Esto no es un cliché, ¿o sí?

By allierngll

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Luego de que su crush la golpeara por accidente sus vidas se mezclarán irremediablemente y ella descubrirá qu... More

Prólogo
1. La víctima
2. El castigo
3. El beso
4. La fiesta
5. El cretino
6. La salida
7. El deseo
8. El diario
9. La pregunta
10. El acercamiento
11. La excepción
12. El rumor
13. El partido
14. La plática
15. El plan
16. El paseo
17. La cosa
18. La revelación
19. El tiempo
20. La reconciliación
21. El viaje
22. El lago
23. La fogata
24. El mensaje
25. El cuidado
26. El espacio
27. La esperanza
28. La familia
29. La despedida
30. El despertar
Epílogo
Nota Final
2. Extra
3. Extra

1. Extra

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By allierngll

1. Extra

Un golpe de suerte

Alex

Nunca me había hipnotizado una risa pero, de alguna forma, la suya lo había logrado. Me permití admirarla desde mi asiento, estaba con mis amigos desayunando en la cafetería, ella estaba riéndose de algo que le estaba diciendo su mejor amigo. Se preguntaran cómo es que sé algo así, y no me avergüenza decir que, esta no es la primera vez que la observó desde la distancia. Es uno de mis pasatiempos favoritos cuando estoy en la escuela.

Me quedé embobado al ver como su pequeña nariz se arrugaba y sus ojos se hacían pequeños. ¿Qué podría estarle contando que le causará tanta gracia? Sentí una pequeña opresión en mi pecho y, por un momento, deseé ser yo quien la hiciera reír de esa forma. Sentí celos.

—Te atrapé —anunció Caleb.

Rasqué una de mis cejas.

—No sé de qué estás hablando —bajé la mirada a mi bandeja de comida intacta. Se supone que debería estar comiendo, sin embargo, cierta castaña tenía toda mi atención, igual que siempre. No pensaba admitirlo.

—¿Volveremos a eso de la negación?

Agarré una papa frita y me la llevé a la boca.

—Ya deberías darte por vencido, sabes que no te diré absolutamente nada —dije con indiferencia.

Caleb se recargó en la mesa, y me estudio en silencio.

—¿Te da miedo que vaya de soplón con ella?

—¿Ella?

—Sí, esa chica castaña de cabello corto y ojos azules, la que tiene pinta de chica mala. ¿Es mejor amiga de Leonardo, no? Si tanto te gusta, ¿por qué no le pides que te ayude con ella? Estoy seguro que no se negaría, eres el capitán del equipo de baloncesto, después de todo.

—Su nombre es Mackenzie, ¿y eso qué tiene que ver?

—Que tienes cierto poder sobre él —añadió.

Tenía que estar bromeando.

—No tengo poder sobre nadie, y eso sería muy abusivo de mi parte. Además, no necesito la ayuda de nadie en nada.

Caleb resopló.

—Solo era una sugerencia.

Me colgué la mochila al hombro.

—Pues nadie te la pidió —me levanté, y empujé la charola para dar a entender que el apetito se me había esfumado.

Mis compañeros de equipo no tardaron en arrasar con los restos de comida que había en ella. Me encaminé hacia las puertas de la cafetería, y antes de salir, la observé por el rabillo del ojo. Tal vez no debí ser un idiota, Caleb solo buscaba ayudarme, es solo que no quería hacer eso.

Nunca había utilizado mi puesto para un beneficio propio fuera de la cancha, y esta vez tampoco sería la excepción.

Sé que podría escucharse demasiado cliché para mi gusto, sin embargo, ella era una de las chicas que no se había tirado a mis brazos. No lo entendía, siempre iba a los entrenamientos, y la había atrapado viéndome. ¿Es que solo había sido por accidente? Lo dudaba, no lo hubiese hecho cada que tuviese la oportunidad. Entonces, ¿qué la frenaba para hablarme? En más de una ocasión llegué a pensar que tenía algo con Leo y eso era lo que la frenaba.

Aunque eso quedó descartado cuando miraba flirtear a Leo con las porristas en la cancha y en los largos pasillos.

No me consideraba un chico tímido, ya que por lo regular me resultaba fácil entablar una conversación con alguna chica. Me llegué a cuestiones sobre si era causa de su apariencia y, es que aunque no lo pareciera, esa pinta de chica mala me ponía muchísimo. Vamos, Alex. Tenía que controlarme y no pensar de esa forma de Mackenzie.

Me era imposible.

Tenía unos ojos de ensueño, la inocencia se miraba reflejada en ese par de orbes azules. De tamaño era pequeña y delgada. Me tenía cacheteando banquetas.

¿Desde cuándo tenía esos gustos?

—Alex.

Miré por encima de mi hombro.

Era Kelsey.

—Hey —saludé.

—¿Vamos juntos a clase?

Me encogí de hombros.

—Claro.

Kelsey enganchó su brazo al mío, y nos encaminamos juntos a la clase de química que era la siguiente del día.

Al llegar se sentó a mi lado, y dejé caer mi mochila.

—¿Todo bien? Es que te hemos notado algo pensativo estos últimos días y nos tienes algo preocupados.

Volqué los ojos.

—¿Caleb te mandó?

—No, por supuesto que no.

—No es nada —respondí a su pregunta.

—Ajá —sonrió.

La observé con repentino interés.

—¿Y qué demonios significa esa sonrisa?

—Depende del significado que quieras darle, en lo personal, yo diría que significa que a mí amigo le gusta alguien y que eso lo tiene mal. ¿Tú qué piensas?

Desvíe mi mirada hacia otro lado.

—Yo pienso que les gusta joderme —dije simplemente.

—Vamos, Alex —me animó—. No entiendo porqué te pones de ese modo, nada te cuesta aceptarlo, sabes que te apoyaremos si decides intentar algo con ella, ¿cierto?

—Lo sé.

—Entonces, ¿cuál es el problema?

Mordí el interior de mi mejilla.

No es que no les tuviese confianza, era solo que no quería que lo arruinaran o fuesen muy obvios. Solo faltaba que la espantaran con sus comentarios y no quisiese saber de mí.

Solté un suspiro.

—No sé cómo acercarme, no tengo la menor idea de qué decirle, ¿se supone que le hable de alguna banda? Yo ni si quiera conozco la mitad de los logos que suelen tener sus camisetas. Estoy seguro que le pareceré un perdedor salido de las cavernas y que no sabe nada de cultura.

Kelsey soltó una risotada.

—¿Seguro que eres Alex?

—Que graciosa —le clavé una mirada reprobatoria.

—Es que no te entiendo, ¿desde cuándo eres tan inseguro cuando se trata de una chica? Sabes que puedes hablar sobre cualquier cosa y, si ella es lista, se dará cuenta de que eres un gran chico. Nada pierdes con intentarlo.

—Ajá, ¿y qué tema sacaré? No puedo llegar de la nada y hablarle sobre algo. Imagínate que le hablé sobre carne y ella resulta ser vegetariana, que gran cagada de mi parte.

Ella se volvió a reír.

—Maldita sea, en verdad te gusta —se burló.

Me llevé las manos al rostro frustrado.

—Eso creo.

—Solo tú piensas en esas cosas, no entiendo cómo lo has logrado hasta ahora —se limpió una lagrima imaginaria.

—Tampoco es que sea un conquistador experto.

—No, pero sabes manejarte con las chicas.

—Ni que fuesen autos —solté irritado.

Esta plática comenzaba a incomodarme, ¿es que acaso no entendían mi posición? ¿Tan fácil les resultaba?

—No seas un gruñón —hizo un puchero.

—Ella es diferente, ¿bien? No puedo simplemente hacer lo mismo que con las demás, estoy seguro que no funcionaría. Y sin mencionar que no quiero que tenga una primera mala impresión de mí. En verdad me gusta.

—¿Y qué tal si no es como piensas? —se recargó en su mano, y me observó con tristeza.

—¿A qué te refieres?

—No quiero que te lleves una decepción cuando veas que ella no es como creías que era. Y que lo único que tenga de especial sea que no ha intentando tener nada contigo.

Eso me hizo estrechar mis cejas.

—No te confundas, Kelsey —dije con algo de molestia en mi voz, e intenté controlarme—. A una chica eso no la hace especial, estoy seguro que ella puede serlo, aún si yo le gustase. Una atracción no te dice nada acerca de una persona. Estoy seguro que tiene mucho que aportar, mil cosas que la hacen especial. No dejaré que ninguno de ustedes hable mal de ella, ¿te quedó claro?

Ella alzó las manos en rendición.

—Yo solo decía.

Frustrado dejé caer mi cabeza hacia atrás.

—Solo olvídalo —pedí.

(...)

Al día siguiente me levanté algo desvelado, había pasado más de media noche pensando en excusas. Me llegué a imaginar mil formas de acercarme, pensé en pedirle algún apunte, sin embargo, después recordé que íbamos en diferentes salones y teníamos diferentes profesores. También pensé en chocar con ella, así como había visto en algunas películas de romance. Sí, los chicos también solemos mirarlas y eso no nos hace menos masculinos.

Me bajé del auto para encontrarme con mis amigos.

Mientras caminaba y repasaba en mi cabeza cuál de todas las ideas podía llevar acabo. Me quedé de piedra cuando la vi pasar a toda prisa con Leo, al parecer estaban discutiendo sobre algo, no tenía que ser un genio para saber cuál era la razón de su discusión. Mis ojos se abrieron al ver el color de su cabello, se lo había pintado.

Era rosa.

Alcancé a escuchar algo al respecto pero mi atención estaba más en lo bien que le quedaba. Joder, tuve que tragar grueso. Llevaba puestos unos pantalones cuadrículados, botas estilo militar y su chaqueta de piel negra, que apostaba era su prenda favorita. No había día que no la llevara a la escuela. Sí, deberían arrestarme por ser un acosador de primera y fijarme en todo lo que tiene que ver con ella. Tal vez si era un perdedor como solía decirme mi mejor amigo Caleb. Negué con la cabeza, e intenté sacarme a esa chica de cabello rosa de la mente y buscar a mis amigos para ir a clases. No tenía remedio.

Más tarde me encontraba en los vestidores cambiándome para el entrenamiento que teníamos al final de las clases.

Salí con todos los chicos a la cancha, y mis ojos la buscaron hasta encontrarla sentada en las gradas, con sus audífonos puestos y su mirada puesta en cada jugador.

¿Sería muy egocéntrico de mi parte pensar que me estaba buscando a mí? No era ciego, había algo en su mirada, algo que me decía que esto no era unilateral, que ella también se sentía atraída hacia mí de cierto modo. Me intenté convencer de que así era, aunque mis pensamientos fueron interrumpidos por las indicaciones del entrenador.

Después del calentamiento comenzamos a jugar bajo los gritos y la atenta mirada del señor Parrish. Intenté concentrarme lo más que pude en el juego, en lo que se suponía que tenia que hacer. Media hora más tarde, cuando me quitaron el balón, aproveché para retirar el sudor que no paraba de deslizarse por mi frente. Después seguí jugando, tratando de que el balón no se siguiera escurriendo de mis manos. Sabía que sí seguía así de distraído me ganaría una buena regañada por parte del entrenador. Había ciertas ocasiones en las que solía ser muy intenso respecto a lo que los entrenamientos se trataba.

Por un instante me permití verla, se había bajado de las gradas, ahora se encontraba sentada en las bancas en dónde solíamos dejar nuestras botellas de agua y toallas para secarnos. Tenía la mirada fija en su celular, ¿qué cosa podría tener toda su atención? Tal vez había sido muy egocéntrico de mi parte pensar que venía para verme.

Eso me descoloco un poco.

Y esa fue la razón de toda la tragedia que vino después de eso, alguien de mi equipo me lanzó el balón y yo tuve que lanzárselo a alguien más. ¿Cuál fue el problema? Que a la hora de lanzarlo lo hice mal y, como consecuencia, él no alcanzó a atraparlo y este salió disparado hasta cierta persona. ¿Acaso el destino me odiaba? Mis ojos se cerraron después de ver la forma en la que el balón impactó en su cabeza y ella cayó estrepitosamente hacia atrás. El golpe de su cuerpo al caer hizo que mis compañeros soltaron un grito ahogado. Todos salieron disparados hacia ella y yo me quedé congelado por un momento sin entender qué es lo que había pasado.

Mis manos se volvieron puños.

Mierda.

¿Qué clase de idiota era? Sabía que algunos chicos solían molestar a las chicas que les gustaban para tener algo de su atención, pero ¿golpearla con un balón también entraba en esa categoría? Joder, la había cagado en mil maneras, rogaba para que no se enojara conmigo. Tenía miedo de acercarme y recibir algún tipo de grito de su parte. Aunque siendo sincero, me lo tenía más que merecido.

Me armé de valor y fui en busca de una bolsa de hielo.

Al menos tenía que buscar algo que ayudará al posible dolor que vendría de ese golpe, y después recibiría todos los gritos que ella quisiera darme. Todo había sido culpa de mi maldita distracción, ¿desde cuándo el que le gustará a una chica me preocupaba tanto? Quien lo diría, y casi mato a la pobre de un maldito balonazo en la cabeza.

Me moría de vergüenza.

Después de regresar con la bolsa de hielo en mis manos intenté controlar mi respiración y mostrarme calmado.

«Eres valiente», me dije.

Mis pasos tomaron confianza conforme avanzaba, miré el momento exacto en el que mis compañeros se alejaron del círculo que habían formado. La miré sentada en el suelo y con una mano en su cabeza, ¿la había lastimado mucho? Se miraba confundida, al menos no estaba gritándole a nadie, eso era una buena señal, ¿no? Me mostré seguro de mi mismo y, cuando estaba apunto de llegar, observé la forma en la que me miraba. ¿Era tristeza lo que percibían mis ojos en su expresión? ¿Qué estaba pasando con ella?

¿En verdad la había lastimado?

—¿Mackenzie, cierto? —pregunté. Me coloqué de cuclillas frente a ella, y la observé con atención.

—Sí.

Me giré hacia Leo, era el único que se había quedado a su lado, y eso me hizo saber que mis compañeros de equipo eran unos idiotas que la habían dejado aquí sola y tirada.

—¿Me dejarías un momento a solas con ella? Yo me encargaré de que se encuentre bien. Ve con los demás chicos y dile al entrenador que se tranquilice un poco.

Hasta acá podía escuchar sus estruendosos gritos.

—Está bien —asintió.

Me volví hacia ella.

—¿Cómo te sientes? —observé su mirada, era como si fuese un pequeño ciervo perdido—. ¿Te sigue doliendo?

Ella tardó en contestar.

—La verdad es que sí, me palpita la cabeza.

—¿Me dejarías? —levanté la bolsa para mostrársela, y luego de asentir con su cabeza la dejé sobre el golpe.

—Auch —se quejó.

Mierda.

—¿Quieres que te lleve a la enfermería?

—Por favor —pidió en un hilo de voz.

No entendía la tristeza que reflejaba, ¿es qué había pasado algo con su mejor amigo antes de que yo llegara? Me detuve un instante a observarla, era imposible no ver lo jodidamente hermosa que era. Carajo, tenía que concentrarme y sacarla de aquí para que la revisaran.

—Bien, ven que te ayudo a levantarte.

Una vez que estuvo de pie sus ojos se tornaron llorosos.

—¿Qué pasa? ¿Te está doliendo algo?

—No, no es eso... —intentó explicar.

Me sentía horrible, de todas las formas en las que me imaginé dialogando con ella, esta nunca pasó por mi cabeza. El golpearla, desmayarla y darle una posible contusión. Sin duda alguna, me llevaría el premio al perdedor del año por no saber cómo conquistarla.

—¿Quieres que te lleve cargando? —me ofrecí.

Se limpió las lágrimas con el dorso de su mano.

—No quiero molestar.

Oh, créeme, no lo haces.

—Es lo menos que puedo hacer. No sabes cuánto siento que el balón te haya golpeado, Mackenzie. En serio.

Ella contrajo su cara en dolor.

—Mack.

—¿Eh?

—Solo dime «Mack» —suplicó.

—Ah, entiendo —asentí—. Está bien, Mack.

¿Eso quería decir que no estaba enojada?

—Entonces, ¿me cargaras? —sonrió.

Abrí mis ojos, y luego asentí con rapidez.

Me agaché para que pudiese subirse a mi espalda, y me rodeó con sus brazos el cuello y sus piernas envolvieron mi cintura y yo las sostuve fuertemente entre mis manos.

¿Esto en verdad estaba pasando?

—¿Estás cómoda?

—Hay espaldas mejores —bromeó.

Quería creer que lo hacía.

—¿En serio? Vaya, esperaba un cumplido.

—No de mi parte —aseguró.

—¿Por qué?

—Digamos que mi pasatiempo no es estar subiendo el ego de los capitanes de básquetbol. Los cuáles me golpean con un balón y luego esperan cumplidos.

¿Acaso era sarcasmo lo que detectaba en su voz?

Negué con mi cabeza divertido.

—Vale, tienes un punto —aludí.

—Claro que lo tengo.

Me encantaba que fuese tan directa, y desprendiera seguridad en cada palabra que decía. ¿Cómo es que lo lograba? Yo sentía mis piernas cada vez más débiles, digamos que tener las piernas de la chica que te gusta entre tus manos no es tan fácil como se lee. Me sentía nervioso y temía dejarla caer en cualquier momento.

—Entonces, ¿por qué nunca hemos hablado? —esperaba no sonar tan necesitado de una respuesta y exponerme.

—No lo sé —se quedó pensando en silencio por unos segundos antes de responder—, digamos que nuestro círculo de amigos es totalmente diferente.

—Algún día podríamos hacer que se unieran.

De acuerdo, tenía que controlarme.

A este paso le revelaría mi atracción hacia ella.

—¿Me estás insinuando algo, Alex Price?

—Así que sabes mi nombre —dije emocionado.

—Dime alguien que no lo sepa en esta escuela.

Touché.

—Cierto.

—¿Y tú cómo supiste el mío? Bueno, déjame adivinar, escuchaste a mi mejor amigo gritarlo antes del golpe.

Me quedé callado, era como si hubiésemos entrado a una especia de campo de minas explosivas, cualquier respuesta que dijese corría con el riesgo de que explotara.

Temía arruinar las cosas antes de que pudiesen comenzar.

—¿Y bien? —insistió.

—No fue así.

—¿Entonces?

—Ya te había visto antes en los entrenamientos.

No era del todo mentira.

—Es cierto, siempre que puedo voy a ellos.

—Lo haces —murmuré.

—¿Eres mi admirador secreto?

Me tensé al instante, ¿me había descubierto?

—Ya quisieras que fuera tu admirador secreto.

—No pasa nada si lo eres, no me voy a burlar —aseguró.

Que fácil era decirlo para ella, yo simplemente no podía decírselo, nada me aseguraba que no lo iba a hacer.

—¿Y qué me dices de ti?

—¿Sobre qué?

—¿Eres mi admiradora secreta? —bromeé.

Soltó una risa.

—Sí, claro —dijo—. No te creas tanto.

Había picardía en su voz, y sentía su corazón latiendo a toda velocidad sobre mi espalda. Eso me animó a decir lo primero que se me cruzó por la cabeza sin pensar mucho.

—Al parecer, padecemos de lo mismo.

—¿Qué cosa?

—Somos mitómanos —murmuré.

Mack se dejó caer al instante, y tuve miedo de voltearme para ver su expresión y que me hubiese pasado de la raya.

Tomé un fuerte respiró.

Y me giré.

Mis ojos abrazaron los suyos, y me atreví a no apartar la mirada y deseé con todas mis fuerzas que fuese mutuo.

Que ella sintiera la misma fuerte atracción que yo.

—Sí, al parecer, es así —admitió.

Mi corazón dio un vuelco.

—¿Qué harás después de clases, Mack?

—Iré adonde el chico de cabello castaño y ojos verdosos y golpeador de chicas con balones me llevé, ¿y tú?

Negué divertido.

—Invitaré a una chica de cabello rosa y ojos azules y experta el golpear egos de capitanes a ver una película.

—Al parecer, ambos tenemos planes.

Me tomé el atrevimiento de acercarme a ella y, cuando aproximé mi boca a su oído para susurrarle, el olor de su perfume me invadió y sonreí como un tonto. Quién diría que tendría un golpe de suerte, uno que me acercara a ella y tener la excusa perfecta para poder hablarle sin pena.

Me sentía jodidamente afortunado.

—Los tenemos.

🏀📖
¿Se esperaban que Alex fuese así?

Capítulo editado. ✔️

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