XXXIX

2 0 0
                                    

Los dieciocho días ulteriores los pasó como siempre, sumergida en lo que más amaba, su trabajo. Corrían los postrimeros días de un mes de junio más que sofocante afanándose frente a un reducido bodegón con un paño de franela. Limpiaba con delicadeza la pintura oleosa. Sabía que no sería un proceso fácil. El lienzo estaba muy sucio y le faltaba pintura en algunos tramos bastante fundamentales. Pero era paciente. Uno no se podía dedicar a la restauración sin tener paciencia.

Martina, su compañera extranjera, se puso a su vera y le dijo en voz baja y con su acento encantador. – ¿Cuánto crees que te llevará reparar este cuadrito?

Giró la cara para mirarla aunque sin apartar la vista del trabajo y respondió estoica. –Unos meses nada más. Aunque el barniz está muy amarillento. Pero dado que es pequeño. No me llevará demasiado tiempo.

La chilena autorizó con la cabeza añadiendo con voz experta. – ¡Sí! Lo que más te va a llevar va a ser suplir esas zonas de ahí con nueva pintura.

– ¡Aja! –Y continuó con su delicado quehacer. Su amiga sonrió a la coleta rubia de su despistada amiga y carraspeó preguntándole.

–Sarita... ¿Sabes que hora es? –Absorta amusgó los ojos mirándola con sus grandes ojos sin comprender. Luego se mordió el labio e inquirió avergonzada.

– ¿Ya es mediodía? –Martina puso los ojos en blanco y ella depositó la gamuza sobre la mesa más cercana excusándose. – ¡Lo siento! Ya sabes como soy... siempre se me va el santo al cielo. –La morena americana soltó una carcajada y apostilló.

– ¡Lo sé! Por eso vengo a buscarte siempre, Sarita. ¡Anda, vamos! Mis tripas necesitan un buen tentempié.

Se apuró para seguir a su activa compañera que ya caminaba ligera por los pasillos del sótano dedicado al almacenamiento y reparación de las obras de arte que allí se custodiaban. En el trayecto se deshizo y volvió a hacerse la cola alta que lucía su lacio pelo empeñado siempre en ir mal peinado. Casi cuando iban a abandonar el museo para ir a una tasca donde siempre almorzaban, un recepcionista la llamó. – ¡Señorita Galván! ¡Espere!

Se giró a tiempo de ver como el muchacho llegaba hasta ella casi sin resuello. La bonita dentadura de dientes blancos y perfectos resplandeció ante ella que le preguntó fisgadora. – ¿Qué ocurre, Daniel? ¿Dónde está el fuego?

El recepcionista sonrió dejando aún más al descubierto su simétrica ortodoncia y le respondió. –Espero que en ningún sitio, señorita Galván. ¡Mucho menos aquí!

Sara también sonrió e imaginariamente cruzó los dedos. No le gustaría ver arder como una tea tantas obras de arte y valor incalculable. El chico le entregó un sobre de color amarillo paja. Lo examinó con intriga. Por la calidad del papel se veía que era caro. Pero, « ¿De qué se trataba?». –Daniel le explicó. –Esto ha llegado esta misma mañana para usted. Siento no habérselo entregado antes pero otros asuntos me han tenido muy ocupado. Quién lo trajo dijo que era importante y que debía entregárselo en mano, y especificó: «Solo a la señorita Sara Galván». –Frunció el cejo. Aquellas enigmáticas especificaciones la dejaron aún más interesada. Aún estaba con la mirada fija en el envoltorio cuando el joven comenzó a alejarse diciéndole. – ¡Misión cumplida! ¡Buenos días, señoritas! He de seguir con mi trabajo.

Levantó un tris la mirada del hermético sobre y le dijo al cogote. – ¡Gracias, Daniel! –El muchacho agitó la mano mientras se alejaba restándole importancia.

Martina se acercó hasta ella y le preguntó cotilla. – ¿Qué es ese sobrecito tan distinguido?

–No tengo ni idea. –Nerviosa le dio vueltas en las manos sin saber muy bien que hacer, mordiéndose el labio inferior con denuedo, como siempre que estaba inquieta. Su fisgona colega le arrebató de un golpe el sobre de las manos. Chilló e intentó extraérselo pero fue inefectiva. La chilena, habilidosa, lo abrió leyendo con voz engolada:

Sara es nombre de princesa (Chris Hemsworth)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora