Tenía catorce años y una curiosidad mayor a la que podría tener cualquier persona de su edad. Pasar el umbral de aquella puerta de metal oxidada le había provocado un estremecimiento, acompañado por la repentina sensación de frío en sus pasillos, más aún en invierno. El viejo Hampshire le había explicado que era para la manutención del lugar y de los cuerpos, para que nada desprendiera mal olor por el calor y la humedad. Ese fue el primer día que conoció a un Martin Rogers adolescente, quien estaba escondido detrás de la figura de su propio padre.

Y ya, casi catorce años más tarde, la sensación y el escalofrío la seguían acompañando, al igual que la mirada de comadreja de su ex.
Entró seguida de Gálvez y momentos después, Gabriel. Se dirigió hasta la sala que ya sabía de memoria, lista para encontrarse con Martin, estático como un soldado. Llevaba sus guantes azules habituales, su delantal blanco y algunas bolsas de plástico se acumulaban sobre la mesa detrás de él, al igual que una serie de papeles. Camille ya sabía que eran de la autopsia oficial.

—Rogers —saludó, seca como siempre, parándose al lado de la camilla donde yacía el cuerpo cubierto por una sábana blanca.

Él volteó los ojos, al tiempo que le correspondía el saludo a Gálvez, a quien hacía tiempo no

veía. Por último, fijó la vista en el nuevo integrante. Gabriel miraba las paredes grises de la habitación con la nariz fruncida, en una mueca de asco.
—Así que tú eres el famoso Gabriel de Londres —anunció un poco distante.

Compartió una mirada con Camille.

—Poco deducible, ¿no lo crees? —ironizó la detective, causando a consecuencia que Gabriel bufara. Sin querer perder más tiempo, puso manos a la obra yendo directo al tema que les concernía— . Entonces, ¿qué es lo que tienes?

Ignorando al rubio y centrándose de lleno en su trabajo, Rogers se acercó a la camilla donde ya se encontraban todos en posición y se encogió de hombros.

—Me temo que más de lo mismo. ¿Puedo? —Señaló la sábana.

Al asentimiento de todos, destapó el cuerpo de Sonya. Su cuello se mostraba impoluto, libre de sangre seca o alguna suciedad, mostrando a todas luces el corte irregular de aspecto horrible. Su cadáver presentaba otras lesiones como algunos moretones en las costillas. Sus ojos estaban cerrados, pero Camille sentía que la estaba mirando.

—Estos... ¿Son signos de violencia física? —preguntó Gálvez.

Martin asintió con pesar.

—La verdad es que parece haber sido cruelmente torturada. Miren sus muñecas. Están
quemadas por el roce de cuerdas o esposas. Las demás también presentaron los mismos signos. Camille observaba el cuerpo de Sonya de forma inquisidora, mirando cada recoveco al
detalle.

—Y déjame adivinar, ningún rastro biológico.

—Ni una mísera huella. Ningún pelo. Nada —confirmó el forense.

—¿Algo más, Rogers?

Contrajo la expresión del rostro y se acomodó el delantal con un suspiro.

—Pareció haber tenido relaciones sexuales, están las lesiones en su conducto vaginal, como vimos en las autopsias de todas las demás. Pero...

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