10. El mensajero

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—¿Que quieres que haga qué? —inquirió Kalei desde el auricular de mi celular en altavoz.

Con las manos firmemente agarradas al volante, cerré los ojos con fuerza por dos segundos y solté otro suspiro entrecortado.

—Por favor... —susurré con tono ahogado—. Eres la única persona en quien confío en estos momentos.

Se quedó en silencio por unos cuantos instantes.

—¿En serio? —Le escuché un murmullo ininteligible, y luego un leve, casi inaudible gruñido—. ¿Y tú dónde estás?

—En el auto, voy camino a la ciudad. Kalei, por favor, necesito que la encuentres —pedí de forma atropellada—. No responde mis llamadas desde que se le cortó la línea... Si le pasa algo, te juro que yo...

Alcancé a oír un suspiro desganado.

—Bien, buscaré a tu amiga —dijo—. Trataré de contactar también a Amediel.

—D-de acuerdo... —Aunque no creí que eso fuera posible. Cuando la llamada de Nat se cortó, él se marchó sin siquiera permitirme pedirle ayuda. Simplemente se largó, sin decir nada. Y tiempo era lo que menos tenía que perder. No podía esperarlo a él ni a nadie, por lo que me subí al auto y llamé al único que pensé que podía ayudarme a hallar a Nat.

—Nos vemos en esa dirección entonces —avisó y, sin más, me colgó.

Le había dado la dirección de GPS del celular de Nat. Tanto ella como yo teníamos siempre activada esa aplicación, precisamente por si llegaba a ocurrirnos esto... solo que todas las veces que lo conversábamos, pensaba que la que iba a estar en peligro sería yo. Esperaba que ella continuara en la última trayectoria que había indicado su celular, hasta antes de parecer que se había apagado.

Pisé el acelerador y deseé arduamente tener de esos vehículos que parecían que volaban en la carretera, porque me daba la impresión de que este iba lento incluso cuando sentí que la fuerza del impulso me echó hacia atrás en el asiento. Y no podía dejar de hacerme preguntas. ¿Alexander estaba con ella? Y si lo estaba, ¿podía defenderla de quien fuera que la estuviera persiguiendo? ¿Sería más fuerte?

El corazón me martilleaba de forma violenta y dolorosa, el sudor me bañaba la frente. Rogué mil veces, en mi fuero interno, mientras seguía avanzando en el camino, para que ella estuviera a salvo.

Una llamada entró a mi celular, haciéndome sobresaltar. Sentí una punzada de decepción cuando vi que no era Nat, pero al mismo tiempo de alivio cuando distinguí el nombre «Kalei».

—¿La hallaste? —pregunté apenas deslicé el dedo por la pantalla.

—No. Estoy en la dirección que me dijiste. No la veo aquí, Amy.

Apreté los labios y negué con la cabeza.

—Llámale, grita su nombre. Tiene que estar ahí, su ubicación mostraba...

—Seguiré buscándola —dijo cuando mi tono de voz fue disminuyendo tanto que se apagó—. La encontraremos, Amy. No me cae nada bien, pero no por eso dejaré que la lastimen. Te espero aquí.

El comenzar a advertir el panorama de la ciudad no significó un consuelo, porque de algún extraño modo sentía que cada vez estaba más lejos. El trayecto hasta Simone's Avenue, la dirección que me marcó el GPS del celular de Nat, se me hizo eterno. Estacioné sin cuidado y salí corriendo hacia la calle para observar a los alrededores. Era de día, había gente, pero aun así no logré hallar a la única persona que necesitaba ver.

Enredé los dedos en mi pelo. Sentí, repentinamente, cómo la respiración se me aceleraba y que un descomunal desespero se apoderaba de mí. En ese momento logré visualizar a Kalei al final de la cuadra, y sin pensarlo dos veces me apresuré hasta llegar a él.

EtéreoWhere stories live. Discover now