38. Traición

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No tenía ni la menor idea de hacia dónde nos dirigíamos. Lo bueno —o quizá no tanto— era que Memphyss conocía Seattle como la palma de su mano. Fue dándole las indicaciones a Kalei. Llegar a aquel punto nos iba a tomar mucho menos del tiempo que ese ángel le había dado.

Yo mantenía la mirada clavada en la ventanilla, aunque no podía ver demasiado con la lluvia que caía. El corazón me martilleaba a una velocidad alarmante. No podía dejar de pensar en las palabras que había dicho Azazziel la noche anterior: «Amediel quiere vengarse».

«No crees eso realmente», adivinó la voz de mi mente.

Sacudí la cabeza. No, lo creía. Con todo el daño que le había causado él se había quedado, ayudaba cuando se le necesitaba e incluso estaba pendiente de facilitar cualquier información.

«Pero lo hizo porque aguardaba precisamente este momento». Me afirmé la cabeza, sin ánimos de oírla; pero aún así siguió: «No intervino cuando Azazziel y tú volvieron a estar juntos, porque lo necesitaba con la guardia baja. Y, sobre todo, no se atrevió a luchar por ti».

—¿Pero de qué lado estás? —mascullé entre dientes, con la voz más baja que pude.

Memphyss se giró en el asiento para mirarme con curiosidad. La voz se calló de forma súbita y pude apreciar una aflicción terriblemente inmensurable en sus facciones.

Me estaba devanando los sesos para hallar algunas palabras de aliento, cuando oí que Kalei jadeó.

—¿Kalei? —inquirí, inclinándome hacia él, notando que se había tensado ligeramente—. ¿Qué pasa?

—Lo siento —respondió en un murmullo apenas audible—. Es la energía de Amediel... Y de otros más. Alocer tenía razón, son ángeles.

El corazón me dio otro vuelco y reanudó su marcha a un ritmo más frenético aún.

Estaba aquí. Y, si Kalei podía sentir su presencia, quería decir que estaba bien.

—¿Los reconoces? —preguntó Memphyss.

Kalei negó en silencio, apretando los labios y las manos sobre el volante.

La boca del estómago se me contrajo y me asaltó un mareo brusco que me obligué a ignorar. Sin embargo, me tuve que afirmar a mi asiento con ambas manos. Pero, ¿desde hace cuánto había regresado? ¿Por qué yo no podía advertir su presencia? Y, sobre todo, si ya se encontraba aquí, ¿cuánto tardarían los demonios en darse cuenta y volver con nosotros?

—N-necesitamos un plan —dije por lo bajo.

—Voy a quemarlos vivos —siseó Memphyss, con la voz ronca y cargada de hostilidad—, ese es el plan.

—No quieres provocar a los ángeles —le aconsejó Kalei, también con una inflexión de tensa cautela—. Además, si están con Amediel, entonces no será necesaria una lucha. Él no dejará que les hagan daño.

Memphyss lo miró como si le pareciera alguien estúpido.

—¿Y qué te hace pensar que esos seres nos tendrán una pisca de misericordia?

La intranquilidad y la tensión que se habían apoderado del ambiente no me habían permitido asumir completamente la situación en la que nos hallábamos. Teníamos a Memphyss sin ninguna clase de atadura, sin nada para protegernos de él, del tipo que sabía ser escurridizo porque conocía el pensamiento de los demonios, el hombre al que buscamos por tanto tiempo; el que tenía el mismo poder aterrador y destructivo que yo.

Tan solo me di cuenta de este hecho cuando, de repente, algo en mi cara le hizo fruncir el ceño, girarse sobre sí para estirar una mano y palpar mi frente. Al instante pude apreciar la calidez suave de su piel, del cuerpo humano que estaba invadiendo.

Etéreoحيث تعيش القصص. اكتشف الآن