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Unas semanas más tarde, Alicia Blair se encontraba sentada en uno de los pequeños sofás que había junto a un ventanal, con una libreta y el periódico frente a sus ojos, mientras repiqueteaba con la mina sobre el papel. Nuevas noticias sobre cuestiones del voto venían en el diario, el cual leía con mente crítica interesada tras haberse embarcado en el movimiento sufragista junto a sus nuevas compañeras. Cuando llegó a la política, Alicia tomó fuerte su mina y subrayó la siguiente frase: <<La Ley Electoral británica define a los votantes como male persons y por tanto excluye a las mujeres>>.

Frunció el ceño: hombres. De este modo era imposible vincular a las mujeres con el voto.

Descargó toda su rabia en el cuaderno, contra la ley y contra la sociedad gobernada por hombres. Escribió tratando de no dejarse llevar por los sentimientos, intentando que sus palabras estuvieran cargadas de sabiduría, no de ira. Pero cuando terminó, le dolía la mandíbula de apretarla. Se llevó la mano a la zona para masajearla, y subió y bajó sus hombros para destensarse. Luego miró a Rudy, cambiándosele la expresión de la cara al mismo instante; relajándose. Tocaba el piano a unos metros de ella, con la pasión que parecía materializarse en el ambiente, como si todo se volviese más lento, como si el resto del mundo se ausentara y quedara lejos de esa realidad construida y que había tensado a la muchacha instantes atrás. El instrumento tenía toda su atención.

La joven cerró el periódico y lo dejó sobre la mesita de café, al lado de una vieja taza ya vacía, y se acercó a él desde la espalda, sin querer molestarle pero queriendo estar incluida en su pequeño mundo. Le acarició la espalda, y su reacción le hizo saber a Alicia que estaba encantado de que se encontrara ahí. Tocó un poco más relajado notando dos manos conocidas subir y bajar por los lados de su columna vertebral, hasta que el piano emitió un ruido sordo. Rudy se giró repentinamente hacia Alicia, tomándola de un de las muñecas que se habían quedado en el aire y tirando de ella hasta poder agarrarla de la cintura y sentarla en un rápido movimiento sobre su regazo.

Al mirarse, pudo observar cuan dilatadas estaban las pupilas del músico, hasta el punto de casi no poder distinguir su iris. Pero Rudy empezó a tocar de nuevo, con Alicia sentada sobre sus piernas. Parecía no pensarse los movimientos que debía hacer con los dedos, sino que dejaba llevar, perdiéndose en las sensaciones de su música y en las que creaba en ella.

—Ven conmigo esta noche.

—¿Dónde? —le preguntó.

—Ven a verme tocar.

Y eso hizo.

Por la noche, la había llevado con él y su banda a un salón de baile. A la hora de entrar en escena, Alicia se había quedado oculta entre cortinas azules a un lado del escenario, sin saber si mirar a Rudy, iluminado tenuemente por el perfil y completamente aislado de la otra parte del lugar, que le resultaba familiar a Alicia: refinado, ostentoso y con hedor a dinero. Había podido estar en ese mismo salón, vestida con un pesado vestido sintiéndose obligada a bailar con Quentin Berrycloth, pero se sentía afortunada viendo tocar a aquel joven de cabello negro y nariz pecosa que sobre un escenario parecía más niño que nunca.

Hombre y mujeres bailaban sin ninguna preocupación, y a los lados se formaban pequeños grupos de hombre o mujeres que se distinguían entre ellos, hablando y bebiendo. No podía negar que la imagen era hermosa, pero si se transportaba a la realidad, no era bonita en absoluto. En esos rincones cuyo protagonista no era la danza, hombres poderosos alardeaban de su poder y de las mujeres tan bellas que poseían mientras muchachos honrados y sin identidad en ese lugar se ocupaban de servirles. Y a parte de champan, les servían más apariencia de poder a los poderosos. Y sobre el escenario no había nadie, para ellos, solo música. Pero para Alicia había una persona especial, el protagonista de todo ese lugar, quien se robaba sus miradas y los latidos de su corazón.

Alicia BlairМесто, где живут истории. Откройте их для себя