Océano || Shura x Aioria (5)

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Dolor. Miedo. Incertidumbre. El aire y la lluvia le pegan duro en el rostro. Las piernas le arden al correr. Las rodilleras no le ajustan bien y en cualquier momento van a salirse. Teme quedarse atrapado en el lodo. Además, tiene que avanzar con una mano sobre su casco para evitar que obstruya su visión. La pechera lo va a traicionar y dejarlo desprotegido. Saga le dijo que confía en él. Nunca había oído eso. No sabía que lo necesitaba. Sin embargo, es consciente que si se equivoca, será asesinado. Escucha los pasos rápidos de DeathMask. Las rosas de Afrodita silbar. A él le encomendaron la misión, pero ellos son sus escuderos. La garantía de que nada malo va a suceder. Así que no puede cometer error alguno, porque sino...

Se tropieza con una piedra en el camino y se da de bruces con la tierra. Se ensucia de lodo. Las rodilleras no han salido volando, pero el casco no ha tenido la misma suerte: ha terminado metros más adelante, al borde de un precipicio. Se toca la frente levemente y la calidez de la sangre está en sus dedos.

Debe levantarse. Es una misión. Los que no hacen lo que se les pide se mueren. Los que no hacen lo que se les pide son tildados de traidores. No quiere ser un cadáver. No quiere decepcionar a Saga, que tanta esperanza le guarda. Nadie excepto tú puede hacerlo. Creció escuchando que era un bueno para nada. Que tenía suerte de haber nacido. Que incluso los animales que arreaba valían más que su vida. Ahora que tiene un título, ahora que una persona cree en él, no la va a decepcionar. Qué importa si debe  matar a alguien que aprecia. Aioros lo ha traicionado. Todas sus palabras eran mentiras. Todas sus acciones eran engañosas. Es un encargo sagrado ponerle fin a la vida de un traidor y él fue el elegido porque es especial, ¿verdad? Porque es fuerte y digno. Porque posee un propósito. Saga le ve un algo. Un detalle que nadie más nota. Por eso no importa qué tan lento vaya, ni qué tan grande le quede la armadura, ni qué tanto miedo tenga. Va a enorgullecerlo. Va a demostrarle que puede ser alguien. Y así se levantará del enorme trono dorado, bajará las escaleras que los separan, le acariciará el cabello y dirá: «Buen trabajo, Shura. Estoy orgulloso de ti, el mejor y más leal de mis soldados.» 

¿Verdad?

«Imbécil, ¿qué mierda haces en el suelo?» El grito de DeathMask destroza la ilusión. Corre como una bala. Ni siquiera las curvas o el lodo le hacen perder la velocidad. Afrodita está más adelante, lanzando una de sus rosas que se clava en la espalda de Aioros y lo hace gritar. El italiano lo apunta con el dedo y agrega: «Lárgate de aquí si vas a ser un estorbo. —Lo mira de pies a cabeza y finaliza diciendo—: No sé qué demonios vio Saga en ti. »

No puede responder porque DeathMask se ha marchado demasiado rápido. Le tiemblan las manos y quiere llorar. No más decepciones. No puede permitirlo. Tiene que traer orgullo. Tiene que hacer que alguien confíe en él. Se levanta de un salto y recoge su casco. De repente, mira al vacío. Oscuro e infinito, pero a la vez tan hipnotizante. Si no tiene cuidado, será él quien acabe allí.

El pensamiento lo impulsa a correr y cuando necesita acelerar, piensa de nuevo en Saga, sentado en ese gran y brillante trono. Aunque le admira, también le teme. Al llamarlo a su recámara, tuvo la sensación de que iba a matarlo. No quiere fallar. Siente que si lo hace, se va a morir. Por eso apresura el paso, así se esté quedando sin aire.

Aioros es demasiado rápido. Es demasiado experimentado. ¿Cómo lo va a vencer? Afrodita tira sus rosas más venenosas, DeathMask trató de encerrarlo en Yomotsu, pero no lo han vencido. Por su parte, sólo tiene una espada que a veces ni funciona. No va a herirlo ni detenerlo. Si se enfrentan a duelo, puede que él sea quien termine muerto. Aunque antes fueron camaradas, amigos, ahora eran rivales. Sagitario no dudaría en batirse a muerte. Especialmente cuando todo lo que tramó fue develado. Especialmente cuando ha matado al antiguo Patriarca y si es atrapado, lo van a asesinar. Aún así, en las pocas oportunidades que ha lanzado Excalibur, Aioros ha levantado el brazo con el codo estirado, haciéndole recordar cómo se atacaba. No hay indicios de burla; actúa de la misma forma que al entrenarlo. Por un segundo, cree que el sol todavía le acaricia el rostro, que una mano pequeña tira de la suya, pero el hechizo se rompe de inmediato. No puede detenerse, así que corre. Corre porque esa ha sido la orden.

One shots de Saint SeiyaWhere stories live. Discover now