18

792 77 27
                                    

C A P Í T U L O D I E C I O C H O
Incompatible

En todo encuentro erótico hay un personaje
invisible y siempre activo: la imaginación.
OCTAVIO PAZ.

3 de noviembre de 2012

Camille intentó ignorar las palabras de Gálvez y que aquella idea no le afectara. Pero no pudo sacarse el pensamiento de la cabeza durante el resto del día. Al fin y al cabo, Gerald Hampshire era su padre, por más que su relación hubiera estado rota durante mucho tiempo. Camille solo le recordaba a él, habían estado juntos durante toda la vida. Pero nunca terminaron de encajar. Él era tan perfeccionista que ella, a su lado, se sentía pequeña e intimidada.

Porque su padre era una leyenda, y en el fondo siempre quiso que él la quisiera por como era de verdad y no por como deseaba que fuera. Unos años antes, cuando ella era una joven imberbe que perdía el tiempo, le ratificó a su padre la aspiración de su adolescencia: convertirse en detective, igual que él.

Camille jamás podría olvidar esa conversación, ni las hirientes palabras que él le soltó sin ningún reparo ni remordimiento. «¿Vas a seguir con eso? Pensé que era un capricho. Ni siquiera deberías intentarlo, tú no sirves para esto, Camille. Hace falta estar hecho de otra madera para hacer lo que yo hago».

Le dolió, le dolió profundamente. Porque ella no había decidido hacerse policía por él, sino por ella misma y esa había sido una de las pocas decisiones que había tomado sin influencias. Su padre se había encargado de destruir la escasa confianza que quedaba entre ellos. Se dejaría los ojos repasando, el cerebro investigando. Luego, años después, cuando hizo el esfuerzo de presentar a Martin como su novio en un cumpleaños al cual había asistido todo el departamento y varios amigos, esas palabras hirientes todavía seguían quemándola. Había empezado burlándose de ella, de su trabajo, de la forma de hacerlo y cómo él lo hacía mejor, y en el momento en que Camille explotó, sus únicas palabras fueron: «Es imposible pedirte que seas mejor, si en lugar de trabajar te dedicas a andar con un un peleles. Deberías juntarte con gente que te haga menos mediocre.

Qué falta te hizo no tener a tu madre para que te enseñara cómo se comporta una mujer».
No hablaría con él ni mucho menos le visitaría. No cedería, no admitiría que necesitaba su ayuda, nunca.

—Tú y yo hablamos después, Gálvez
—murmuró Camille entre dientes, señalándolo con el índice.

El hombre tragó saliva. Sabía que haberle mencionado a su padre a Camille era un juego de ruleta rusa, y el resultado podría ser el peor de los posibles. La detective estaba decidida a no cambiar su percepción del viejo Hampshire, y no había nada que pudiera hacer al respecto.

Poniendo de nuevo la cabeza en el trabajo, fijó su vista en las nubes grises que asolaban el cielo. Todo parecía seguir su curso normal a pesar de que Camille Hampshire estuviera derrumbándose de a poco, incluso sin que ella misma lo supiera, todavía. Derrumbada o no, la investigación tenía que seguir, dirigiéndose, cómo no, a un lugar que se estaba haciendo muy habitual en ella, para su desgracia.

La calle Puckle Lane estaba repleta de hojas muertas, tantas, que algunas obstruyeron su vista desde el auto a medida que avanzaba por el asfalto. Divisó a Gálvez fumándose un cigarro en la entrada de la morgue, unas yardas más adelante, siempre con su temple despreocupado y su bigote del siglo pasado. El auto de Gabriel venía detrás del suyo. Mientras estacionaba, se dedicó a observar detenidamente la fachada del lugar. Era de piedras oscuras, negruzcas y de aspecto tosco. Pedazos de musgo verde estridente decoraban todo el rectángulo que conformaba el paraje de forma aleatoria, como manchas de una vaca. Sin querer, recordó la primera vez que visitó ese sitio junto con su padre.

La línea del placer [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora