XXIX

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17 de junio de 1663

Ciudad de Badajoz

Querido diario:

Vuelvo a retomar mi hábito de escribir mis vivencias y así descargar mi conciencia y mis pensamientos en ti.

La tarea no ha sido nada fácil. Antes de llenar esta cuartilla, he estropeado otra media docena de hojas emborronándolas con garabatos ininteligibles, y es que las herramientas no son las mismas que usaba allá por el siglo XXI. Ya sabes, un bolígrafo o una oportuna pluma estilográfica. Ahora tengo que apañármelas con lo que la época pone a mi servicio. Creía que no sería tan complicado escribir con una pluma de ave bien afilada. Pero he descubierto que es todo un arte, y que uno ha de emplearse a fondo como si se tratará de una carrera de obstáculos. Subsanados los iniciales errores, y con una escritura mucho más diestra, paso a relatarte los últimos acontecimientos decisivos que se han producido en mi extraña existencia.

Supongo que son ese tipo de sucesos los que marcan un antes y un después en la vida de cualquier ser humano. En este caso en la mía. Una mujer ahora completa.

Tras pasar por mil vicisitudes como Sara Galván, vine a dar con mis huesos, o más bien, los huesos de Sally Neila, a la misma parte del mundo pero en otra época desemejante, el siglo XVII. Quiero creer que mi espíritu no se conformó con dejarse matar por el insensible Dario Bartholomew, y que surcó el espacio-tiempo en busca de Gaspard Pizarro. Un hombre que guardaba el mismo físico, pero que en contraste con Dario, pura maldad y codicia, era justo y generoso.

Me enamoré de él cuando vi su magnífica figura por primera vez en una sala del Prado, pintado en un gran lienzo al óleo por Velázquez. Desde ese mismo instante sentí que algo mágico nos conectaba. Tal vez ese hilo rojo invisible, el hilo del destino del que hablan las leyendas japonesas, que se puede estirar o contraer en función de lo lejos o cerca que uno esté del otro ser al que está vinculado. Pero jamás puede romperse. Desconozco si ese filamento encarnado puede traspasar y unir a personas que vivan o hayan vivido en otras épocas. Lo único que sé es que yo me sentía conectada a Gaspard de manera ilógica, en cuerpo y alma, y que al final el destino de forma fantástica y loca, nos unió.

Mi aterrizaje en el siglo XVII no fue plácido. Yo no entendía bien los mecanismos por los que había venido a parar hasta aquí atrapada en la sustancia de una joven veleidosa y prepotente. Insensible a los problemas de su tiempo. Indiferente a los sentimientos de Pizarro, con el que había roto hacía más de medio año, abandonándolo a su suerte en la cruel lucha contra los portugueses en la que llevaba involucrado ya más de tres años. No obstante, Gaspard había corrido en mi busca una vez más para salvarme la vida. Abnegado y lleno de misericordia hacia mí. En realidad, hacia Sally Neila, la mujer de la que seguía enamorado. Cuando logré recuperarme, o más bien cuando el ánima de la joven caprichosa, abandonó su cuerpo y la mía la sustituyó, el capitán se sintió confuso. No comprendía mi nuevo comportamiento tan distinto al anterior. Nuestros carácteres chocaron, se acercaron y separaron en varias ocasiones. Si bien nuestra conexión nunca llegó a extinguirse. Era imposible. Nuestros corazones latían al unísono. Nuestras almas eran una sola. Almas gemelas.

Ayer por la mañana en la Iglesia de Santo Domingo unimos al fin nuestras existencias y nuestros destinos en el vínculo sagrado del matrimonio. Fue una ceremonia sencilla en la que nos acompañaron sólo Constanza, gobernanta de Gaspard, y ahora mi mejor amiga, y Marte Jordán, su lugarteniente. Un hombre de aspecto terrible. Ambos actuaron como testigos y también hicieron las veces de padrinos. No hubo celebración ni tampoco ningún invitado. Como respeto a los más de doce mil muertos en la refriega de Extremoz, y en especial al adolescente hijo de Constanza, Miguel.

Sara es nombre de princesa (Chris Hemsworth)Onde histórias criam vida. Descubra agora