sus hombros cayendo. Era como volver a repetir la conversación con la mujer pelirroja, excepto que esta vez era muchísimo más serio que anteriormente.

Pixis se inclinó ligeramente al frente y se cubrió parcialmente el rostro con su mano.

—Sabía que llegaría este día en el que este estrecho mundo no pudiera contener a su gente —dijo el mayor de ellos con algo parecido a la pena en su voz—. Y, llegado el momento, sabía que debería tomar las armas contra el rey.

—Si mis deducciones son correctas, este plan no conllevará el uso de la fuerza —Pixis frunció un poco las cejas—. No debemos asesinar a más personas de las que ya lo hicimos.

—Oh, ¿en verdad existe un método así?

El rostro de Pixis se había iluminado con alivio, aunque Erwin no sabría decir si era genuino o no.

—Lo es, pero me falta la pieza clave para saber si es posible.

La breve tensión en la habitación se disipó un poco, aunque no lo suficiente para sacarse esa sensación del pecho; aún sentía que le faltaba el aire, que alguien le aplastaba los pulmones.

—Si me equivocara, todos pasaríamos por la horca.

El rostro de Pixis hizo algo y una pequeña sonrisa le nació en el, algo de diversión bailando en sus cansados ojos.

—Ah vaya, así que es otra apuesta arriesgada.

—Bueno, una vez le dije a un viejo amigo que es lo único en lo que soy bueno —él, también, sonrió—. Mi padre solía ser profesor, ¿sabe?

Pixis hizo un sonido y Erwin se reclinó contra el respaldo de su asiento, queriendo ver lo que se escondía tras las cortinas cerradas. ¿Habría salido ya la luna? ¿Tal vez estaría por llover, o sería otra noche despejada?

—Un día, pregunté algo que no debí haber mencionado jamás.

Y de su boca comenzaron a resbalar palabras e historias, recuerdos que habían conseguido entumecerse con el pasar de los años. Erwin aún podía recordar ese día tan vívidamente que había veces en las que le parecía que volvía atrás en el tiempo solo para revivir el momento una tras otra tras otra vez, y el fantasma de un pinchazo en su pecho solo agregó más a la sensación de asfixia con la que parecía convivir tan seguido esos últimos días.

Para cuando terminó, hubo otro toquido en su puerta y esta se abrió para darle paso a Hange, Moblit pisando sus talones.

Erwin le agradecía en lo profundo de su alma que hubiera aparecido en ese momento exacto. De haber continuado hablando, quizás incluso en silencio, no habría sabido qué hacer con lo súbito de los recuerdos, con los sentimientos que traían de vuelta.

—Con permiso, Erwin.

Él inclinó la cabeza hacia ella, atreviéndose a sonreírle. Hange avanzó con largas zancadas hacia donde se hallaba y le susurró al oído lo que habían escuchado del sujeto de la Policía Militar.

Una ola de alivio repentino le corrió por todo el cuerpo, sus hombros consiguiendo vaciarse de un peso menos.

El que presionaba contra su pecho solo aumentó.

—Como pensaba —murmuró, volviéndose hacia Pixis, quien aguardaba en el otro extremo de la conversación—. Parece que he ganado la apuesta, comandante. Un soldado de la Policía Interior habló.

Los engranajes comenzaban a moverse y había cosas cayendo en sus lugares.

Erwin no sabía si aquello era bueno o malo.

—La actual familia real no es la auténtica —su voz era firme, fuerte, llena de convicción—. La verdadera familia real son los Reiss.

La expresión de Pixis cambió por completo, y algo en su estómago se revolvió.

Frieda. Frieda. Frieda.

Era un mantra que se repetía constantemente en su cabeza, uno que no le dejaba en paz ni siquiera en esos momentos. Tenía un nudo en la garganta a pesar de que no habría lágrimas incluso si lo quisiera; no habría lágrimas porque no había nada a que llorar, pero sí a lo que arrepentirse.

—Levi trabaja para recuperar a Eren y a Historia, la hija de lord Reiss —tuvo que forzar las palabras fuera porque de repente hablar también era difícil—. Y cuando eso ocurra, derrocaremos al gobierno y pondremos a la genuina heredera en el trono.

Moblit y Hange jadearon, sorprendidos. Podía sentir los ojos de su amiga hacerle agujeros en un costado del rostro.

Pixis asintió con lentitud, inclinando la cabeza mientras se acariciaba el bigote.

—Ya veo, así que le daremos la corona del rey falso a la verdadera reina.

—Y lo haremos sin derramar ni una gota de sangre.

Esperaba él, porque por su parte aquel era el plan.

—Le revelaremos al pueblo que el gobierno, y por tanto su sistema, son en realidad una farsa.

Pixis se puso en pie y recorrió el espacio junto a las dos sillas con parsimonia, sus pies llevándolo hasta detenerse a unos metros de donde estaba él sentado.

—De acuerdo. Me uno al plan.

Otro peso menos, otro poco más de presión.

Cuando lleves acabo esta apuesta, pregúntate a quien podrías salvar en caso de salir victorioso, y a quién estarías condenando si llegas a fallar.

Pixis se giró hacia ellos.

—No obstante, no somos nosotros los que decidiremos si efectuarlo o no —continuó diciendo el hombre con severidad—. Eres consciente de ello, ¿verdad Erwin?

—Por supuesto, comandante.

La voz de Nile apareció de nuevo en esos momentos, cuando Pixis se despedía de ellos dispuesto a partir. Erwin lo vio desaparecer tras la puerta.

Tomas decisiones, apuestas, arriesgas, sacrificas. Y te atienes a las consecuencias.

Y en esto no estaba poniendo en juego las vidas de sus subordinados, de los que decidieran unirse a él; también estaba en línea la de Félix, quien yacía del otro lado, opuesto al que Erwin pisaba.

No era solo la suya pero la de Félix, porque Félix podría haberlo sabido y podría haber sido llamado por Damián Jovan gracias a ello.

Era la suya y la de Félix, ¿no era aquello una verdadera injusticia?

Se tragó el nudo en la garganta y se levantó para entregarle un libro a Hange, quien lo tomó con algo de duda.

—¿Investigabas a los Reiss?

—Así es, y encontré ahí un incidente que me resultó interesante.

Hange tomó el libro entre sus manos y después de mirar dudosamente en su dirección, lo hojeó hasta llegar a la página marcada anteriormente por él.

Le latía el corazón contra los oídos cuando la puerta se abrió estrepitosamente y uno de sus hombres entró a la habitación sin aliento.

—¡Comandante Erwin, la Policía Interior demanda que se entregue de inmediato!

Ahí, casi se le detuvo.

Hange exclamó algo que podría haber sido una grosería aún sosteniendo el libro con fuerza, mirando incrédula al hombre que pasaba las noticias. Incluso Moblit parecía desconcertado.

—¿Qué se entregue? ¿Bajo qué motivos?

—Dicen que se le acusa de la organización de un asesinato en plena calle.

Hange se sobresaltó, el libro tambaleando aún abierto, y solo Moblit consiguió salvarlo de caerse cuando se apresuró en sostener las de Hange con sus propias manos.

Erwin asintió, suspirando, porque sabía que esto se venía. Que esto ocurriría.

—Parece ser que no esperarán de brazos cruzados —dijo más para sí mismo que para los que se hallaban con él—. Hange, será mejor que te alejes de aquí cuanto antes.

—¡¿Hah?! ¿Y tu qué rayos planeas hacer?

La gabardina con las Alas de la Libertad lucía pesada, pero una vez se la colocó se dio cuenta de que esta, por lo menos, aminoraba un poco la presión en su pecho.

Hange lo miraba con incredulidad, como si se hubiera vuelto loco. Como si Erwin tuviera otra opción que no fuera entregarse.

—Seré el rostro de la Legión de Reconocimiento.

—Pero, Erwin-

—Actúa como mejor lo veas —dijo, girándose hacia ella. Pensó en obsequiarle una sonrisa, pero en esos momentos no podría si quiera intentarlo—. Tu serás la próxima comandante de la Legión de Reconocimiento, Hange Zoe.

