Sin azúcar (2) || Milo x Aioria

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Sinopsis: ¿Y si te encontraras de nuevo con un viejo amor?

Lo volví a ver en Alemania, en una cafetería moderna en Maxvorstadt, Múnich. Todo fue fortuito. En esta vida, no tenía intención de volverlo a encontrar. Yo estaba de espaldas. Él me tocó el hombro, casualmente. Como si me esperara. Me habló con una impresionante naturalidad. Parecía que no había ocurrido nada entre nosotros ni no nos habíamos visto desde hace diez años.

—Hola, Aioria, ¿me recuerdas?

La pregunta estaba de más. Ambos sabíamos la respuesta.

Era un día lluvioso y hacía frío. Estábamos en un distrito universitario; lleno de pubs y pequeñas galerías de arte. Había ido a parar allí por un compromiso con la Universidad de Múnich: querían que diera una conferencia para el Departamento de Historia sobre mi libro. Una investigación del impacto de Alejandro Magno y su influencia en nuestros tiempos. La charla había terminado y mañana me reuniría con un reconocido historiador. Un tipo llamado Shura, quien no podía estar más en desacuerdo con el punto de vista de mi material de estudio: ¿El mundo sería un mejor lugar si su mayor conquistador no hubiese muerto?

Aún andaba metido en lo que expuse, tal vez por eso me costó creer lo que veía: Milo usaba pantalones de vestir y un suéter de cuello de tortuga. Llevaba el cabello corto en un tupé perfecto en el cual las canas acentuaban el tono azulado. No había arrugas de vejez en ese rostro, sólo las de la caricia constante del sol. Me sonreía como si aún fuese el rey del mundo.

Quise decirle que no lo recordaba, pero demasiado tiempo pasó. De seguro había leído en mi expresión la respuesta que necesitaba: todavía no lo había desechado de mi memoria.

Intenté parecer calmado. Tan sólo cuando le noté algo de efusividad fui capaz de corresponder, aunque en un menor grado. Le di la mano y la apretó con fuerza. Pude sentir su mirada en cada segundo que nuestras pieles se tocaron.

Me invitó a pasar el rato. Quise rehusarme. Había sido un día largo y no estaba listo para enfrentarlo. Pensé que al volvernos encontrar no tendría más que odio ardiente o inacabable indiferencia. Pero ninguna palabra hiriente vino a mi boca, ni ninguna negación a estar juntos. Nos sentamos al lado de la ventana donde las gotas de lluvia se deslizaban. Pedimos café.

Hablamos de temas banales. Qué había sido de nosotros. Qué hacíamos ahora. Qué nos traía a esa ciudad. Él era catedrático en la Universidad de Múnich así como jefe del Departamento de Arte. Había salido de la exposición final de los estudiantes de último ciclo. El tema en cuestión había sido escultura.

—Deseaba alejarme del disturbio —dijo como si nunca hubiera amado el ruido, la charla, la subjetividad—. Y he tenido suerte. Me ha llevado a ti.

Sólo consiguió una sonrisa de lado como respuesta.

En toda nuestra conversación, no trajimos de regreso el pasado, a menos que fuéramos a hablar otra persona. Logramos traer al presente anécdotas arrinconadas en viejos pasajes de la memoria que en una década no volví a visitar. Recordé el sol de Grecia y lo tostado que me dejaba su beso la piel. La arena entre los dedos del pie bañada por las olas del verdoso mar. La sal sobre los labios que besaba. El sabor del olivo de las lenguas que en mi boca se abrían paso.

Si parecía perturbado, Milo no lo notó. Me habló largo y tendido sobre las maravillas de Alemania. "¿Es la primera vez que vienes? Te lo juro, es un lugar encantador. He vivido aquí por años y no para de maravillarme. Por supuesto que no hay mejor sitio que la patria de uno, pero qué pedazo de cielo es este. Espero que no me veas como un pedante por lo que voy a decirte, pero es como si pudieras respirar la cultura en las calles. Estamos rodeados de museos: saliendo de aquí hay tres donde podríamos ir. Si estás libre mañana, podemos encontrarnos para ir a visitarlos todos."

One shots de Saint SeiyaWhere stories live. Discover now