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CAPÍTULO CATORCE
Un corazón afligido

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«Un día vi ponerse el sol cuarenta y tres veces. [...] Cuando uno está verdaderamente triste son agradables las puestas de sol».
SAINT EXUPÉRY, A. (1971)
"El principito", pag. 33.

14 de octubre de 2012

¿Cuál es el momento exacto en que alguien te empieza a importar?
Podría ser esa sensación de querer saber lo que pensaba exactamente cada vez que la miraba con sus ojos negros. O la necesidad de que el tiempo juntos nunca terminara. Tal vez, las ganas locas de complacerlo, si tan solo le pidiera algo, y ahí estaba el problema.Sebastian parecía quererlo todo y nada a la vez, como si esperara que ella adivinase sus deseos. Eso la ponía muy nerviosa.

Para Camille, aquel encuentro en las cuatro esquinas fue un punto de inflexión. En ese instante descubrió que lo que comenzaba a sentir por Sebastian era tan fuerte, que desearía haberlo conocido en otro pasaje de su vida. No entonces, no de esa manera, no con el poco espacio para el cariño que albergaba su corazón.

El momento exacto en que alguien te empieza a importar, es, sin dudas, cuando a pesar de entender que no es la persona indicada, sigue siendo la única a la que quieres mirar. Por eso ella caminó, y aunque pretendiera ignorarlo, lo estuvo mirando todo el tiempo con el rabillo del ojo.

Las personas comenzaron a apurar el paso, las luces estaban a punto de cambiar. Pero Camille y Sebastian se quedaron a mitad de la calle, sin poder apartar la mirada uno del otro.

―Estabas con... ¿alguien? ―Carraspeó la garganta y se escondió un mechón de pelo detrás de la oreja.

―Tal vez sí, tal vez no.
«Bien jugado», pensó, mientras recordaba su conversación en el edificio.

Trató de observarlo con disimulo pero no estaba segura de haberlo hecho. Le encantaba hacerlo. Siempre estaba vestido de colores sobrios, formal, serio y calmado, aunque llevaba en los ojos esa picardía que se dejaba entrever cuando sonreía y los rasgaba un poco. Recordó lo mucho que disfrutó ser besada por él.

―Sí, es una compañera de trabajo que me encontré en el café ―Señaló a sus espaldas con el pulgar. Sebastian tuvo que hacerse a un lado, un par de niños corrían con máscaras de ghostface persiguiéndose. Halloween estaba por llegar y en las calles aparecía, de vez en cuando, algún pequeño con disfraz prematuro queriendo dar miedo. Las vidrieras estaban repletas de máscaras y en todas las esquinas había caramelos en oferta, Canterbury lucía alegre a pesar de su cielo gris y sus hojas muertas.

Camille le sonrió a los niños. Alzó la vista con disimulo, intentando no mostrar demasiado interés. Vio de espaldas nuevamente el cabello canoso arremolinado por el aire invernal, o bien podía ser un gorro. No lo sabía y tampoco le prestó mucha atención, dado que Sebastian sacó la mano del bolsillo de su gabardina al instante y subió hasta el rostro de ella. Le ayudó a acomodar el resto de los mechones despeinados por la ventisca. Sonrieron.

―Mira, creo que nos debemos una conversación. No quiero que pienses que soy un aprovechado, tampoco quiero comprometerte si no lo deseas. Pero hablemos las cosas como adultos. Con calma, en un lugar agradable y por primera vez, seamos honestos.

―Estoy de acuerdo.

La repentina condescendencia de Camille lo sorprendió un poco, estaba acostumbrado a sus reacciones bruscas, al arañazo antes de la pregunta. Aunque admitía que aquella versión lo atraía aún más, saber que era él quien la traía mansa como un cordero lo excitaba hasta la locura.

La línea del placer [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora