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Esquirlas de cristal

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‹‹La historia en realidad nunca dice adiós. La historia dice: Hasta luego››. 
EDUARDO GALEANO

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30 de abril de 2013

—Gira a la izquierda.

La pistola de Sebastian marcaba un surco en la frente de Gabriel, y cada tanto, empujaba un poco cuando parecía que el rubio se estaba pensando de más el camino de ida al destino que Sebastian planeaba. Para su ventaja, sabía que él sería tan estúpido de morir en sus manos con tal de proteger a Camille.

—Ya lo tienes todo, ¿para qué más?

Sebastian trató de descifrar su rostro al hablarle, pero solo se le estaba descomponiendo en furia.

—¿Quién dijo que lo tengo todo?

Gabriel quiso voltear a mirarlo, pero un brusco movimiento de la pistola le hizo apretar los dientes y fijar la vista en el camino.

—¿Acaso la vida de ocho mujeres no te parece suficiente?

—Nueve, en realidad —Sonrió de forma encantadora—. Camille está muerta por dentro.

«Yo me encargué de eso», pensó Sebastian, mordiéndose la voz en terrible satisfacción. Después de todo, había llegado al final de la historia. El alguacil estaba donde debía estar, en la catedral, solo y luchando con el dolor. Aunque no era precisamente ese el máximo punto de dolor al que planeaba llevarla, matar a Gabriel antes de escapar iba a ser, sin dudas, el golpe de gracia. Después de eso, por supuesto, iría por ella. Hacía meses venía deseándolo.

—¿Sabes, Bancroft? Desde el minuto cero supe que eras un loco, desde ese día en que le llegaron las fotos a Camille y acudiste como por arte de magia. La advertí, pero no sirvió de nada, no me escuchó. Dime, ¿qué le hiciste para manipularla de esa manera?

—Cuida tus palabras

Que pensara que eligió a Camille solo para manipularla le hería el ego, como si una persona como él optara por la salida fácil, por lo sencillo, cuando su elección no fue más que por una enorme admiración hacia ella y el sentirse maravillado ante la idea de dominar a una mujer de semejante calibre.

Su acompañante bufó.

—¿Que la cuide? ¿Para qué? Sé que después de todo la vas a matar, muera yo aquí o sobreviva. Ese es tu plan, ¿no? Siempre lo fue.

—Mi misión es la de convertir a Camille en un pedazo de historia. La última víctima del cuento, el broche perfecto para la obra inmaculada del asesino de Canterbury. ¿Qué quieres tú de ella, Gabriel? ¿Un matrimonio y dos hijos? —rio.

Gabriel se sintió herido. Escupió:

—Hacerla feliz.

La risa de Sebastian pareció estar a punto de romper los cristales, no porque fuera alta, sino por asemejarse al chirrido de una tiza siendo arrastrada por un pizarrón.

—Ella nunca me necesitó. Ni tampoco a ti. Pero te concedo como última voluntad saber que hice que creyera que sin mí no era nada. Así la conseguí.

—Apuntó con la mano libre a la calle siguiente. Faltaba poco para llegar a la ruta del puente de Waterstones, justo donde se bajarían y uno solo volvería a subir al auto—.

—Por eso hiciste que te necesitara a ti, ¿verdad? Para llenar el vacío de su padre. Ni respondas.

—Para saber que estás a minutos de morir eres bastante charlatán, ¿no te parece?

La línea del placer [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora