1

1.3K 129 25
                                    

Pov Kota

Mi hermana Eri y yo vivimos con nuestros padres. Nosotros somos mellizos, soy el mayor por varios minutos, pero ella se comporta como la mayor, suelo ser algo tímido. Ahora tenemos 5 años cumplidos hace unas pocas semanas. En casa sólo somos nosotros cuatro, o así fue hasta que papá y mamá fallecieron por un accidente.

De un día para otro nos dijeron que viviríamos con nuestro tío, quien nos cuidaría. Nunca lo habíamos conocido, decían que él era una persona solitaria.

Cuándo lo conocimos, algo en él me causó miedo, sus ojos no demostraban nada, no eran cálidos como los de mamá o te causaban seguridad como los de papá, no había nada en ellos.

No nos prestaba mucha atención, se la pasaba trabajando y si estaba en la casa sólo se ponía a beber con sus amigos. Los primeros días fueron horribles, podíamos beber agua pero no nos cocinaba nada, al segundo día encontramos un pedazo de pan un poco duro con Eri y eso fue lo único que pudimos comer.

Dos días más pasaron y cuándo él llegó del trabajo le hablé por primera vez.

—Tío, tengo hambre. –su mirada me causó un escalofrío y retrocedí.

Se acercó a mi y Eri se colocó frente a mi mientras estiraba sus brazos.

L-lo lamento tío, p-pero hace días no comemos nada. –él la tomó del brazo y se la llevó dando jalones, quise ir tras él pero Eri me sonrió– Tranquilo Kota-nii vuelvo enseguida, tú espera aquí.

Había asentido pero a los minutos escuche gritos y como Eri lloraba, así que corrí hacia el segundo piso de la casa de donde provenían los gritos. No me animé a abrir la puerta y me quedé congelado con mi mano aún levantada. Me sorprendí al ver como se abría la puerta y salía el hombre pelinegro.

—Malditos mocosos, si hubiera sabido que me darían tan poco dinero por cuidarlos no habría aceptado. –paso por mi lado chasqueando la lengua y por fin entré a la habitación.

En el piso estaba Eri sujetando su brazo, mientras sollozaba, pude ver sangre y corrí para sentarme a su lado. No sabía como ayudar a Eri, mamá y papá eran los que nos curaban si nosotros llegábamos a lastimarnos. Un tiempo después el hombre volvió con algo en su mano, lo tiró hacia mi y se fue de nuevo. Al mirar mejor era un botiquín, saqué cosas de adentro intentando encontrar lo que recordaba usaban nuestros padres, después de todo no sabíamos leer aún. Cómo pude limpié sus heridas y le puse una venda.

Desde ese día aprendimos que no teníamos que pedir comida, a veces nos hacía limpiar, comíamos lo que sobraba después de que él terminara. Solía ignorarnos por completo, a excepción de cuándo volvía de mal humor de su trabajo, en ocasiones quiso lastimarme pero Eri siempre me defendía y la que terminaba lastimada era ella.

Todo siguió así por meses, hasta que un día escuchamos un ruido fuerte en la puerta. Corrimos a escondernos en la bajo mesada, como habíamos hecho en algunas ocasiones intentando salvarnos.

Se escuchaban gritos y cosas romperse, pisadas fuertes. Nosotros intentamos no hacer ruido, pero sentía mis piernas adormecidas, por lo que sin querer golpee algo. Lo siguiente que vi fue como abrían la pequeña puerta de donde estábamos.

—¡Los encontré, están aquí! –intentó agarrar a Eri pero lo empuje y salí poniéndome delante de ella.

—¡Alejese de nosotros! –no permitiría que alguien volviera a lastimar a mi hermana.

Kota-nii...

—Tranquilo, vamos a ayudarlos, somos de la policía. –mi hermana salió de nuestro encondite y se paró a mi lado tomando mi mano.

Nuevo Comienzo Where stories live. Discover now