Capítulo 29

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Me había quedado pensativa. Desde que tuviéramos la charla con Dash y Nacho, días atrás, había una sola pregunta que recorría mi mente a diario:

‹‹¿Se habrá interesado en mi cumpleaños?››.

No sé por qué la sola idea de que Dash hubiera prestado atención, en lo que Nacho le había informado, me obsesionaba tanto. Si lo pensaba bien, era un simple detalle bobo, frívolo, rutinario. 

El cumpleaños de alguien. Mi cumpleaños. El de su vecina y su empleada. Debería tomarlo en cuenta, ¿no? Pero, hasta qué punto. ¿Mucho? ¿Poquito? ¿Normal?

¿Era normal que, la sola idea de que se acordara de mi cumpleaños y me diera un regalo me provocara hormigas en el estómago? ¿Era normal que, cada vez que notaba que lo observaba, bajara la mirada avergonzada? ¿Era normal que, cuando en el teléfono salía el preview de un mensaje de él, diciéndome que fuera a verlo, no cupiera en mi pecho de felicidad?

—No quiero que me busques en toda esta semana. Yo te diré cuándo podremos seguir trabajando. ¿Te quedó claro?

¿Era normal que, cuando escuchaba esas palabras, sintiera que algo dentro de mí se descorazonaba?

—¿Por...? ¿Por qué? —Experimenté que la garganta me aprisionaba. Tenía la boca seca—. ¿Hice algo malo? ¿Te molesté en algo? ¿Me equivoqué en algo?

Alzó la ceja, interrogativo, con esa mirada que te penetraba el alma.

—Estoy agobiado. Necesito terminar este puto capítulo ya y no hay cuándo lo haga. —Su rostro se desencajó—. Por eso necesito estar solo... concentrado... inspirado... —Su voz temblaba. Se empezó a rascar la cabeza con desesperación.

—Pero, Dash... ¿dime qué puedo hacer por ti?

—¿Qué hablas? —Me miró, poco convencido.

—Quizá pueda buscar alguna manera de que recuperes la inspiración.

Su rostro hizo un gesto de horror.

—O pueda pedirle alguna idea a Valeria o a Javier —continué.

Empezó a menear la cabeza una y otra vez, mientras se balanceaba de tal manera, que la silla iba delante para atrás.

—O incluso —dije encantada con la idea—, puedes contarme cómo vas con tu escritura. ¡Sí! ¡Eso podría ser! Dicen que dos cabezas piensan más. La ciencia ficción no es lo mío, pero...

—¡Cállate! —gritó.

De pronto, se levantó sin mediar palabra. Y en un gesto que me asustó, desconectó su laptop de su enchufe y la lanzó con furia a su cama. El sonido que hizo aquella, con el temor de que se pudiera haber malogrado, me hizo saltar de nervios.

—¡Vete! —dijo dándome la espalda—. Necesito estar solo —agregó con ese tono de voz agrio que le recordaba de semanas atrás.

No obstante, por algún motivo, el puñal que me atravesó la espalda al notar que no me miraba y que me rechazaba al querer ayudarlo, me dolió mucho más, muchísimo más.

Todo me daba vueltas. La respiración se me entrecortaba. Me dolía la cabeza. Y mis ojos me ardían ordenándome llorar. Pero, no lo haría.

En vano, durante el transcurso de pocos segundos, esperé que se portara de nuevo como lo había hecho en las últimas semanas. No amable, pero sí más cercano. No caballeroso, pero por lo menos más tratable. No un amigo, pero por lo menos un jefe proactivo. Pero me equivocaba. Como antes, como ahora, seguía siendo como lo recordaba.

Él volvía a ser el mismo patán de siempre. Descortés. Mal hablado. Distante. ¿Por qué no lo vi venir? ¿Por qué mis pies no me obedecían cuando les ordenaba que debía recoger mi dignidad e irme de ahí?

Cómo conquistar a un escritor [y no morir en el intento]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora