Capítulo XVIII. Prohibido importunarme

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El placer decrecía. Sus cuerpos comenzaron con la flacidez luego de haberse unido, una vez más, en el juego íntimo. Esta vez Kyo no provocó a Iori, ni viceversa. Se entregaban cuando ambos lo deseaban.

Su relación había cambiado en comparación al inicio. En un principio, la rivalidad entre ambos se presentaba en la mayoría de ámbitos; como si para cualquier detalle tuviera que haber un ganador. Pero ahora, podían vivir en la misma habitación sin llegar a pelearse en cada oportunidad, como lo hubiera sido tiempo atrás.

En momentos sí discutían, y siempre era por alguna imprudencia de Kyo o algún desplante de Iori. Sin embargo, eso no impidió que se fueran descubriendo poco a poco, tal cual una pareja.

Ambos se habían probado en su espacio más íntimo, y disfrutaban de sus cuerpos mutuamente. Cada uno tenía su definición de amor, pero no sabían si aquello que los vinculaba lo era. Solo mantenían encuentros pasionales, y para ninguno significaba que sintieran afecto.

Era un tipo de trabajo para los dos; aunque podía encasillarse en cualquier otra palabra menos en tal definición. Únicamente cumplían un contrato; que nunca fue un contrato.

Y de esa manera continuaron, perdiendo la cuenta de las ocasiones que estuvieron juntos.

Iori ya se encontraba dormido, y su brazo aun rodeaba el pecho del otro.

Kyo, por su parte, mantuvo sus ojos abiertos. Trató de no moverse demasiado para no incomodar al pelirrojo. Desde el día en que se pactó la última cláusula estuvo planeando diferentes situaciones para deshacer el contrato; pero ninguna lo convencía y tampoco las había llevado a cabo. Probablemente le resultaba complicado hacerlo caer, o tal vez, no quería deshacer el acuerdo muy en sus adentros.

Cierto o no, tenía que hacer algo. Se apartó del abrazo de Iori y, con cuidado, salió de la cama. Cubrió su desnudez con la misma bata que se había despojado —y que ahora se encontraba tirada en el suelo—.

Al terminar se dirigió al inodoro y luego de hacer sus necesidades, decidió recorrer la casa para vencer al insomnio.

El frio de la madrugada lo obligó a cruzarse de brazos cuando estaba camino a la sala. Observó el teléfono y, como imán, se acercó a él. Sin pensarlo mucho marcó el número del hospital; incluso ya lo sabía de memoria.

Había intentado contactar a Yuki a cualquier día y hora, menos a punto de amanecer. Quizás tendría un poco de suerte.

—¿De parte de quién es la llamada?

—De Kus...

—¿Disculpe?

—De Yagami —mintió—. Yagami Iori.

—Permítame, enseguida la contactamos con usted.

Kyo esperó. Generalmente luego de esas palabras, la misma persona que lo atendía se disculpaba porque siempre suscitaba algún inconveniente que restringía su comunicación con Yuki. Aunque no le extrañaría que sucediera lo mismo en esta ocasión, sobre todo por la hora.

—Diga —contestó una voz, una que conocía muy bien y que tenía bastante tiempo de no escucharla.

—Y-Yuki...

La mujer se mantuvo callada, y eso desconcentró al otro.

—¿Continúas molesta?

No obtuvo respuesta.

—¿Yuki? ¿Estás ahí?

—¿Eres tú, Kyo? —contestó al fin. Más que tono de duda, sonó con ligera decepción; y fue por ese hecho que el Kusanagi recordó que había mentido sobre su identidad.

El contrato┊IorixKyoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora