Capítulo 33

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«Mocosa, ¿puedes venir?»

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«Mocosa, ¿puedes venir?».

Era el enésimo mensaje que recibía de Dash esa mañana. Durante todo el día me había estado escribiendo para que le respondiera, pero no le había hecho mayor caso. Agradecía que el WhatsApp abriera una ventanita de notificación en el preview de mi teléfono, para que no fuera tan evidente que lo estaba dejando en «Visto».

Aunque había cumplido con su encargo de comprar los lapiceros y cuadernos el día anterior, no se los había entregado.

Ni bien había escuchado lo que entre él y La Turri había ocurrido, fui corriendo a mi cuarto. Al entrar di un portazo, tan fuerte que retumbaron las paredes de mi habitación, como si con ello pudiera acallar los sonidos que mi corazón producía al romperse en pedazos... pero fue en vano.

Me eché en mi cama y hundí mi rostro sobre mis almohadas. Con un grito mudo y desgarrador, dejé salir de mi interior toda la amargura que sentía dentro de mí, ya que este me hervía a tal punto de que quería explotar de rabia, de pena, de tristeza y frustración, pero no era suficiente. Cuando menos me di cuenta, había lanzado ambas al suelo junto con las sábanas que pulcramente había ordenado horas antes.

No sé por cuántos minutos lloré, pero no fueron muchos... o quizá sí... o quizá no... ¿o sí? ¡Dios santo! ¡La verdad era que no sabía nada!

Nunca antes me había enamorado de verdad... y esta inexperiencia era la que me mataba.

********

En la escuela nadie me había interesado de manera romántica. Mientras todas mis compañeras siempre hablaban sobre los chicos que les gustaban, a tal punto que, sin querer, más de una vez me enteré en los baños de cómo fulana quería comerse a besos con sutano en la fiesta de turno, yo simplemente nunca entendía por qué tanto se alborotaban.

A veces me preguntaban sobre qué puntaje le pondría a Carlos Carrillo, el tipo más solicitado por muchas, pero yo no sabía qué responder. Si bien su gran altura lo hacía destacar sobre el resto y tenía ojos claros, que volvía a más de una loca, a mí era que me daba igual. Si lo comparaba con los ojos castaños de Dash, que para entonces ya me tenía totalmente enamorada, su puntaje sería de tres versus los veinte que le ponía a mi amorcito.

Más de una alguna compañera me decía que rara. Incluso, una vez me preguntaron si no era lesbiana, a lo que les recordaba mi amor incondicional por los One Direction para callarles sus malhabladas bocas.

Los chicos de mi secundaria estaban buenos, sí, pero era lo que podría describirlos como normalitos. Ninguno, durante mis cuatro años de estudios, antes de mudarme a Lima, me habían interesado en lo más mínimo. Y ya en la capital había sucedido lo mismo.

Si bien podía encontrarme con un chico en la calle que pudiese considerar físicamente guapo, no era que me llamase la atención. Al más mínimo detalle, siempre me venía a la mente Dash.

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⏰ Última actualización: Jan 22, 2021 ⏰

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Cómo conquistar a un escritor [y no morir en el intento]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora