Capítulo 23

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Me pasé todo ese día en el cuarto.

Dash había insistido varias veces más en que quería hablar conmigo, pero me negué. Ya estaba muy cansada con esta situación. Le comunicaría a Valeria que no continuaría trabajando con él, que agradecía la oportunidad que me había brindado, pero que me era imposible tratarlo. No solo habían fracasado ella y el editor de ciencia ficción. Simplemente Dash era un tipo insufrible, ¿por qué debería ser yo la excepción?

Transcurridas algunas horas, escuché que doña Daría me llamaba para la cena. Me negué alegando que me sentía mal (lo cual estaba en lo cierto, tenía unas grandes ojeras por llorar). No sé si se tragó el cuento o no, pero creo que tenía un sexto sentido. Como su hijo, se mostró muy insistente en hablar conmigo, y no le pude decir que no.

Y ahí la tenía. Frente a mí, con su rostro amable, una amplia sonrisa, una sopa caliente de pollo sobre la bandeja que colocaba frente a mi mesa.

—¿Todo bien, Eli? —preguntó con ese gesto reconfortante.

Por un momento me recordó a mi abuelita, que en paz descanse. 

¡Qué distinta era de Dash! ¿Por qué no había heredado la amabilidad de su madre?

Tomé uno de los cojines en forma de corazón que decoraban mi cama. Me lo coloqué sobre mis piernas, a modo de abrazarlo. Era una costumbre que había cogido desde que me mudara ahí.

—Sí —traté de fingir.

—¿Y por qué has estado llorando?

Abrí los ojos, sorprendida. ¿Tan rápido me había pillado?

—Eres muy mala mintiendo —agregó, contestando a mi interrogante.

—Uhm...

Se sentó a un costado de la cama, frente a mí.

—¿Puedo saber qué te pasa?

Ladeé la cabeza, pensativa.

—Muy aparte de que soy su arrendadora, me gusta estar al pendiente de ustedes. Aparte de Daniel, a Nacho y los demás los veo como a mis propios hijos, y tú no eres la excepción.

Algo dentro de mí se removió.

Extrañaba a mi mamá. Extrañaba a mi papá. Extrañaba a Valeria; tener alguien con quien hablar para contarle mis penas.

Por ahí se me había ocurrido llamar a Carolina, una de las chicas de la universidad con la que mejor me llevaba, pero eso supondría contarle que había caído en desgracia económica.

Siendo que tenía un prestigio ganado, me negaba a que mis compañeros se enteraran de que mi futuro como escritora estaba en riesgo. Maldecí que me hubiera pavoneado del éxito fugaz cosechado.

Mi círculo social en la universidad si bien era muy amplio, todo se resumía en frivolidad, si lo pensaba bien. Solo eran ‹‹amigos›› con los que quedaba para ir a comprar, para ir a comer, para ir a pasear, para ir a juerguear. ¿Contarles mis penas? No me nacía.

Y ahí me hallaba. Sola. Sin nadie en quien confiar. Sin nadie con quien hablar. Sin nadie con quien desahogar, aunque eso era lo que creía...

—Sé que estás sola y que, bueno, no tienes a tus padres contigo. Pero puedes confiar en mí siempre que necesites alguien con quien conversar, ¿sí?

Al escuchar sus últimas palabras, no pude más. Decenas de lágrimas bañaron mis mejillas como si fueran una catarata.

—Eli, ¿qué te pasa, corazón? —me dijo mientras me abrazaba.

Cómo conquistar a un escritor [y no morir en el intento]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora