19. Contracorriente

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Apenas subí a la cubierta por la mañana, Nat me miró con clara sorpresa. Y, un segundo después, dejó escapar una risita baja.

—Parece que alguien no durmió bien —dijo en son de burla—. Estás igual que Kal.

El interpelado torció el gesto. Arrastraba también vestigios de cansancio en el semblante, seguramente porque, como él mismo había dicho, la presencia tan cercana de los demonios lo incomodaba.

—Pasé la maldita noche en el baño —me quejé, sobándome la sien derecha. Sentía los párpados hinchados por haber pasado buena parte de la madrugada despierta, mareada. Y, además, lo cierto era que, después de la conversación que tenido con Azazziel, no logré seguir durmiendo con normalidad como había querido.

Simplemente no lo conseguí, por más que intenté. De hecho, entre tanta vuelta que me daba, al final terminé despertando al pobre ángel que sí descansaba tranquilo.

De soslayo, vi cómo Amediel frunció el ceño con leve preocupación mientras me miraba.

—Descuida —me animó Nat—, se te pasará. Traje unas pastillas para el mareo, intuía que te pasaría esto.

—¿Segura de que no quieres intentar descansar un poco? —sugirió Amediel mientras ponía una mano en mi hombro.

Le dediqué una pequeña sonrisa, pero negué con la cabeza.

—Descansé bien contigo.

Él tensó los labios, pero se limitó a asentir y desviar la vista. En ese gesto me pareció que, si hubiera podido ruborizarse, lo habría hecho. La idea me hizo sonreír de nuevo, pero ahora para mí misma. Me resultaba increíble poder provocarle eso.

Nat alzó la vista hacia nosotros.

—Oye, Amediel, anímala. Haz la pose del Titanic con ella.

Kalei, que estaba sentado en un borde elevado del barco, limpiando una daga con un pañuelo, levantó la cabeza y la miró confundido.

—¿La pose de qué? —preguntó.

Nat lo miró torciendo el gesto.

—Ah, nada, olvídenlo.

Yo estaba demasiado abstraída y agotada para reírme.

—¿No sientes ninguna señal? —inquirí, hundiendo el entrecejo. Amediel no necesitó que le explicara a qué me refería.

—Nada, además de esos tres. —Sus labios hicieron una mueca de desdén casi imperceptible mientras dirigía una mirada fugaz hacia la parte delantera del barco, donde debían estar los demonios.

—¿Han dicho algo? —insistí, mirando a los chicos.

—Ni se nos han acercado —respondió Nat, encogiéndose de hombros.

—Yo lo prefiero así —murmuró Kalei, regresando la atención al arma que descansaba sobre sus piernas.

Aprecié cómo la frustración se unía a mi miedo. Respiré hondo, desviando la vista hacia nuestro alrededor, y fruncí más el ceño. Si bien el movimiento ondeante del barco me tenía enferma, la voz en mi mente instaba en que el movimiento agitado de las olas no se comparaba con el desastre que habíamos visto el día anterior, ni el terror que nos había sembrado al ver el noticiero. Había algo diferente, y no creía que Leviatán se hubiera calmado con el pasar de los días. Tenía que haber algo más...

Una sensación pesada me estrujó nuevamente el estómago.

—Hablaré con ellos —dije.

De inmediato las expresiones, tanto de Kalei como de Amediel, denotaron reprobación, mas no alegaron. El primero se puso de pie y el ángel se situó a mi lado, para dar a entender que irían conmigo.

EtéreoWhere stories live. Discover now