Hange se quedó de piedra, y Moblit junto a ella, se giró deprisa a ver la reacción de su capitana con el asomo de una sonrisa curveándole la boca.

—La dejó en tus manos.

Al salir de la habitación, rogó porque no fuera Félix quien fuera enviado a escoltarlo, a arrestarlo.

Aquello sería una crueldad más en un mundo ya muy estropeado.

━━━

¿Cuánto tiempo había sido desde la última vez en la que vio a Erwin?

Ese agujero que ya llevaba tiempo abriéndose en su pecho creció.

Erwin se veía sin una pizca de miedo; por supuesto que el hombre sabía lo que estaba ocurriendo, lo que en realidad ocurría. Erwin no era estúpido y Félix maldecía a ese hombre por ser atractivo e inteligente y capaz, todo al mismo tiempo.

—¿Félix?

El azabache se volvió hacia Caven, que le observaba con el estoico rostro atentamente, sus ojos de diamante brillando gracias a la luz del sol.

—Dime.

—Tu novio sí que es atrevido.

Kenny chasqueó la lengua.

—¡Ca-caven! —tartamudeó él, con las palabras atoradas en la garganta. Sentía el rostro caliente y él sabía con un certeza en las entrañas que estaba tan rojo como un tomate—. Caven, por favor no digas eso.

—Oi, cierren la boca.

Una apenas visible sonrisa le curveó la boca a Caven cuando lo dejó atrás para acercarse al borde de la baranda para mirar hacia el espectáculo llevándose en la calle. Félix tragó saliva, dando un par de pasos hacia atrás porque la verdad es que sentía las manos un poco sudadas y le temblaban las muñecas.

Dentro del cuartel el resto de la Legión estaba siendo arrestada. Félix trató de echar un vistazo en aquella dirección, queriendo ahogar los sonidos de la multitud mientras Erwin era humillado frente a todos ellos.

Tuvo que morderse la lengua para no gritarles a todos esos idiotas que el culpable ahí era el idiota de su capitán.

Sus ojos revolotearon hacia Kenny por un segundo; la tensa línea de sus hombros seguía ahí desde la noche pasada, remarcada aún más porque Félix se había rehusado a hablarle durante toda la noche que pasaran el uno al lado del otro. Caven ni siquiera se había molestado en tratar de hacerlos hablar; Ymir era un asunto completamente diferente, claro, pero Ymir no entendería jamás esa peculiar situación con ellos dos.

Por el rabillo del ojo vio algo pasar a prisa y su cabeza giró en aquella dirección; un callejón conjunto al cuartel que él y Ymir habían usado para escapar del Garrison en su última visita juntos a Trost.

Su mirada se agrandó un poco cuando se encontró con Hange, aún más cuando la loca mujer alzó la vista y clavó sus ojos en él; los de ella se agrandaron también y una repentina bola de nervios comenzó a nacerle en el estómago.

Mierda. Mierda. Mierda.

Kenny estaba muy entretenido como para haberlo notado, y Caven igual. Estaban hablando entre ellos pero le era imposible escuchar por la repentina presión de su sangre subiendo y subiendo y subiendo y haciendo eco en sus oídos.

Hange seguía ahí cuando volvió a mirar, sus ojos marrones esperando por algo, se dio cuenta.

Esperando por él.

Su respiración se aceleró un poco. Muy poco, pero no importaba realmente, no cuando todo lo que parecía sonar en su interior era el hueco retumbar de los latidos de su corazón golpeando fuertemente su tórax. 

Sentía que estaba por darle un ataque; lo suficientemente desastroso como para lograr enviarlo a la tumba si se lo proponía. ¿Qué se suponía que debía hacer? Si llamaba la atención de Kenny, entonces el hombre sin duda se le iría encima a Hange y a quien sea que fuera con ella. 

