XXXII

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Un tiempo después al abrigo de un roble centenario Gaspard se hallaba plantado de pie frente a una tumba, aferraba el mango de su bastón con ambas manos, y con tanta fuerza, que sus nudillos estaban pálidos. La base que le servía de sostén a su pierna herida se hundió unas pulgadas en la hierba víctima de su propio peso y de la rabia que le consumía. Sentía las piernas flojas como si hubieran perdido firmeza y no estuvieran bien afianzadas sobre la tierra que tenía debajo. En efecto, los sólidos cimientos en los que su vida se había basado hasta ese instante, se estaban desmoronando piedra a piedra, haciéndole consciente una vez más de su pequeña voluntad zarandeada con vileza por el inevitable destino. Un destino escrito con trazos firmes en los folios que ahora, desperdigados por el húmedo césped, decoraban la sepultura de Èglantine Audemar como si se tratara de un ramo de lirios amarillentos dejados allí a su suerte.

Ni siquiera oyó los pasos de su esposa al llegar junto a él. La muchacha se colocó a su lado santiguándose y le comentó. – ¡Al fin he dado contigo, Gaspard! Te he buscado sin éxito por todas partes. Por fortuna tu hermano me guió hasta aquí. Pensó que habrías venido a visitar a tu madre. –Aún sin percatarse del estado en el que se encontraba su esposo adicionó con interés. – ¿Así que éste es el sitio dónde descansa Èglantine?

Él guardó silencio todavía imposibilitado para decir nada. Sara lo tomó como el recogimiento respetuoso de un hijo ante la última morada de su progenitora tras mucho tiempo alejado de ella. Sin embargo su cejo se frunció al apercibirse de las cuartillas dispersas y arrugadas que adornaban el césped. Distribuidas al azar como si fuera la gamberrada de un vándalo. Algo del todo irrespetuoso, y volvió a preguntar con renovada atracción. – ¿Qué son esos papeles ahí tirados? –El desganado militar encogió los hombros y respondió con voz rota.

–Si quieres puedes leerlos. No son más que la confirmación de una vida cimentada en el engaño.

Su bonito ceño se contrajo más aún y estudió con fijeza a su marido. Su esclerótica lucía sospechosamente enrojecida y las estrías que se le formaban alrededor de los ojos cuando se enfadaba, se veían aún más acentuadas que de costumbre. Con preocupación se agachó para recoger uno por uno del suelo los pliegos arrebujados. Luego trató de plancharlos con sus propias manos. Interesada buscó el folio que daba comienzo a la carta. El encabezamiento. Aunque parecía tratarse de un relato. Ansiosa comenzó la lectura:

Toreno, León, Otoño de 1658.

Querido Gaspard:

Hijo mio si estás leyendo esta carta es que ya me he ido y tu padre ha cumplido con el encargo que le encomendé de hacértela llegar.

Antes de nada quiero pedirte perdón por no tener el valor suficiente para contarte esto cara a cara y escudarme en una fría carta. Lo más apropiado hubiera sido que nos sentáramos uno frente al otro y tratara de contestar a tus dudas, y también aguantara resignada tu desaprobación. Pues sé que me la merezco. Pero me falta el coraje y la fuerza perdida en la lucha contra esta cruel enfermedad.

La historia de mi vida ha sido la de una existencia plagada de cambios. Unas veces, forzados, otras, deseados. Pero siempre necesarios.

Nací en Rambouillet, una localidad próxima a Paris, un día 20 de Octubre de 1603, (es curioso, creo que moriré por las mismas fechas). Mas no nos desviemos de nuestra historia. Fui el fruto del matrimonio concertado entre tus abuelos: Un francés notable, El Duque Jean Pierre Audemar, y una austriaca reafirmada en española, Doña Úrsula de Estiria. Como bien sabes, tu abuela Úrsula era prima en segundo grado de la reina Margarita de Austria-Estiria, madre de nuestro soberano actual, Felipe IV.

De edades similares, Úrsula y Margarita, siempre fueron grandes amigas desde su más tierna infancia, y cuando ésta última se casó con el Rey Felipe III, cambiando la corte austriaca por la española, mi madre la acompañó siendo una de sus damas de compañía, hasta que su matrimonio con el duque de Audemar las separó. No obstante nunca dejaron de mantener el contacto mediante cartas.

Sara es nombre de princesa (Chris Hemsworth)Where stories live. Discover now