14. No es él (Segunda parte)

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—De acuerdo, el plan es que vague por la ciudad hasta que el collar brille y logre dar con los desgraciados esos, sean quienes sean... Tal vez sumamente peligrosos. —Me mordí el labio inferior con algo de fuerza, sin importarme el dolor porque estaba apreciando un cúmulo de pánico en el estómago. Miré hacia abajo. Alexander alzó la vista y movió las orejas—. Aunque no sé si se acercarán si estás aquí conmigo.

El perro emitió un bufido como si hubiera protestado. Torcí el gesto, dubitativa, pero terminé tomando la decisión que más me pulsaba en el pensamiento.

—Tienes que alejarte —le ordené. Dejé caer una mano para acariciar su lomo—. Pero mantente cerca..., por favor.

Él bajó la cabeza y le alcancé a oír un gruñido malhumorado antes de verlo acelerar el paso, logrando que las personas que estaban cerca de él se apartaran y soltaran ligeros jadeos de asombro por su tamaño. No me preocupaba demasiado que se alejara hasta perderse de mi vista; era perfectamente capaz de cuidar de sí mismo, y estábamos unidos de tal modo que un solo silbido podía atraerlo de vuelta a mí.

Un suspiro de puro nerviosismo me abandonó cuando ya no pude distinguirlo entre la gente, y ya a esas alturas el cielo era lo bastante oscuro como para dificultar la perspectiva. Ahora, sin siquiera su compañía, el temor aumentó; desde luego, porque probablemente si las cosas salían de acuerdo con lo planeado, iba a tener que volver a lidiar contra seres que me superaban en todo aspecto. Tendría que pelear por estar viva... de nuevo. Y si bien en estos momentos estaba algo más equipada con algunos objetos muy útiles, que el propio Alocer me entregó antes de irme, además de llevar conmigo esa maldita daga que detestaba, el temor a la muerte era inherente.

También existía cierta posibilidad de que no sucediera nada hoy, y, de hecho, tenía entendido que no me hubieran hallado porque, al parecer, esa era mi habilidad: pasar inadvertida. Ser invisible a sus ojos.

Pero ahora yo estaba dirigiéndome directo hacia ellos, y eso cambiaba las cosas.

Los recuerdos de lo que sucedió esa horrible noche en Los Túneles de Shanghái surcaron mi mente. Sería tal cual... igual de peligroso. Igual de mortal. Tan cercano a estar al borde de la muerte y todavía sin terminar de entender por qué me sucedía esto a mí. De súbito, acompañando al temor, se ciñó a mí un sentimiento de furia contra nadie en particular... Aún. Una voz en el interior me hizo eco y juró que, si algún día llegaba a descubrir al culpable de que mi maldita alma fuera invisible, a ese mismo sujeto sin rostro que parecía tener relación con el hospital incendiado y —quizá— con que haya revivido, yo misma lo iba a hacer pedazos. Era lo menos que se merecía.

Las nubes en el firmamento daban la impresión de que iba a llover dentro de poco, el viento soplaba lo suficiente como para moverme los mechones sueltos de pelo. Pero los temblores que me atacaban, estaba segura, no era por eso. Las dudas eran muy persistentes. ¿Iba a poder hacerles frente a quienes fueran esos tipos? Había una gran posibilidad de que se tratara de las diablesas a las que Amediel se enfrentó, o eso pensaba. Y si era así, si ni siquiera él pudo exterminarlas en aquella batalla, ¿qué quedaba para mí? ¿Estaría preparada? ¿O me harían mierda como varias veces antes ocurrió en el pasado con Mabrax, con Naamáh o Hythro? ¿Y si se trataba de ella? Las frecuentes pesadillas que había estado teniendo últimamente con la diablesa de pelo rubio me indujeron a balancearme demasiado de que así podía ser.

Regresé al Volkswagen que había dejado estacionado, y decidí conducir por otro trayecto más o menos largo, con el interior por completo en silencio sepulcral. Nat estaba con Alocer, por ella no debía preocuparme. Kalei y Amediel se habían organizado a su modo, seguramente el primero rondando desde tierra y el segundo viéndolo todo desde el cielo..., preparados para ayudarme si es que los llegaba a necesitar, ¿cierto?

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