Moblit, dijo una parte suya. Es Moblit, por supuesto que es Moblit, y Moblit se quedaría atrás para asegurarse de que Hange fuera libre, y Kenny no dudaría en-

Tomó aire profundamente, mirando de reojo a dónde su capitán y la segunda al mando se hallaban. 

Con lentitud, Félix tildó la cabeza y le hizo una seña con su mano, moviéndola apenas unos pocos centímetros. Vete, le decía, y con ese movimiento de su cabeza le indicaba que siguiera adelante; le latía el corazón mil por hora.

Hange sonrió esa sonrisa llena de hambre que él conocía tan bien y desapareció unos pocos segundos después.

Félix apenas alcanzó a volverse al frente cuando se topó de golpe con Caven, con los ojos entrecerrados en rejillas por el que apenas y pasaba el color. Sintió que el cuerpo se le entumecía; Kenny había comenzado a dejarlos atrás, pero bastaría una palabra de la mujer para hacerlo dar media vuelta y darle caza a Hange.

Oh Dios no. No por favor. No no no.

Si Kenny iba tras ella no habría manera de que Hange huyera de él. No sería posible, simplemente no. 

Kenny era un Ackerman, y era fuerte y rápido y estaba loco, y Hange, aunque no dudaba de ella, definitivamente no la veía yendo de frente contra Kenny.

O llegaba y conseguía unos pocos segundos, o Caven la interceptaba antes y se lo evitaba.

Félix alzó el mentón un poco, aunque era difícil hacer contacto visual con la mujer.

La mirada de Caven se movió de él hacia el callejón que apenas se alcanzaba a ver por encima del bajo muro; se le congeló la sangre. ¿Acaso iba a-? No. No podía. Si lo hacía, si Caven decía algo-

—Vamos, Félix.

Tenía miedo de dar si quiera un paso. Le temblaban las rodillas.

Caven ladeó el rostro, indiferente, y se giró hacia Kenny para seguirlo.

—¿Qué hay de Levi? —preguntó ella, tirando una mirada en su dirección. Félix se obligó a dar un paso y después otro—. No está aquí.

—Ya aparecerá —murmuró Kenny en respuesta, alejándose de ellos sin siquiera tomarse la molestia de aguardar.

Félix, quieto en su lugar, observó la espalda del hombre alejarse de ellos porque Caven seguía ahí, de pie junto a él a la espera de algo.

Cuando se giró hacia él, algo en sus ojos ya no brillaba tal como antes.

—No diré nada, si es lo que te preocupa —fue lo que dijo, efectivamente tomándolo con la guardia baja—. Vámonos, tenemos cosas que hacer.

Uno, dos, tres pasos. Y comenzó a seguirla en silencio, arrastrando los pies por el suelo mientras andaba tras ella como un patito con su madre.

—¡¿-que merecía que lo asesinaran?!

Sus pasos se detuvieron con lentitud, y su cabeza viró en la dirección donde la calle se abría y el cuerpo de Reeves aún descansaba. La mujer arrodillada a su lado lucía devastada, y las lágrimas que le corrían por el rostro solo aumentaban porque Erwin había tenido la audacia de acercarse al cuerpo de su marido.

Félix se acercó hacia el borde, con el ceño levemente fruncido, entumecido por todo el cuerpo.

—Sin embargo, ahora que Trost está en una situación crítica se quedó en el distrito e hizo todo lo posible para apoyar a los desamparados y recuperarse.

Las palabras de Erwin chorreaban sinceridad.

Sus puños se apretaron a cada costado de su cuerpo cuando recordó que habían sido ellos quienes pusieron al Comandante en esa situación.

Comprendía que no era ese el momento de ponerse a pensar en ello pero, ¿sería en verdad su sangre de esclavo la que lo obligaba a preocuparse por Erwin?

Quería hablar con él. Ansiaba poder sentarse en la silla frente a su escritorio, en el cuartel de la Legión, rodeados de familiaridad y confort, comodidad, calidez.

—Pero alguien puso fin a sus aspiraciones —Erwin colocó su mano sobre el pecho del cadáver, su voz oyéndose incluso desde aquella distancia—. Juro que lo vengaré.

El rumor de voces que se alzó tras aquella declaración le dificultó escuchar lo que la viuda decía, o si tan si quiera había tenido ganas de responder.

—Hah… Quién lo diría —dijo alguien a su lado, el aroma distintivo de Kenny siendo lo primero que reconoció—. El hombre sí que es atrevido.

Félix se giró hacia él con lentitud, a pesar de que el hombre miraba hacia abajo, a donde Erwin se movía con la cabeza en alto hacia el carruaje que aguardaba por él. Los hombres de la Policía Militar lo miraban con veneno, con náuseas; al igual que ellos tres, también comprendían la veracidad en sus palabras.

Erwin iba a hacerlo. Todo lo que prometía tendía a cumplirlo de alguna u otra manera.

—Lo va a lograr —respondió él de vuelta, viéndolo entrar al carruaje sin problema alguno—. Lo sabes tan bien como yo.

A su lado, Kenny se reclinó hacia atrás y se cruzó de brazos, su cabeza tildada hacia arriba. El sombrero le cayó hacia atrás pero no se desplomó al suelo, sujeto de la cabeza del Ackerman por pura fuerza de voluntad.

La multitud comenzaba a dispersarse con lentitud, dejando a la viuda llorando un mar de lágrimas tan saladas como el océano. Félix la miró de reojo.

Aquello había sido suyo. De ellos.

De Kenny de Caven de Félix.

—¿En verdad crees que lo haga?

Félix parpadeó, mirando al Ackerman con sus ojos entrecerrados. En el rostro de Kenny se reflejaba algo distinto; algo que no encajaba muy bien en él, porque Kenny estaba loco y ansiaba poder, y algo en sus entrañas le decía que por más que hubiera conocido al hombre en otra vida, en esta no.

En esta, no lo suficiente como para decir con certeza que sería al revés y Kenny comenzaría a seguir sus órdenes.

Pero en la pólvora de sus ojos había cambiado algo; no brillaban como los de Caven pero sostenían en ellos una abertura que bien podría ser lo que necesitaba. Lo que ambos necesitaban.

—Escucha, Erwin es inteligente. Su cerebro es tan grande como sus bíceps —Kenny hizo una mueca y detrás de él, las comisuras de Caven tiraron suavemente hacia arriba—. Sabe qué está ocurriendo en verdad y es por eso que se fue voluntariamente. Sabe dónde está Levi y probablemente sepa ya quién es Rod Reiss en realidad, de eso no hay duda. Sería un error tratar de ir en contra de ellos cuando él está a la cabeza de toda esta operación.

—Fue arrestado —agregó Caven desde su puesto, acercándose a ellos con el ceño levemente fruncido—. ¿Cómo podría estar a la cabeza de esto en dado caso?

—Porque así es él —el azabache se encogió de hombros, no queriendo mirar hacia la calle por la que se iba el carruaje—. ¿Por qué crees que perdió un brazo? ¿Por diversión?

Kenny rio entre dientes y por fin se volvió hacia él, por fin se dignó a mirarlo.

Algo en el pecho de Félix ardió con suavidad cuando el gris en esos ojos le miraron con algo que se asemejaba al orgullo, a la diversión sí también, pero al entendimiento.

—Está dispuesto a morir por esto, ¿uh? —dijo el Ackerman, mirando por encima del hombro de Félix hacia el carruaje que se alejaba—. Nada mal tu hombre, Félix, nada mal.

Félix sacudió la cabeza para evitar otro sonrojo; no iba a darle el placer, a ninguno de los dos.

—¿Qué hacemos, entonces? —preguntó Caven, dirigiéndose a su capitán—. Si Erwin Smith gana esto y cumple con esa promesa, ¿qué haremos?

Kenny se encogió de hombros, tomando su sombrero del borde y empujándolo con suavidad hacia abajo. Su mirada escaneó sus alrededores y Félix casi que temió que mirara en la dirección por la que Hange había desaparecido.

Kenny era como un sabueso a veces, y no estaba seguro de que no la olfatearía.

—Pongamos de prioridad a Historia y al chico titán por ahora —su mirada pasó a él, deslizándose sutilmente al temblor en sus manos—. Pero en cuanto podamos, hay que deshacernos de Rod Reiss enseguida.

Félix parpadeó.

—¿Q-qué? —tartamudeó, confuso, mirando de la rubia al castaño—. De… De Rod Reiss, ¿por qué?

Kenny se encogió de hombros.

—Porque es un imbécil, lo odio y amenazó a tu madre —le dijo el otro con simpleza, haciendo un gesto con su mano hacia él, hacia todo él—. Además, si Erwin Smith va a ganar, nos conviene más estar de su parte, ¿no?

Se le ocurrió de repente que Kenny estaba confiando en él.

Que lo que decía, lo que sugería, Kenny lo estaba escuchando.

Casi con desesperación buscó algo en la mirada del otro que le dijera que estaba equivocado, que solo jugaba con él para después tenderlo a pies de su tío listo para degollarlo. Pero en los ojos color del metal no había nada salvo una extraña seguridad y confort en ellos que nunca antes le había visto.

La garganta se le secó; Kenny confiaba en él.

Lo hizo desde aquella vez en la que capturó a Ymir y dejó que fuera él quien hiciera las preguntas a la chica. Lo hizo aquella en la que se apartó de su lado en aquella misión hacia Klorva; para que lo acompañara a Trost a asesinar a un hombre que serviría como trampa para el hombre al que admiraba.

Félix no era nadie para él; solo era el hijo del hombre al que había jurado servir.

Y Kenny estaba ahí, confiando en él y escuchándolo y haciéndolo partícipe y también cómplice y compinche y-

Una parte suya gritó familia, otra exclamó aceptación.

La oscura, insegura, odiosa parte de él le dijo que aquello era solo otra estrategia, otro juego de los que a él le gustaban jugar.

Kenny debió haber visto el disturbio en sus ojos, porque el Ackerman sonrió esa viciosa, terrorífica sonrisa de asesino serial que parecía pertenecerle a él únicamente, y los pasos que se acercó a él fueron suficientes para poder pasarle un brazo por encima de los hombros, tirando de él con suavidad para hacerlo caminar.

—Anda, chico —le dijo, haciendo un gesto a Caven para que los siguiera—. Tenemos que ir a reunirnos con tu deslumbrante comandante y mi molesto sobrino. Suena divertido ¿eh?

Una extraña, muy quebradiza carcajada se le escapó de entre los labios.

—Hah, seguro.

(En alguna otra vida, en la primera de ellas, Kenny hizo lo mismo cuando el vapor se disipó y todo lo que quedaba de su padre eran recuerdos.

—Anda, tenemos cosas que hacer.

Y Félix se había aferrado a él. Porque Kenny era un idiota y era a su vez su mejor amigo, el tío que Rod no era y el padre que muchas veces le faltaba.

Félix se aferró a él y Kenny lo dejó.)


Okay!! Creo que ya se porque me cuesta actualizar estos últimos días jdkdkskd porque me da miedo quedarme sin caps lmao 

Anyways estaba pensando hace unos pocos días gracias a un comentario sobre cómo funcionaban los ciclos y me dije a mi misma "puedes hacerlo lel" así que idk si ustedes preguntas?? Pueden hacerlas ig podría hacer algo así como un q&a qué creo no estaría nada mal

No diría spoilers a menos que quisieran idk pero ta, que si quieren dejen preguntas y bueno ya las responderé yo en un apartado o algo así 

FUN FACT DEL DÍA: Lo mencioné en un comentario y esto es algo que diré por aquí bc ni idea si llegara a ser mencionado en la historia pero los Ciclos parten de uno solo y después se desligan con lentitud de ese. Algunos permanecen intactos, otros son en estado "criogénico" por decirlo de alguna manera, y los que tienen a sobreponerse uno encima del otro desaparecen.

Muy pocos de ellos terminan en, debo admitirlo, finales felices. Algunos otros son eliminados incluso antes de empezar propiamente.

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