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Ya no se escuchó más el violín.

En toda la semana, en la calle Picadilly solo se escuchaban voces y caballos. Alicia se pasó el resto de días frente a la ventana, leyendo, y alzando la vista cada poco esperando ver al mismo muchacho de ojos grises.

Pero no, siempre acababa marchándose decepcionada de vuelta a casa, con menos esperanza de volverlo a ver. Era la segunda vez que perdía esa misma esperanza. Pero el domingo tenía que ocultar esa tristeza durante la cena con los Berrycloth, así que se encerró con Yail en la habitación mientras ella la peinaba. No sabía el motivo pero esta vez el peinado que le estaba haciendo era más ostentoso que de costumbre, el cual normalmente resultaba en unos rizos o en una media coleta adornada con una peineta lo más sencilla posible. Pero esta vez, solo veía como la señora Yail le hacía trenzas y el montón de flores blancas que había dejado sobre el tocador para decorar su cabello. En vez de preguntar, por eso, decidió confiar en su doncella y explicarle lo que había pasado días atrás.

-Tal vez es mejor para ti, el no volverlo a ver.

-¿Por que?

-No lo se, Alicia, tal vez pueden enterarse de que ambos fuisteis ladrones- Le explicó, mientras la muchacha jugaba con la horquilla, nerviosa-, y que tu intentaste robar al señor Hatchard.

-Pero él es músico ahora.

-No le conoces, hace años que no le veías, ¿estás segura de que ha dejado de robar?

Bajó la cabeza como respuesta, no quería ver la realidad del asunto, aunque admitía que Yail llevaba razón. 

-Está tan mayor...

-Como tu, cielo- Le dijo con una sonrisa mientras le apretaba la trenza-. Pero tanto tu como el señor Hatchard entráis dentro del juego.

-¿A que te refieres?

-Tu trabajabas para el señor Berrycloth. Eras una "sucia y vaga obrera" hasta que te convertiste en una "pobre y rastrera ladrona"- Explicó, describiendo como ven las personas de clase alta a los más desposeídos, como si ellos fueran los malos-. Si descubren tu pasado junto al de ese chico, sabrán que, en su manera de ver las cosas, el señor Hatchard acogió a una maleante que había huido de la fábrica de su amigo.

Se escuchó tocar la puerta de la habitación, interrumpiendo la conversación entre las dos mujeres, e instantes después se escuchó como se abría: debía ser Rusell, era el único que vivía ahí aparte de ellas. El hombre se acercó al vestidor y miró a Alicia por es espejo. Sonrió. La joven frunció el ceño al ver que llevaba una gran caja color salmón entre las manos. Entonces la señora Yail se echó a un lado y Alicia se levantó cuidadosamente de la butaca de terciopelo, con una mano sujetando su albornoz de seda.

-¿Que llevas ahí?- Le preguntó.

-Tengo un regalo para ti, de parte mía, y del Howard- Se acercó a ella.

-¿El señor Berrycloth me hace un regalo?

-Los dos- Y puso las manos por debajo acercándosela a Alicia-. Ábrelo, cariño.

Aunque no estaba completamente segura, Alicia alzó las dos manos y agarró la tapa de la caja, abriéndola. Resultó ser un vestido color crema, con detalles en tela dorada. Con la boca abierta, Alicia cogió el vestido y lo sacó de la caja, desplegandolo delicadamente. Era hermoso y sencillo, pero no se esperaba que ambos hombres le regalaran un vestido.

-Me gustaría que recibieras a los Berrycloth con este vestido, esta noche- Dijo Rusell, y la muchacha lo miró, parecía muy feliz y rejuvenecido-. Y con esto.

El hombre dejó la caja apoyada en la cómoda más cercana y se extrajo del interior de su chaleco una caja, que sacó y abrió frente a su hija adoptiva. Eran pendientes de perlas y un collar a juego. Alicia cogió la caja y, escondiendo sus sentimientos de extrañeza, sonrió y miró al señor Hatchard, antes de darle un abrazo.

Alicia BlairWhere stories live. Discover now