—¿Una violación? —preguntó el rubio.

Martin lo miró con cara de pocos amigos.

—No, ni cerca. Son micro lesiones normales que aparecen en todas las mujeres después de tener sexo. No puede saberse con exactitud cuándo, pero no hay indicio de que fue forzada, de que
n

o fue voluntario, alguna fuerza física sobre ella. No hay nada.

La cabeza de Camille se iluminó ante esas palabras. Pensó en el libro y su contenido, y millones de ideas vinieron a su cabeza. Ahora las cosas comenzaban a dejarse entrever. Lo único que necesitaba era tiempo a solas.

—Bueno —prosiguió la detective, quien ahora se encontraba en un apuro por irse lo antes posible—, ella con el marido no se llevaba muy bien. Él mismo dijo que solían discutir por tonterías cuando se arreglaban todo era como si estuvieran en su luna de miel. El tipo de relaciones cíclicas, nada especial. Vida de viejo promedio. En su entrevista parecía muy afectado.

—Un viejo no entra en el perfil para esto, Camille —dijo Martin—. El perfil de esta persona es de alguien medianamente joven y que está trastornado. Las tortura, mira estos signos nada más. Es algo que requiere de mucha vitalidad.

—Cuando tengas tu título de criminólogo, me llamas para pedirte el perfil del asesino— respondió ella, fastidiada. Odiaba que su ex le explicara cosas que ya sabía y como si no las entendiera.

—¿No era que no habían impuesto fuerza física? —preguntó Gálvez, tratando de apaciguar las aguas. Se encontró callado la mayor parte de la reunión y la detective casi olvidaba su presencia. —No en cuanto a las relaciones sexuales. Pero los moretones en el cuerpo me hacen dudar. O bien pudo forcejear antes de morir, o...

—¿O qué? —respondieron Gálvez y Gabriel al unísono.

—O se trataba de un juego sexual consentido.

Camille supo que eso era el final de esa reunión, por lo que masculló un gracias y se encaminó a la mesa donde estaban los papeles oficiales de la autopsia destinados para el departamento, pero algo más llamó su atención. Por poco se olvidaba.

En una bolsa de plástico se encontraba una nota, solitaria y esperando ser leída. La boca de la detective se secó al instante, pero la tomó con mano firme y leyó para sus adentros:

«(...) como dice el apóstol, soy libre de hacerlo donde quiera, en nombre de Dios. 54».

Leyó por tercera vez la frase, pero nada en su mente parecía funcionar correctamente. Gabriel apareció de inmediato a su lado, como una sombra en su espalda.
Ella sintió que él con su mirada escrutaba el pedacito de papel y la frase. Suspiró y la apoyó en cámara lenta sobre la mesa.

—¡Ah! —exclamó Rogers—. No dije nada de eso porque aparece en el parte de la autopsia, como siempre. También una fotocopia de la misma, sola.

—Si es eso nada más...

—No, de hecho —Martin se acercó a la mesa y tomó otro bloc de hojas que estaba en la otra punta—. Ten. Son las pruebas de sangre que realizó Sandy en el laboratorio. Lo siento, Camille.

Supo al instante que todo eso implicaba malas noticias. Había tenido que esperar a que la gente del departamento le hiciera las pruebas necesarias antes del interrogatorio, pero ya sabía que no era más que un infeliz al que le pagaron para que hiciera lo que hizo. Solamente rogaban que les diera un poco de información adicional y que, por algún motivo, fuera él el culpable de todo para terminar por fin con ese asunto. Pero para eso necesitaba que la prueba de sangre coincidiera con el resto que encontraron en el jardín de la iglesia.
Un «INCOMPATIBLE», grande y en rojo, se estampó en su visión. Era predecible, pero aun así se decepcionó.

La línea del placer [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora