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C A P Í T U L O V E I N T I C U A T R O
Piel con piel

‹‹Guarda silencio cuando no tengas nada que decir, cuando la pasión genuina te mueva, di lo que tengas que decir, y dilo caliente››.
DAVID HERBERT LAWRENCE, El amante de Lady Chatterley (1928)

3 de diciembre de 2012

Camille levantó el mentón por encima de su nuez y miró con el rabillo del ojo a Gálvez, que se había quedado en silencio, sospechando lo mismo que ella. El repique de los tacones sobre la cerámica del suelo se hizo más agudo hasta que, a través del halo de luz por debajo de la puerta, se proyectaron unas punteras finas de botas de mujer.

―Pasa ―ordenó la detective antes de que tocara.

La madera crujió abriéndole paso a aquella mujer que con su sola presencia les amargaba la mañana a Gálvez y a Camille. Ambos se quedaron sentados cuando Gemma Lawrence se acomodó en una de las sillas frente al escritorio y hurgó por varios minutos en su portafolios. Intercambió algunos papeles entre los plásticos divisorios, como si los ordenara de manera alfabética. Finalmente, con total paciencia e inmutabilidad, hizo espacio sobre la superficie del buró que estaba ocupada por varias tazas de café, bolígrafos y notas de pegatina; colocó un fajo de documentos sobre el área despejada y se reclinó en el asiento para acomodarse el pelo.

―Lamento que mi presencia no sea del agrado de tan profesionales detectives. Sin embargo, por recomendación de mi compañero Thompson, Scotland Yard y bajo la aprobación del inspector Murphy, seguiré colaborando en el caso. Sería de mucha ayuda si dejáramos apatías personales fuera del área de trabajo.
Camille y Gálvez se miraron con cierta complicidad. Era obvio que no estaban dispuestos a cederle terreno por nada del mundo. Ante la respuesta muda, la criminóloga prosiguió.

―Muy bien, si no van a cooperar tendremos que seguir el camino difícil. Es una lástima, pero lo entiendo. Por actitudes como esta no pertenecen ni pertenecerán nunca a Scotland Yard.

Los ojos de Camille se llenaron de ira y los puños sobre el escritorio amenazaban con derribar todo a su alrededor, estaba dispuesta a tirarle todas las tazas de café sobre su perfecto atuendo blanco cuando un portazo la hizo retroceder. Gabriel entró con la misma confianza y desvergüenza del primer día, puso una mano sobre el espaldar de la silla de Gemma y cerró los ojos unos segundos, antes de comenzar a hablar. ―Retíralo.

La mujer levantó la cabeza lentamente hasta encontrarse con los ojos de su compañero.

―¿Hablas conmigo?

―Sí, Gemma Lawrence, hablo contigo. Retira lo que acabas de decirle a mis compañeros.

Ella se puso de pie, plisó su falda ajustada y le dio la espalda a los otros dos mientras con la mandíbula apretada le susurraba a Gabriel que qué le pasaba.

―Vuelve a sentarte, no me pasa nada.

Eduardo Gálvez y Camille Hampshire son dos detectives que han demostrado un excelente desempeño, mejor que cualquiera de los nuestros. Es lógico que se sientan invadidos cuando gente de afuera les quiere decir cómo hacer su trabajo. Nuestro deber es demostrarles que no venimos a desacreditarlos, sino a ayudarlos.

Gálvez cruzó los brazos torciendo una sonrisa.

―Este rubio Ken me empieza a caer bien.

La línea del placer [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora