XXXV

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Discurrían las primeras horas de la mañana del día 18 de septiembre de 1665 cuando Sara abandonó el barrio de la Latina para acudir a la cita acordada con la marquesa de Valverde en la Iglesia de San Gil el Real, frente al Palacio del Real Alcázar. La tarde anterior casi con la llegada del anochecer había sido convulsa tras ser informados de la barruntada y temida muerte del monarca Felipe IV.

A esas horas tempranas todavía había pocos transeúntes por las calles de la ciudad. Sin embargo al llegar a las inmediaciones del Alcázar notó más presencia de guardias que de costumbre, además de numerosos curiosos que acudían y se agolpaban vestidos de oscuro, (ella misma lo hacía), para rendir tributo al soberano fallecido y fisgonear cuanto pudieran. Ya que la parte delantera del Alcázar era uno de los mentideros más concurridos apodado como el de «Las losas de palacio».

Al ver el gentío congregado ya tan temprano ante sus verjas vaciló por unos instantes de si había acertado en la elección del sitio para reunirse con Fabiola. Miró hacia arriba, a la torrecilla enladrillada de la pequeña iglesia románica de San Gil. En lo más alto las campanas de bruñido bronce la contemplaban reconcentradas. Tras unos segundos de duda decidió traspasar sus muros cargados de historia, de escudos de armas y de bajorrelieves. Había tomado una decisión. No debía temer nada al menos de momento. Solo era el encuentro de dos viejas amigas reunidas en un lugar sagrado para rezar por el alma de su rey finado.

En cuanto traspasó las puertas del santuario la envolvió la oscuridad y la quietud. El olor perpetuo a incienso y cera siempre le producía una extraña y dulce paz interna y se dejó invadir por ella. La necesitaba como un sediento un vaso de agua fresca. Se acercó hasta la pila más cercana y tomó en la yema de sus dedos unas gotas de agua bendita. Con rapidez se llevó la mano a la frente y la manchó al santiguarse. Luego caminó mesurada por el centro de la nave. Sabía que pisaba sobre una necrópolis. Miles de huesos humanos bajo sus plantas. A la vez miraba a un margen y otro los bancos de madera ya habitados por madrugadores feligreses. De seguro algunos trataban de acallar sus pecadoras conciencias con el rezo. Mientras otros, faltos de fundamentos a los que aferrarse para soportar la carga diaria, se apoyaban en su fe en Dios. Apartó de su mente los funestos pensamientos y siguió su corta travesía en silencio. Su parva nota era muy exacta. Esperaría a la aristócrata en las primeras bancadas del reducido templo.

Con sorpresa observó que su pelirroja amiga se le había adelantado. La vio justo en el extremo del segundo banco arrodillada frente al altar. Pese a la poca diafanidad que reinaba en el sitio, y al pañuelo de encaje negro que lo cubría, el bermejo cabello de Fabiola era inconfundible. Refulgía como un candil. Los titilantes reflejos de los cientos de velas que alumbraban en los lampadarios situados a ambos costados, en sendas capillas, hacían que su melena se viera de un fogoso encarnado. Aceleró un poco el paso procurando no llamar demasiado la atención y se sentó a su lado. Esperó cautelosa unos minutos. Los necesarios hasta que Fabiola terminó de rezar y se incorporó en su asiento. Después la joven cortesana la miró diciéndole en voz baja. –Sally, os agradezco vuestra puntualidad.

Sara le sonrió leve diciéndole en el mismo tono bajo. –Soy yo quién debe agradecérosla. Después de todo fui yo quién os citó aquí, y seguro que estaréis muy atareada.

Fabiola asintió efímera y respondió asertiva. –No os falta razón. La muerte del rey ha sumido a toda la Corte en una gran desazón y también en un alboroto constante. Todo son preparativos para su enterramiento. Pero dejando eso a un lado... Vuestra cita en esta parroquia me tiene desconcertada. No me parece un sitio adecuado para mantener una conversación, Sally.

Respiró afanosa pidiéndole. –Llámadme Sara, por favor, Fabiola. Ya nadie me llama Sally. Y Tenéis razón. Este no es un sitio apropiado para platicar. Pero lo precipitado de mi necesidad de hablar con vos solo me trajo este nombre a la cabeza. Podríamos conversar junto a una de las capillas más alejadas del altar. ¿Os parece bien?

Sara es nombre de princesa (Chris Hemsworth)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora