―Hay algo que tengo claro, Hampshire, tú me gustas. Ahora quiero saber, ¿qué te gusta a ti? Escoge el día y el lugar. Soy todo tuyo.

Camille agachó un poco la cabeza, en sus mejillas se dibujaron dos lindos hoyuelos. Estaba satisfecha de haber tomado la decisión de hablarle. En ese segundo lo había decidido, era muy importante para ella, quizá para otros no, pero siendo una persona reservada y retraída, despedirse con un beso en público era una muestra de interés genuino en su persona. Sí, Sebastian era merecedor de esa muestra y se la iba a dar. Pero, al levantar la vista del suelo, ya él no estaba allí.

No podía negar que le molestaba un poco, pero, sin embargo, ¿no había sido esa peculiaridad de su vecino lo que primero captó su atención?

(...)

Las horas del comienzo de la tarde se arrastraron lentas, con la parsimonia típica de los momentos que se esperan con ansias. La mañana la sorprendió con apenas un par de horas de sueño y sólo quería que todo pasara.

Camille jugaba con la costura de sus pantalones, sus uñas rascaban la tela mientras se cargaba de paciencia con el transcurrir de los minutos. La sala común del departamento siempre olía a comida recalentada que odiaba, y sus paredes tenían un color amarillento que evocaba humedad y musgo. Sus compañeros también se encontraban allí, compartiendo un par de palabras mientras esperaban por Murphy. El jefe apareció un rato después, se sentó en un escritorio y los miró sin mucho interés.

—El caso está cerrado, pero falta una firma de los de arriba. Ya saben cómo funciona esto. Tienen que revisarlo todo y dar su visto bueno. Por lo demás, pueden marcharse. Buen trabajo
— Extendió su mano hacia Gálvez para estrechársela.

Repitió su acción con Camille, aunque con ella no sonrió, no le dijo una sola palabra más que lo estrictamente protocolario. Si bien el inspector Murphy era alguien a quien respetaba mucho, nunca habían terminado de llevarse bien. La detective abandonó la sala y se dirigió a la salida sin despedirse de nadie. Quería estar sola.

Lamentablemente, sus deseos se vieron negados. Fuera del edificio, una jauría de periodistas como perros sedientos de sangre, la esperaban. Parecían organizados y no tardaron en formarse en un círculo a su alrededor. Las cámaras, las personas empujándose, el zumbido y las interrupciones de los micrófonos que se encontraban en alto... Todo eso la había comenzado a abrumar en cuestión de segundos. Estaba acorralada sin poder moverse.

—¿Es cierto que no hizo nada por salvar la vida del sospechoso cuando se suicidó frente a usted?

—¿Cómo se siente sabiendo que ese asesino jugó con todo su departamento?

—¿Es verdad que el obispado se ha puesto en contacto con usted tras la muerte de una monja?

Camille quiso escapar, abrirse un hueco y salir corriendo a un lugar seguro y lejos de las intrusivas voces que no cesaban en su acoso. Querían carnaza, querían sangre y no se detendrían por nada del mundo. Sintió un mareo cuando comenzaron a empujarla, casi zarandeando sus hombros. Cuando sentía que iba a enloquecer, algo la agarró en medio de los cuerpos apretados y tiró de ella hasta sacarla del revoltijo.

Casi se chocó de frente con Gabriel debido al impulso. El segundo que transcurrió en sus cabezas fue mucho más largo que el tiempo marcado por la aguja del reloj. A Camille le pareció notar sus manos firmes sobre su cintura, sus ojos inconscientemente bajaron hasta sus labios y trató de retirar la mirada en vano, pues él estaba ocupado apartándola del barullo y escondiéndola tras su espalda.

—Este caso aún sigue su curso, falta el papeleo. Lo que significa que no planeamos dar ningún dato. Una vez cerrado, sabrán todo lo necesario. Gracias, pueden retirarse.

La línea del placer [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora