22. Revelación

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Nat esbozó un puchero, rehusándose a entrar en el auto.

—Basta, no seas dramática —la reñí desde el interior. Puse los ojos en blanco.

—Adiós, Seattle —murmuró ella, a nadie en particular—, estuvimos muy poquito contigo.

—Y casi se murieron por haber venido —masculló Alocer, con las facciones ligeramente teñidas de irritación, apoyado sobre su vehículo que estaba justo al lado del nuestro—. No puedo creer que perdieron todo el armamento que les dejé, par de bobas.

—Y bastante ropa —agregó Nat, volviendo a hacer un gesto triste al recordarlo—. Menos mal dejamos los celulares aquí.

Me giré para sacar un poco la cabeza por la ventana abierta de mi lado. Amediel, que estaba afuera, frente a mi puerta, me observaba en silencio. Se inclinó también para acercárseme cuando notó la inquietud en mi expresión.

—¿En serio no vendrás con nosotros? —inquirí en voz baja.

—Sí iré con ustedes, Amy —me explicó con paciencia nuevamente—, solo que no en esta odiosa máquina. Nos encontraremos en Portland.

Torcí el gesto, pensando si acaso el verdadero motivo por el que no iba en el auto con nosotros era el hecho de que le había mentido de nuevo, que le había ocultado también el asunto del hombre de mis pesadillas. Desde la noche no me había comentado nada al respecto, y yo aún estaba preocupada por ello.

—Perdón que me meta —apostilló Nat cuando por fin entró en el auto, al lado de Kalei—, pero si quieres quedarte con Amy, ¿no deberías irte acostumbrando a estas odiosas máquinas? Digo, ¿no te van a cortar las alas o algo así?

Amediel apretó los labios levemente, y yo me volví hacia ella para darle un manotazo en el hombro.

—¡Ay! Qué agresiva...

—Bien, cuando se decidan por fin a irse —expresó Alocer desde el exterior, con tono determinante, y se colocó unos lentes negros que obstruyeron esos azules ojos suyos—, nos veremos allá.

Le llamé para preguntarle dónde nos veríamos finalmente, pero él no hizo caso. Cerró la puerta del conductor sin agregar nada más, y, en el siguiente minuto, el flamante vehículo negro ya estaba virando hacia la calle para perderse con una velocidad fascinante de mi campo de visión. Tuve que reprimir un jadeo de asombro.

Amediel volvió a inclinarse en mi ventanilla, apoyando una mano en el borde, esta vez más cerca de mi rostro.

—Estaré cerca de ustedes, pero desde altura —aseguró, en un tono tan bajo que solo yo le oí.

—Como amante de las reglas, Kalei es buen conductor. —Sonreí—. Llegaremos bien.

Una pequeña sonrisa curvó sus labios también.

—Cuento con ello.

En plena luz de día, temprano como era, ese gesto era una visión maravillosa. Me parecía que el brillo del sol le iba perfectamente a él, a su aura, al tono de su cabello ordenado y el cálido matiz dorado de sus ojos. Puse mi mano sobre la suya y me quedé mirándolo un par de segundos, mientras deseaba poder arrimármele más para despedirme como era debido, aunque sabía que en realidad se mantendría tan cerca que ni siquiera nos perdería de vista.

Cuando ya no esperaba que hiciera ningún otro ademán, se acercó de nuevo y presionó sus labios sobre mi frente. Aprecié avivadamente cómo una agradable sensación templada me surcaba el pecho. Kalei desvió la mirada e hizo que buscaba algo debajo del asiento como para darnos algo de privacidad. Nat hizo todo lo contrario y se giró en el asiento, con la emoción colmándole las facciones.

EtéreoWhere stories live. Discover now