Los Linces del Soho 4

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Alicia Blair intentaba que no se le notaran los temblores. Se había lavado la cara con el agua del pozo antes de salir. Era agua de la lluvia y estaba fresca y limpia. Creía que refrescarse le había venido bien hasta que el chico experto en robar le comunicó que era hora de partir.

Caminaba abrazándose a sí misma mientras miraba embobada la espalda del muchacho. Le miraba las manos de vez en cuando, sucias y sin poder contar las heridas que tenían. La curiosidad que sentía hacia él se revolvía en su estómago, pero ahora solo sentía miedo y la extraña sensación que el roce de esos pantalones de pana le producía; al menos se sentía ligera, como si pudiera correr un buen rato sin notarse pesada. Él le había insistido que no tuviera miedo, y que fuera a su lado, pero ella, aunque lo intentara, acababa quedándose atrás. Se había recogido el cabello en una trenza para que no le molestara para correr, pero sabía que no importaba si algo le molestaba o no, iba a estar aterrorizada hasta que no llegaran a casa, a "casa", y aun así sabía que la tensión no se le escaparía de la columna vertebral hasta que pasaran horas. Bueno, tal vez días.

Al parecer, iban ellos dos solos para implicar al mínimo de linces posible si algo iba mal. Si se iban a poner en peligro, era mejor que fueran 2 y dejar a salvo a Félix y a Charly.

—Vale. —Se paró en la esquina, al lado de la pared de un edificio rojizo, y alzó levemente la mano para parar a Alicia a su lado. Ella se sobresaltó; hasta el mínimo detalle podría asustarla ahora mismo—. Está a la vuelta de la esquina. ¿Estás bien?

No estaba segura de su pregunta era por simple empatía y amabilidad o porque veía a la chica aterrada.

—No. —respondió siendo completamente sincera. Al muchacho se le escapó una pequeña risa, pero enseguida volvió a ponerse firme y concentrado. Pero ese gesto relajó parcialmente a Alicia, viéndolo más real, y sintiendo su presencia más cercana.

—No va a pasarte nada, te lo prometo —Le tocó el hombro en señal de confianza—. Te dije que te protegería y así lo haré. Y ahora, atiende —siguió, y su brazo volvió al lado de su escuálido torso—. El comercio tiene expuestos 26 relojes de bolsillo en el exterior, ¿lo ves? —Esperó a que un hombre que había pasado muy cerca de ellos se alejara un poco, para asomarse junto a Alicia y señalarle el lugar—. Toma, he traído un saco para ti —dijo mientras se sacaba la bolsa y se la colgaba a ella del hombro—. La bolsa es más fácil de utilizar, así que te la dejo a ti: la llevas medio abierta y, como queda más baja que la parada donde están los relojes, solo tienes que empujarlos hasta que caigan, es muy fácil.

Alicia afirmó que lo había comprendido con la cabeza, lentamente, como si todavía lo estuviese procesando, como si se imaginara a ella misma haciéndolo. Evidentemente no lo hacía, pero debía forzarse a ella misma. Había salido de esa fábrica y se había metido en ese bloque de pisos a voluntad propia. Ahora tocaba el siguiente y más difícil paso.

—Todo saldrá bien —le prometió con una sonrisa a la muchacha—. No es una obligación, pero si te ves capaz de meterte alguno en los bolsillos, las botas o en las mangas, te dejo libre para que explores tus capacidades de ladrona. Al acabar, te espero en la taberna de Denman Pl.

En ningún momento Alicia Blair aprobó esas directrices. Ni siquiera puso una mueca. Tal vez las palabras del ladrón habían quedado suspendidas en el aire mezclándose unas con otras. Por un momento se mareó, y al siguiente se sintió mucho más segura. Debía de estar volviéndose loca. ¿Un día fuera de la vida que había llevado desde siempre ya la hacía enloquecer?

Vamos allá.

Mientras el aún anónimo se ajustaba la gorra, Alicia se atusó los pantalones, sintiéndose extraña por no ser una falda, y al acabar, dejó que el otro se adelantara unos metros para observar su actuación y poder imitar sus pasos más tarde. El chico fue decidido y se acercó rozando el puesto, como si simplemente estuviera paseando casualmente, y eso que llamaba la atención entre ese montón de hombres barrigones. Entonces, se bajó la gorra y la zarandeó simulando sacarle el polvo acumulado, pero lo que en verdad hizo fue ir cogiendo las correas de los relojes, enredando las cuerdas de metal en cada uno de sus finos dedos, y metiéndolos a continuación al interior del gorro, logrando llevarse un buen puñado sin siquiera advertir a ninguno de los señores que caminaban con o sin prisas por aquel lugar. Teniendo en cuenta que a diferencia de ellos no llevaba ni sobrero de copa ni abrigo de piel, ni botas resplandecientemente negras, fue un logro pasar desapercibido ante todos esos burgueses y gente de bien, pero Alicia no estaba tan segura de que se repitiera con ella.

Alicia BlairWhere stories live. Discover now