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Indolente abandonó su diario y su viejo bolígrafo roído sobre la mesilla y se acercó hasta la ventana para cerrar las hojas de aluminio de un golpe. De repente sintió el recorrido de un insólito repeluzno por toda la médula espinal. La noche había caído y hasta donde la vista le alcanzaba todo estaba apacible y oscuro. Pero con su llegada también había hecho acto de presencia; el frío. La temperatura que acompañaba a la estación primaveral de mediados de mayo. Distraída apartó un revoltoso mechón de su frente recogiéndolo tras la oreja. Suspiró resignada y se apresuró escaleras abajo. Su parentela no tenía la culpa de su apatía y habían organizado ilusionados la celebración de su decimosexto cumpleaños. Mientras bajaba los peldaños escuchó sus susurros. – ¡Shhh! Que ya baja. ¡Preparaos!

 ¡Preparaos!

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Llenó los bronquios de aire, estiró con ambas manos su rubia cola de caballo y se dibujó una candorosa sonrisa en el rostro. Bajó hasta el descansillo y observó que el living-room permanecía en penumbra. Aquello no era nada sorpresivo, y el simple hecho de recordar como año tras año se repetía el mismo ritual, hizo que su sonrisa se viera menos fingida, imaginándolos expectantes y a la espera de su llegada, ocultos en la oscuridad de la agigantada sala decorada con globos de colores, que sus mismos padres se habrían encargado de inflar en secreto aunque con la inestimable colaboración del personal de servicio. Estaba segura de que tampoco faltaría el eterno cartel de «Feliz Cumpleaños» luciendo sobre la chimenea. El dulce recuerdo de los festejos de su más tierna infancia, la invadieron desarmándola, y cuándo al fin entró en el salón y las luces se encendieron, les mostró su sonrisa más sincera.

-¡Felicidades, hija! –Gritaron al unísono sus padres. Mientras Hugo la miraba con cara de sumisión y hastío, aburrido por lo que él consideraba una ñoña efemérides. Presuroso su padre se acercó hasta la gran mesa de comedor para mostrarle prendidas las dieciséis velas de la rica tarta de nata y trufa, (su favorita), que tendría que soplar este año. Una chocante felicidad la asaltó y obediente cumplió con el ceremonial apurando todo el aire de sus bronquiolos para apagar las velas. Sus progenitores aplaudieron cuándo terminó de hacerlo y la besaron y estrujaron exuberantes, mientras que su hermano se limitaba a sonreír divertido al ver como era espachurrada sin ninguna indulgencia. Le observó entre la contrariedad y la añoranza. Ya no quedaba casi nada de aquel niño que se deshacía en carantoñas con sus padres y hermana.

 Ya no quedaba casi nada de aquel niño que se deshacía en carantoñas con sus padres y hermana

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Sara es nombre de princesa (Chris Hemsworth)Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora