Friend of the Devil ━shingeki...

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━━Me gusta jugar en la arena, construyendo futuros y destruyendo pasados, mientras mi amigo el demonio se... Altro

FRIEND OF THE DEVIL
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━━━PRÓLOGO
━━ARCO I:
1. Yo conozco ese rostro
2. Días de estrés
3. Motivos
4. Hoy no
5. Belladonna
6. A través de cartas
7. Por una cuchara.
8. Mal presentimiento
10. Pisadas de gigante
11. La Titán Hembra
12. De cadáveres y pesares
13. Culpa.
14. Traiciones, regalos y segundas oportunidades
15. Confiar
16. Es un mundo cruel.
━━ARCO II
17. Preludio al desastre
18. Caminos solitarios
19. 12 horas antes
20. Verdades y respuestas
21. Malas decisiones = consecuencias
22. Antes de partir
23. Guerrero
24. La chica del cabello bonito
25. Dile al demonio
26. Titanes que sonríen
27. Granos de café
28. Máscaras que pretenden
29. Confort
30. Sincero contigo
━━ARCO III
31. Aferrados al pasado
32. Semillas sembradas
33. Reencuentros
34. Perspectivas
35. De conversaciones y saludos
36. Persecuciones
37. De verdades y carcajadas
38. Empezó con una persecusión
39. Experimentos para dos
40. Un encuentro, una advertencia
41. Cuando se pone el sol
42. Y aquí entraba él
43. Momentos
44. Caso perdido
45. De roles y confianza
46. Planeaciones y traiciones
47. Todo estará bien
48. Juicios finales
49. Enfrentamientos
50. Pérdidas
51. Ser quién eres
52. Amigo leal
53. Resplandores
54. Reunión = Ejecución
55. Coronas, reuniones y nostalgia
56. Cadenas y anomalías
57. Saltos en el tiempo
58. Últimos detalles
59. Tentar a la suerte
60. Un día antes
61. De despedidas y silencios
62. Polvo, escombros y sangre
━━ARCO IV
63. Félix Kaiser
64. Al despertar
65. Visitante
66. Juicio a un demonio
67. Propuestas indecentes
68. Veredictos
69. De pianos y bailes
70. Finas presentaciones
71. Arrepentimientos
72. Marley estaba en guerra
73. Rocas y sangre
74. A ti más que a nadie
75. De explosiones y ataques
76. Regreso
77. Sobre estar sumergido y ascender a la superficie
78. Secuelas
79. La verdad duele
80. Normalidad
81. Lugares de ensueño
82. Núcleos
83. Sobre aceptación y confesiones
84. Charlas de medianoche
85. Deseos y lo que necesites
86. Sobre avanzar y comprometerse
87. Un último trato
88. Tras los muros
━━━ARCO V

9. Rojo, verde y amarillo

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CAPÍTULO NUEVE
ROJO, VERDE Y AMARILLO
━━━━━━━━┓ * ┏━━━━━━━━

La bengala roja subía, subía, subía.

Félix trazaba el ascenso con sus ojos, incapaz de sacarle la mirada de encima incluso conociendo el riesgo que presentaba.

La presión en su pecho continuaba ahí, empujando contra el duramente cada vez que respiraba demasiado rápido o muy profundo, y ni la presencia de Erwin a un lado suyo era capaz de alejar la sensación.

Una segunda bengala, esta vez proveniente de Erwin, se alzó delicadamente en el aire de un color verde como el césped. Félix trazó el ascenso de esa, también.

—Hay mucho rojo.

—¿Te pone nervioso?

—He visto mucha sangre estos últimos días —Félix casi ni quería mirar hacia arriba, pero le era imposible con la cantidad de bengalas en el cielo en esos momentos—. He tenido suficiente del color rojo por ahora.

El hombre junto a él dejó escapar una risilla, pero aquello solo sirvió para que el estómago se le hundiera, y los intestinos se le anudaran incómodos.

Le costaba apartar la mirada. Le costaba desviarla, dirigirla hacia el frente y aumentar el ritmo de su trote, y mientras más tiempo pasaba mirando el color rojo ascender a través de las nubes y dispersarse en ellas, más sentía aquel oscuro presentimiento abriéndose como un capullo de flor en el interior de su pecho.

La sensación de que algo andaba terriblemente mal no le dejaba en paz, no desde que la primer bengala roja subió desde el flanco derecho.

—Félix.

Tragando saliva con dureza, el azabache se giró y apresuró un poco el paso hasta ponerse un poco por detrás de Erwin. Los otros dos hombres que iban con ambos retrocedieron, según el plan, y se mantuvieron a una distancia considerable de ellos al acecho de más bengalas.

—¿Todo bien?

Erwin le miraba desde el frente, aunque solo por encima de su hombro. Podía notar que el rubio también miraba de reojo allá por donde se extendían las columnas rojas de las bengalas, sus cejas ligeramente fruncidas.

Félix casi tuvo ganas de echarse a reír. ¿"Todo bien"? ¿Erwin creía que todo estaba bien? Las náuseas que bailaban en el fondo de su estómago eran trepidantes, y el sudor que le corría por la espalda le hacía sentir escalofríos.

Tenía ganas de llorar, y Félix no tenía ni idea de por qué. ¿En verdad era esta exploración tan preocupante? Lejos de tratarse sobre descubrir a un traidor, o probar la utilidad de Eren, se sentía más como una misión suicida.

¿Todo bien? Volvió a preguntarse a sí mismo, debatiéndose entre ser sincero o decir lo primero que se le viniera a la cabeza. Preguntándose si sería buena idea decirle a Erwin que no podía sacarse de la cabeza aquella imagen de Petra, aplastada contra un árbol con su bello rostro repleto de sangre, de comentarle acerca de esa sensación en su nuca, la que le decía que había algo aguardando a ser descubierto. La que le hacía sentir escalofríos y déjà vus, la que le ocasionaba pesadillas de las que no podía acordarse a la mañana.

¿Todo bien? Se preguntó, y Félix negó. No, nada de esto está bien.

—Desperté esta mañana con un mal presentimiento.

Fue lo que dijo, apresurando su caballo hasta ponerse cabeza a cabeza con él. Erwin ladeó su rostro, y el ceño se le frunció más de ser posible.

—¿Es solo eso?

Esta vez él sí que largó una carcajada, una que sonaba extraña incluso a sus propios oídos.

—¿"Solo eso"? Wow, qué insensible Erwin.

El rubio no dijo nada, y procedió a girar su rostro mientras andaban hacia el frente, siempre al frente.

Fue en ese instante que otra bengala subió por el cielo, y lo tiñó de color negro.

Félix tiró la cabeza hacia atrás y largó una gran carcajada, su garganta ardiendo con la intensidad de su risa.

—¡Ah! ¡Un excéntrico! —no había rastros de diversión en su voz, y quizás aquello fue lo que alertó a sus acompañantes de cuán ido estaba—. Me pregunto si es uno de esos extraños barrigones, o alguno de nuestros objetivos.

—El Acorazado, quizás.

Félix estudió el flanco derecho, el humo negro disolviéndose por encima de las nubes, las pocas que había.

—Quizás —concedió dudoso—. De haber sido el otro, el Colosal, creo que podríamos haberlo visto desde esta distancia.

—Sería imprudente si fuera el Colosal, además —el azabache se giró hacia Erwin, alzando suavemente su ceja para indicarle que continuara—. Atraería mucha atención.

Félix asintió, y una vez más trató de concentrarse en el camino frente suyo. El sol había subido por completo hasta lo más alto, y el sudor y calor comenzaban a hacer de las suyas en cada uno de ellos. Era uno de esos factores con los que habían tenido que aprender a lidiar, porque un titán podía ser combatido y eventualmente eliminado, pero nada podías hacer en contra de la lluvia o el sol, él lo sabía muy bien.

Internamente, se preguntó si el resto de sus amigos se encontraban bien.

—Eso —siguió Erwin, mirando de soslayo hacia su derecha—. O puede que haya otro.

—¿Más, uh? —preguntó el azabache bajo el aliento, chasqueando después la lengua en disgusto—. Hijo de puta, quien quiera que sea esta vez.

Erwin no dijo nada, y aunque Félix preferiría seguir hablando para acallar esa voz en su interior que seguía diciéndole que algo andaba mal, terminó por imitarlo y dejó que fueran los cascos de los caballos y sus galopes los que llenaran el silencio entre ambos.

Félix estaba demasiado nervioso para preocuparse por Erwin en esos momentos, de cualquier manera, y mientras más pasaban los minutos, más intranquilo se ponía. La imagen de Petra grabada tras sus párpados con el rostro ensangrentado surgía de vez en cuando, y el nudo en sus intestinos se reforzaba, y lo retorcía con vicio. Las ganas de vomitar le subían por la garganta y le cerraban con fuerza la laringe, y cada sonido que no fuera el de un caballo le ponía los pelos de punta.

Debería haber ido en los flancos exteriores, en dónde las posibilidades de avistar un titán eran mayores.

Debería haber ido en un sitio donde fuera de utilidad, dónde encontrar titanes fuera regular porque en esos momentos concedía que rajarle el cuello a uno sería muchísimo mejor que estar aquí, siendo torturado a base de presentimientos incómodos y silencios demasiado largos.

La cosa es que Félix Kaiser era muchas cosas.

De niño, había sido un bastardo. De esos de los que se burlaban los hijos de la nobleza porque no tenía un padre y se susurraban cosas de su madre. Félix había sido el niño apartado de todos porque los demás susurraban 'bastardo' con odio en sus ojos y burla en sus bocas, y él odiaba con todo su ser las crueldades que uno hacía como niño.

También había sido un príncipe, según la niña de cabello bonito, uno que la ayudaba a trepar en árboles y le curaba los raspones en las rodillas para que su madre no se diera cuenta. Había sido ese niño que había visto a una niña de ojos bonitos que le miraba distinto al resto y de inmediato había bajado la guardia para permitir que se acercara por una brevedad de tiempo.

Había crecido también, para convertirse en un soldado, para asiar las cuchillas del equipo de maniobras con fuerza y descargar toda su ira, todo su disgusto, todos los sentimientos ocultos bien dentro suyo contra la piel de un titán. Para desgarrar a los monstruos que los mantenían encerrados como débiles pajaritos, para proteger a las larvas en los Muros interiores como los cobardes que eran.

Félix había crecido en un mundo de sonrisas gentiles pero falsas y ojos que ocultaban demasiadas verdades, demasiadas mentiras. Había crecido rodeado por niños crueles y padres débiles, que les dejaban hacer lo que se les viniera en gana solo porque tenían un apellido y una posición que no se habían ganado. Era el chico extraño cuyos propósitos siempre eran puestos en duda porque cuando creces rodeado por mentirosos, tiendes a tomar un poco de ellos.

También cobardía. También podías tomar un poco de ello, sí.

—El bosque está cerca.

Félix le miró por el rabillo del ojo, pero no ofreció comentario.

—Continuaremos al frente —le dijo Erwin una vez comprendió su falta de respuesta. El Comandante le miró de reojo—. Ve con Levi y toma tu posición.

—Hai.

—Félix —le llamó, y de repente se sintió como si el tiempo se hubiera detenido. Él le encaró—. Obedece a Levi, tú sabes lo que está ocurriendo pero el resto no, y si Eren se niega a seguir órdenes…

—Haré lo que haga falta —respondió él de mala gana, porque le picaban los ojos y le zumbaban los oídos. Se rehusaba a mirar a Erwin a los ojos, y en lugar prefería mantenerlos al frente—. Si tengo que ponerle una paliza al chico y tratarlo como un perro, al estilo de Levi, pues así lo haré.

No entendía su enojo, pero ese algo en su nuca insistía, esas náuseas en su estómago crecían.

El mal presentimiento latía al ritmo de su corazón.

Erwin asintió secamente, una sola cabezada y entonces el Comandante y sus dos acompañantes comenzaron a sacarle ventaja.

—Ten cuidado, Félix —le dijo el rubio por encima de su hombro, girando brevemente su rostro para poder mirarle. El cielo en la mirada del otro estaba ligeramente oscurecido—. Te veré una vez estemos en el bosque.

No respondió, simplemente ralentizó su caballo hasta que Erwin se alejó unos metros al frente, y entonces se detuvo por completo.

Le faltaba el aire, y quería gritar. Quería llorar, también, y no entendía por qué de repente se sentía tan molesto, tan ofuscado.

¿Era simplemente la tensión del momento, o algo más? ¿Sus pesadillas, quizá? ¿El hecho de que a veces despertaba con sabor a cenizas en la boca? ¿Era el saber que algo andaba mal, o que algo podría andar mal?

Recordó a su madre, lo que su carta decía y lo preocupada y molesta que estaba por la falta de comunicación entre ambos. Recordó también a la hija del señor Jovan, a la gentileza tan falsa que apestaba a malas intenciones y a cómo a veces la encontraba jugando con niños algo mayores a ella, cuando ella tenía diez y el doce.

Recordó a Eren, a la belladonna que se había visto obligado a tragar y cómo se había desplomado en el suelo, con la frente cubierta en sudor. Cuán aterrado había estado aquella vez que se transformó accidentalmente para recoger una cuchara del suelo y la tensión que siguió durante esos días, porque el resto de sus compañeros en la Legión no podían confiar plenamente en el chico. Pensó en el color de sus ojos bañados en miedo y confusión, cuán horrible se veía cubierto en sangre aquella segunda vez que le fue imposible transformarse durante los últimos días.

Pensó en sus amigos; en Catia, en Celia y en Alex, y el estómago se le revolvió aún más.

—Félix.

El azabache volteó el rostro y se encontró cara a cara con Levi, su caballo y por tanto el resto, deteniéndose a un lado suyo. El cielo parecía estar pintado azul y amarillo.

—Ah, ¿ya están aquí, uh?

Levi le estudió el rostro con atención, sus oscuros ojos escudriñándole con una profundidad que rara vez sentía proveniente desde el Capitán, y tragó saliva con fuerza.

—No te ves nada bien, Kaiser.

—Hay mucho rojo en el cielo.

—Lo hubo hace unos momentos —le respondió el Capitán, tomando sus riendas y dándoles un apretón. Hizo un gesto con su cabeza en dirección a la derecha—. Ahora solo parecen ser rayos de sol.

Confundido, volvió su rostro en la dirección que indicaba el Capitán, y se le olvidó respirar por una fracción de segundos cuando notó las bengalas amarillas surcando por encima de los árboles.

Ahora entendía el sepulcral silencio del equipo entero.

Algo debió haberse mostrado en su expresión porque Levi picó espuelas y echó su caballo a andar casi enseguida.

—Sigamos adelante.

Félix tomó su respectivo lugar a un lado de Eren, en dónde Oluo había ido anteriormente, y trató de olvidarse de los colores que había estado viendo toda esa tarde.

Rojo, por la sangre. Verde, por el césped, y amarillo, por los rayos de sol.

Las tres le causaban escalofríos.

━━━

Se dió cuenta casi enseguida, cuando la Titán le alzó la capucha y le miró el rostro.

Armin no era estúpido, ni tampoco ciego.

Él era inteligente, o al menos eso decía Eren.

La verdad es que Armin era demasiado tímido, demasiado cobarde. Le costaba ver sus propias aptitudes incluso aunque las tuviera de frente a él. Le costaba aceptarse como alguien con valor aparte de ser un par de manos más para sostener cuchillas y eliminar titanes.

Le costaba entender también, le costaba descifrar.

Había habido un libro, antes cuando era un niño, que relataba grandes historias sobre un mar congelado, que hablaba sobre océanos que cubrían todo el mundo y se besaba gentilmente con la tierra. Un libro que le decía sobre montañas que escupían fuego y largas planicies llenas de pura hierba, dunas cubiertas por arena amarillenta besada por el sol.

Armin no era estúpido. Era solo un chico que notaba muchas cosas y pensaba otras pocas, capaz de fijarse en los pequeños detalles y tomarlos en cuenta para que le fueran de utilidad en algún otro momento.

Esa Titán, la Hembra. Esa se le hacía conocida.

Le costaba pensar en la sola idea. Le costaba aceptarla, pero Armin no era estúpido.

No era Eren, lleno de fuerte y caliente determinación, o Mikasa, con una extraña elegancia y una descomunal fuerza. Hannes le había dicho en algún momento que su fuerza no estaba en sus brazos o sus metas, que la suya residía exclusivamente en su cerebro. Que la suya era de esas que lograban cosas grandiosas, las que podían alcanzar puestos de alto prestigio como consejero, como capitán, como comandante.

Hannes era un hombre alcohólico, uno que estaba ebrio más seguido que no, pero su abuelo siempre le había dicho que los ebrios y los niños son los que más sinceros son.

Y era difícil. Era difícil creer en las palabras de un ebrio hombre que rara vez se tomaba enserio su trabajo. Era difícil creer en sus propias metas, en sus habilidades. Difícil creer que este mundo era así y que allá afuera no encontrarían todas esas maravillas de las que había leído si tan solo existiera misericordia.

Era difícil creer que, incluso después de ser aplastado entre el puño de la Titán Hembra, Reiner saliera de este sin ningún rasguño.

Se volvió hacia su compañero, tratando de no mirar pero haciéndolo de cualquier manera.

Porque Armin no era estúpido. Jamás lo había sido.

—Reiner —le llamó a prisa, porque estúpido o no, la situación en la que se hallaban era extremadamente peligrosa, y el territorio que recorrían era más una zona de guerra—. ¿Te encuentras bien?

Reiner parecía confundido, un poco resguardado. El tirón que su expresión le daba a su boca era notorio, y parecía en esos momentos tan tranquilo como lo había estado anteriormente.

El pecho le subía y bajaba, y a veces, la mirada de Reiner se desviaba en la dirección en la que la titán había partido.

—Ah, sí. Sí, Armin, descuida.

Reiner se tomó el pecho y lanzó una dudosa sonrisa hacia él. Armin asintió, fingiendo estar satisfecho, y tiró ligeramente la cabeza hacia atrás para observar los colores del cielo, libre de bengalas por primera vez en un par de horas.

—¿Qué hay de ti? —le preguntó Jean pasados unos segundos.

Armin asintió de vuelta en un gesto vago y trató de olvidarse de lo que había visto, de la duda creciendo cada vez más con el pasar de los minutos.

Porque Armin no era estúpido, ni ciego, ni sentía una lealtad hacia sus compañeros de la misma manera en la que Eren lo hacía.

En esos instantes, se dió cuenta entonces de que cualquiera de sus compañeros, especialmente esos que habían entrado con él a la Legión, podían no ser quien dijeran ser.

━━━

Aquella primera vez, el Titán Hembra había aplastado la cabeza de Armin sin compasión alguna.

Jean lo había encontrado así: su cuerpo tendido sobre césped verde, los rayos de sol cayendo gentilmente sobre mechones rubios e iluminando de un leve tono rubí la sangre salpicada sobre una flor que se hallaba junto al cuerpo. La capucha con la insignia de la Legión apenas y le había cubierto la melena dorada, y sus ojos estaban abiertos, demasiado abiertos.

Aquella primera vez, cuando Frieda Reiss había sobrevivido a la masacre de su familia, cuando utilizó el poder del Titán Fundador para obligar a los traidores a revelarse. Cuando los Caminos se abrieron y les tomaron de los pies y los arrastraron abajo, abajo, allá en dónde ni siquiera los demonios eran capaces de habitar.

Porque el Rey había tomado un voto, pero era ultimadamente la Reina quien había decidido tomar las armas de Marley y dejarles desnudos, desprotegidos.

Armin había muerto aquella primera vez, a solas en territorio anteriormente humano, asesinado de la misma forma en la que  aplastabas una baya.

Y la historia prosiguió.

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