Epílogo

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Verano de 1838

El día se había levantado soleado y vigoroso, y Alicia, que se despertada acompañada, se estiró y miró al hombre que dormía a su lado plácidamente. Hacía calor y Rudy descansaba bocarriba y con las sabanas completamente apartadas: todas para ella, aunque prefería la calidez de la piel del músico. Tenía el cabello despeinado y los labios rosados, haciéndole ver más inocente. Era un hombre muy apuesto, pensaba Alicia cada vez que le observaba de esta manera, con una belleza muy especial.

Dio media vuelta y se apoyó en el pecho de Rudy, abrazándole. Le escuchó respirar más agitadamente, antes de removerse en su sitio.

—Buenos días —le dijo, con voz somnolienta.

El muchacho miró hacia la ventana, debían ser las siete de la mañana. Bajó uno de sus brazos para acomodarse con Alicia abrazada a él, y besó su cabeza. No iban a poder estar así mucho más tiempo, pues un día así no se podía desaprovechar en la cama, aunque estar abrazado a esa mujer después de haber dormido a su lado era lo mejor del mundo.

—¿Que vamos a hacer hoy?

—Como si no lo supieras —río Rudy—. ¿Crees que me he olvidado que hoy sale tu nueva novela?

—Era una prueba —siguió bromeando ella—. La has superado.

Ambos rieron haciendo que la cama crujiera ligeramente, pero antes de que pudieran seguir hablando, se escuchó un llanto a lo lejos, que se hacía más sonoro a cada instante. Alicia se levantó y le echó un último vistazo a Rudy, que estirado, miraba a la joven como si fuera un tesoro.

—¿Y bien? —le volvió a preguntar.

—Esta mañana iremos todos a ese café que tanto te gusta frente a la librería.

—Respuesta correcta, pero incompleta —río, sujetando la puerta de la habitación con actitud altiva.

—En alguna mesa junto al ventanal —respondió, y vio a Alicia sonreír ampliamente en su dirección—. Que así la señorita puede estar viendo la portada de su libro en todo momento.

Alicia rio sonoramente, pues la conocía al completo, y a continuación salió al pasillo para atender a la pequeña criatura en la otra habitación.

No vivían de lujo, pero si lo hacían con pasión. Les gustaba su vida tal cual era, con las faltas y con las preocupaciones que les correspondían. En Cosmo Pl., su casa se les había quedado un tanto pequeña con la llegada de una nueva integrante de la familia, que compartía habitación con Félix. Esperaban que creciera sana, fuerte, y con la mente abierta. Parecía que de momento iba a vivir, pero habían pasado miedo en su primer invierno, el momento más crudo para un bebé, que agradecían por haberlo superado sin sustos. Al fin y al cabo, creían casi imposible que su primer hijo sobreviviese el suficiente tiempo, por ello tardaron en nombrarla. Finalmente se decantaron por Charlotte, pues en sus ojos traviesos se reflejaba la rebeldía de Charly, que seguía en memoria de ambos, junto a las demás personas que se habían quedado atrás en algún momento de su vida, antes o después. Apenas se acordaba de Ingrid, pero si recordaba las sensaciones que le recorrían la espina dorsal al pensar en ella. De Charly cada vez se acordaba menos, aunque Rudy y Félix seguían mencionándole y explicando alguna anécdota interesante con él. Sasha... ni las botas tenía ya, pues se le habían desgastado de tanto usarlas y las tuvo que acabar tirando, pero se acordaba tanto de ella, y la añoraba muchísimo más.

Pero sabían que no debían de pensar tanto en el pasado, y centrarse en quienes creaban recuerdos cada día junto a ellos: a la banda sinfónica de Rudy, a Elisabeth y Susan, sus amigas con las que, además de amistad, compartía su sentimiento de lucha y revolución. Y a Clarise, que cada día estaba más apartada de su familia. Ellos estaban ahí, y eran importantes.

Alicia BlairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora