Un Modesto Sombrero de Copa 1

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Los primeros rayos de sol de verano iluminaron el camino de Los Linces del Soho hacia la iglesia que iban a saquear. Si una fuerza ultraterrenal había escrito en el destino de esos niños "hambre", "frío" y la supervivencia a base de la delincuencia, ellos no iban a ser considerados con la casa de ese Dios que decían ser bondadoso y misericordioso. ¿Con quienes lo era? Así que, con un sentimiento de venganza y exigencia recorriéndoles la espina dorsal, entraron de noche y se llevaron los artilugios de valor que podían ser capaces de cargar, más las voluntades monetarias que los creyentes dejaban.

Semanas después entraron en una farmacia; por poco los atrapan, demasiada luz. Corrieron hasta que sus piernas cedieron, agradeciendo que los hombres que les perseguían se cansaran antes. Pero consiguieron medicinas para ellos y para dar al desprovisto hospital de Whitechapel. El último robo de verano iba a ser a una de las librerías más famosas de Londres, la Hatchards, en Picadilly. Y lo iba a hacer Alicia sola.

No iba a ser la primera vez que salía sola, más si el golpe más grande que iba a dar sin sus compañeros. Había pasado mañanas tomando carteras, relojes y pañuelos de los bolsillos de los transeúntes en el centro de la ciudad, explotando al máximo sus habilidades de ladrona, saliendo siempre victoriosa.

Por otra parte, Rudy no se había deshecho de su violín, y en agosto logró tocar los primeros acordes aun torpes y temblorosos. Charly cada vez era más arriesgado a la hora de cometer sus hurtos, y había estado a punto de ser cogido dos veces. La bronca que recibía esas noches era terrible, pero Rudy llevaba razón en lo que decía, la diferencia era que ya no volvían horas más tarde ebrios como si nada hubiera pasado. La relación tan especial que ambos habían tenido siempre se fue debilitando, Rudy le prometía que todo lo que hacía era para protegerlo, pero Charly contraatacaba diciendo que ya era lo suficientemente mayorcito para saber que podía y que no podía hacer. Alicia había intentado hablar con él también, intentando apaciguar el ambiente, sin embargo, le era imposible si el chico tenía una botella entre las manos.

Antes de salir, y para poder entrar en la librería sin llamar demasiado la atención, Alicia se había esforzado en parecer, al menos, un hijo estudiante de clase media. Se había repeinado el cabello, frotado la suciedad de debajo de las uñas y se había vestido con las mejores mudas que tenía.

El cabello le creció y volvió a cortárselo, esta vez con más delicadeza, para seguir permaneciendo en su preciada identidad de niño, al menos hasta que sus atributos femeninos se comenzaran a notar.

Eran las diez de la mañana cuando Alicia se encontraba frente a la librería Hatchards. Suspiró pesadamente y se bajó la gorra hasta justo por encima de las cejas antes de en la librería, en busca de libros famosos, que se venderían por una fortuna. Aunque no sabía cómo los identificaría una vez dentro:

>>Viejos y hechos de piel, pergamino e hilos dorados.

Esa era la única pista.

Pero apenas pasó del primer pasillo, la portada roja de un libro repartido en varias columnas le llamó la atención. Aunque Alicia no podía saber lo que ponía de ningún modo, diferenciaba cinco palabras. Había muchos ejemplares expuestos ahí, y ella alargó la mano para tomar uno con la intención de metérselo en la bolsa en el momento en el que los dos hombres que estaban en estanterías cercanas cambiasen de pasillo. Pero antes lo quiso ojear y ver si encajaba con la descripción que le había dado Rudy sobre cómo se veía un libro caro. El libro pesaba y desprendía un otoñal olor. Embriagada por el aroma, abrió el libro y se encontró una infinidad de jeroglíficos dispuestos en líneas imposibles de descifrar. Y aunque forzó la vista para intentar descubrir que eran esas palabras, se dio por vencida a los pocos segundos.

Alicia BlairWo Geschichten leben. Entdecke jetzt