Capítulo 21

1.6K 257 44
                                    

Verlo de esa manera, con la mano temblorosa, la cara sudando frío y sus ojos que me clamaban ayuda con desesperación, me descolocó.

Ese no era el Dash que yo recordaba. Parecía un cachorrito abandonado pidiendo ayuda a gritos.

Cuando volvió a decirme con la voz lastimera y suplicante ‹‹Por favor, mocosa. Dime ¿dónde está mi escaleta? ¿DÓNDE ESTÁ?››, muy lejos de lo mal hablado que era, simplemente se me encogió el corazón. Daba ganas de abrazarlo, de calmarlo y de ayudarlo en donde sea, cuando sea y como sea. Y así se lo iba a hacer saber.

Decidida, me coloqué frente a frente, muy a pesar mío, porque el estar a pocos centímetros de Dash provocaba que el olor de sus axilas se acentuara todavía más.

Ay, ¡por Dios! ¿Por qué tenía que pelearse con el agua y el jabón? No me lo ponía fácil, no, señor.

—Cálmate, ¿sí? —le dije con la voz más pausada que pude.

—Mi escaleta... mi escaleta...

Miró a todos lados desesperado, sin prestar atención a lo que yo le decía. Su rostro evidenciaba un pánico tal, que solo lo recordaba haberlo visto en mí, cuando de niña me perdí en un parque de atracciones...

Maravillada por las luces del carrusel y de la noria, me había separado de mis padres. Cuando menos me di cuenta, con cinco años me hallaba sola, rodeada de muchos extraños, que iban y venían, sin prestar atención a lo que me pasaba.

Solo alguien muy amable, junto con una niña que parecía ser su hermana, después de estar llorando durante un buen rato, me preguntó cómo me llamaba. Para entonces mi mamá me había enseñado que nunca hablara con extraños, así que no le respondí al susodicho, por mucho que me insistió. Más todavía, el pánico me enmudeció momentáneamente, aún a pesar de que, su hermana me preguntaba si quería jugar con ella. Pero tuve buena suerte.

Mi madre, precavida como siempre, había dejado una esquela colgando de mi cuello, la cual contenía mis datos, por si alguna vez me perdía. Gracias a ello, y que, durante el trayecto a la caseta de vigilancia, los hermanos fueron muy amables conmigo, fue que el sentimiento de pánico desapareció. Sobre todo, la menor de ellos, una niña un poco más grande que yo, de pelo castaño largo y con unos ojos muy vivarachos, no dejaba de darme palabras de ánimo y de aliento.

‹‹Vamos, ya no estás sola. Y en compañía el dolor duele menos. Todo se arreglará››, me decía muy sonriente mientras me halaba del pelo, en un gesto que consideré extraño, pero tranquilizador.

Ya cuando llegamos donde el guarda, le contaron lo sucedido y me dejaron a buen recaudo hasta que mi mamá me encontró. Y esa anécdota hubiera pasado sin más, de no ser por un extraño sentimiento que me albergó.

Ahora, no sé por qué, recordaba lo sucedido. Me vi en los ojos de Dash, quien tenía el mismo pánico de entonces, el mismo pánico de ahora, mientras se sentaba en una silla como un autómata y, de manera muda me gritaba que lo ayudara, me gritaba que lo sostuviera, me gritara que el problema lo resolviera...

—Vamos, no estás solo. Y en compañía el dolor duele menos. Todo se arreglará —fue lo primero que salió de mi boca al tiempo que le halé un mechón de su grasoso pelo.

¿Por qué repetí lo que me dijo aquella niña? No lo sabía, pero no fui la única que se asombró por aquello.

Dash me contempló, boquiabierto, mientras una última lágrima caía por su mejilla derecha.

—¿Dolor? ¿Qué dolor? —Enarcó la ceja al tiempo que su mirada volvía a ser la misma adusta de siempre.

Pasé saliva al reflejarme en aquellos ojos que me atravesaban el alma. ¿Cómo podía cambiar de un segundo a otro?

Cómo conquistar a un escritor [y no morir en el intento]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora