Llámame por tu nombre || Julián x Sorrento (3)

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Oh, oh, oh, ¿por qué yo?
Cada vez que hablo, demuestro lo que estaba mal con estos tiempos,
Los más guapos eran míos cada semana,
Qué buenas épocas. Dios brillaba sobre mí.

Ahora no me puedo ir,
Y ahora soy eticoso,
No quiero a los tipos que están en mi liga,
Quiero cogerme a los que envidio. A los que envidio.

Tal como Sorrento temía, cuando empezó a andar con Julián, no pudo separarse.

Eran uña y mugre. Abeja y miel. De repente, el olor a sal y los cabellos azules en la ropa le hacían sonreír. Intercambiaban bromas ante el primer silencio en orquesta. Arrancaban hojas de los cuadernos para crear sapitos o comecocos. A veces recibían comentarios sarcásticos de Pandora u Orfeo, pero siempre callaban al incluirlos en lo que sea que hicieran.

Tal como Sorrento temía, Julián ocupaba más horas, más pensamientos, más ensueños. Un almohadazo se tornó su método preferido para despertarlo - funcionaba mejor que las tres alarmas consecutivas-. Julián era una tremenda vista con los cabellos hacia adelante y los ojos cerrados. Sorrento bromeaba con Seiya, Shiryu y Hyoga que ese aspecto pulcro de Solo era el resultado de largas horas frente al espejo. A pesar de encantarle su elegancia, descubrió que despeinado, somnoliento y hasta legañoso, le seguía calentando las orejas y las punzadas en el pecho no cesaban.

Durante las últimas semanas los campistas dejaron más tardes libres, permitiendo que los estudiantes pudieran explorar el campus. Fue así que Sorrento y Julián acabaron un miércoles por el puente de Meyer. Era de estilo oriental y de un rojo que acentuaba el fucsia de las camelias. A lo lejos los patos graznaban.

Hacía un sol radiante así que Julián puso la chaqueta bombera sobre su cabeza y la de Sorrento, quien lo miraba de reojo. El pianista era delgado pues no practicaba deportes, haciendo de su silueta más delicada. Era uno de los tantos detalles que el flautista podía nombrar. El otro y uno de los más notorios, era el hecho que contaba con opiniones sobre todo o casi todo -pasaba demasiado tiempo en Twitter, era inevitable-. Sorrento era bienvenido cada mañana con noticias de un influencer tomando decisiones moralmente cuestionables o algún youtuber en desenfreno. Sin embargo, Julián hablaba muy alto y movía demasiado las manos.

—Por supuesto que todas las empresas se volverían aliados de la comunidad ya que estamos en junio. Por cada lado que voy siempre hay un bendito arcoiris.

El flautista cerró los ojos.

—Pensé que te gustaría.

—Me gustan los arcoiris y amo junio. Es el mejor mes después del de mi cumpleaños. —Sorrento sonrió. Julián se arregló los lentes de sol—. Pero mira esto. Una tienda cobra ochenta dólares por una camiseta con la bandera de la asexualidad y veinticinco por un brazalete con la bandera lésbica.

—A ver. —Le quitó el celular. El polo era blanco y el diseño; no la gran cosa. Hubiera podido hacer uno igual a mitad de precio y con mejores resultados—. Bueno no creo que valga lo que cobren, pero puedes comprar en otro sitio.

Julián inhaló y frunció los labios. Sorrento supo que hablaría durante una hora sin parar. Quiso sonreír.

—El dinero no es el problema. Es la hipocresía. Crecí en Montenegro y en esa época, esta tienda solía ser la más visitada. Fue tanto su éxito que creyeron que podían hacer lo que quisieran sin ninguna consecuencia. Una vez dos chicos entraron a un establecimiento tomados de la mano y el manager los corrió. No sólo eso: cuando reclamaron unas disculpas públicas, el mismísimo director dijo que "no les debía nada a personas como esas". La noticia llegó a oídos internacionales y cerraron las tiendas de los países más indignados. Desde ese entonces, sus estrategias de marketing han estado enfocadas en parecer más tolerantes y dejar el pasado atrás. ¿Qué mejor forma que colgándose del mes más gay de todos?

One shots de Saint SeiyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora