36. Detonante

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Por petición de Nat y mía, Akhliss y Khaius desplazaron a Memphyss hasta el sofá, luego de que lo descubriéramos cabeceando con los párpados cerrados. Ambos lo arrastraron prácticamente, tirándolo solo su ropa, con recelo de que en cualquier instante pudiera quemarlos.

Cuando Akhliss le inmovilizó los pies para que no pudiera huir, él esbozó una sonrisa. Inmediatamente ella alejó las manos, pero nada pasó.

—¿Te asusta? —se burló él—. No duele tanto...

—Di una maldita palabra más, y haré que pierdas otro diente. —Ella terminó de hacer el nudo de un último tirón brusco, y temí que pudiera cortarle la circulación de la sangre.

De soslayo, noté que Nat se había escurrido al piso de arriba, estuvo unos cuantos minutos y cuando regresó traía un edredón grueso entre los brazos. Lo agitó para luego cubrir el cuerpo de Memphyss con él. Le vi fruncir el ceño, pero unos segundos después pareció sobrecogido por el acto.

—Gracias... eh...

—Nat —le informó ella con naturalidad—. ¿Cómo debo llamarte? ¿Adam o Memphyss?

Él curvó los labios hacia abajo con desinterés.

—Me da igual.

—Me gustan los nombres raros, así que Memphyss.

La miró con un leve brillo de confusión y curiosidad en sus oscuros ojos, pero después dejó escapar una breve risa.

—Está bien —aceptó en un murmullo. Pareció querer hacerle una pregunta más; no obstante, apretó los labios y se limitó a echar la cabeza hacia atrás, tratando de acomodarla en el apoyabrazos.

Nat se giró para encararme con un aire muy animado. Me sacó de balance la sonrisa que tenía gradaba en el rostro.

—No entiendo cómo puedes sonreír —farfullé, esforzándome por no usar un tono tan austero—. Tenemos a un hombre atado en el sofá, como si fuéramos unos malditos psicópatas.

—Porque lo hallamos, por fin —respondió con simpleza, al tiempo que me agarraba de los hombros—. Y no es la persona mala y temible que yo creí que sería. ¡Y finalmente ya sabemos qué eres!

Torcí el gesto mientras mi vista se desviaba hacia Memphyss, que ya había cerrado los ojos y tenía la boca ligeramente entreabierta, ajeno a nuestra conversación. Lo cierto era que me parecía que Nat estaba dando por hecho algo que todavía era muy pronto asegurar. Si bien era verdad que él daba la impresión de no ser mala persona, me seguía pareciendo todo tan extraño. Atraparlo fue demasiado... fácil. No opuso resistencia alguna.

Sí, de acuerdo, ningún humano podría haber detenido un salto de Alexander, pero, en todo este tiempo, ¿habría sido así de sencillo vencerle? Tanto como a... mí. Igual de frágil y débil.

Igual de mortal.

Nat me sacó de mi ensimismamiento cuando situó con cuidado las manos encima de mi vientre. Un destello de sorpresa le surcó la mirada.

—Wow... De la mañana hasta ahora ha crecido.

Por acto reflejo, le imité. La dureza de mi piel —más bien, de lo que había debajo de ella— me impactó nuevamente. Tenía razón, aunque era algo poco imperceptible.

Aun así, era un cambio demasiado veloz. La impresión —y también el temor— me dejaron muda por un minuto.

—Estarás bien —me dijo cuando notó que yo no podía responder—. Todos haremos lo necesario para que así sea. Ya sabes que para ellos esto es normal. Ahora, yo por lo menos debo descansar. —Sus labios se curvaron en otra sonrisa, pero esta vez más cálida—. Y considerando cómo ha sido el día, deberías hacerlo también.

EtéreoWhere stories live. Discover now