Alavidā

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Sinopsis: Shaka y Mu han tenido varias vidas que compartieron juntos, pero hubo una en la que simplemente no pudo ser.

Advertencia: Antes de empezar la lectura y llegar a conclusiones apresuradas, todo lo expuesto aquí es platónico. En esta reencarnación, ninguno de ellos desea perseguir una relación romántica el uno con el otro para evitar un daño a la psique de Atla. He tratado lo mejor que he podido de evitar posibles malentendidos. No quiero que alguien piense que Asmita siente atracción por un niño, pues no es así. Esto es más una tragedia y la resignación que debieron pasar Shaka y Mu en sus vidas pasadas.

—Perdóname, Asmita.

Al escuchar a Hakurei, el santo de Virgo guardó silencio y cerró la cortina. Peldaño por peldaño subía la torre de Jamir. Sin prisa. Había meditado en la oscuridad durante mucho tiempo, acumulando su cosmos para darle un uso. El olor a muerte era fresco y dulce, así que no tuvo miedo, pero tampoco sintió alivio. Le hubiera gustado morir en el amanecer, cuando el sol estiraba sus rayos. Sin embargo, era de noche. Aunque eso tampoco le trajo amargura. Mientras dejaba los escalones detrás, un extraño sentimiento lo invadió. Tenía un parecido engañoso a la calma.

Caminaba sin inmutarse, con la comisura izquierda del labio apenas alzada y los hombros hacia atrás. Ojalá todo pasara rápido.

Abrió la cortina. La ventana permitió el paso del viento suave que alzaba los mechones dorados así como su capa. Partiría del mundo un jueves en vez de un domingo, pero qué más daba. Era un buen día para morir.

Tomó la pose de flor de loto y se aferró al rosario con convicción. Sería la última tarea que tendría. La razón por la que estaba vivo.

Inhaló de manera profunda antes de empezar a meditar. No obstante, se detuvo cuando percibió una presencia a sus espaldas.

—No me has dicho una palabra en toda esta vida. Ahora que morirás, al menos dime adiós.

El cuerpo se volvió rígido. Los nudillos se tornaron blancos. El corazón le golpeó el pecho. Carraspeando, contestó:

—¿No te ha enseñado tu maestro que es de mala educación espiar a la gente?

—¿Y el tuyo no te enseñó que es de mala educación no despedirse?

Sonrió de lado. El Samsara estaba lleno de sorpresas. Qué iluso había sido al olvidarlo. Cuando se creía libre del apego, este regresaba en el momento más clave.

—Vuelve con Hakurei. Estoy a punto de hacer algo importante y no deseo interrupciones.

—Has entrenado aquí. He encontrado tu retrato en el baúl de mi maestro. Pero nunca te he visto antes.

—Sólo estuve un tiempo. No habías nacido en ese entonces.

—Mientes.

No respondió. No tenía caso.

Volvió a inhalar. El viento parecía una caricia que consolaba. A pesar de no ver el cielo, lo imaginó con brillantes estrellas alumbrándolo. Se suponía que ellas serían los testigos de su muerte. No él.

Lo escuchó dar unos pasos hacia adelante. Aunque recordaba todo, era tan sólo un niño. Seguro su parte más humana tenía miedo. No se movió para no intimidarlo.

Atla habló en voz suave.

—El maestro me dijo que me encontró al filo de un acantilado. Dime la verdad, ¿fuiste tú?

Asmita sintió un nudo en el estómago. La memoria estaba aún fresca. Las semanas previas al cuatro de abril no pudo conciliar el sueño. Cuando cerraba los ojos, soñaba con un enorme risco y un clavel violeta en el centro. Desde el principio supo lo que significaba y agradeció el insomnio: la madrugada elegida, corrió como si nadie fuese capaz de detenerlo. Hakurei lo intentó, mas fue en vano. Avanzaba por montañas pedregosas con seguridad. Apenas tenía siete años; cualquier cosa podría pasarle. Pero Asmita no tenía miedo. Era imposible que se perdiera. Imperceptible para los demás, seguía el aroma de claveles que lo guiaban hacia el bulto envuelto en mantas, a punto de caer por el acantilado.

One shots de Saint SeiyaWhere stories live. Discover now