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El blanco estaba siendo el color dominante desde hacía ya unos días. A veces nevaba, otras no; y cuando escampaba Alicia salia a pasear por el jardín o por el barrio. Pasaba frío, pero le encantaba la sensación de pureza que el clima le brindaba. La gente tenía la nariz roja y los labios pálidos, los bajos de los vestidos de las mujeres estaban repletos de copos de nieve, igual que los paraguas o los sombreros.

Picadilly se veía preciosa vestida de ese color. Cerca de ahí, en una plaza llena de vida y de personas con prisa, Alicia había descubierto un pequeño pasadizo lleno de tiendas. Cuando lo vio, subió la vista, entrecerrando los ojos por el cielo blanco que la cubría. "Burlington Arcade" ponía. La joven se colocó bien el sombrero azul y tras subir los escalones de mármol que daban la bienvenida, empezó a ver joyas impresionantes.

Ella no llevaba joyas, solo algunas veces se ataba un pequeño colgante en el cuello, pero nada más, sin embargo, no podía negar que esos anillos, brazaletes y otras, le atraían. Paseaba de un escaparate a otro mirando las joyas expuestas y sus precios, y pasaba a la siguiente, haciendo resonar de nuevo sus zapatos. Hasta que se paró en seco al ver un anillo. Era pequeño y delgado, con un pequeño diamante arriba. Era lujoso pero no ostentoso, sencillo, como ella. Sonrió pensando en como le quedaría a su mano, pero sin ningún pensamiento de comprárselo: podía, pero no lo necesitaba. En ese aspecto, seguía siendo la Alicia de nueve años.

-Buenos días señorita, ¿está buscando algo?- Salió de la tienda un hombre trajeado. Alicia lo miró, con una expresión dulce en la cara.

-Solo estaba mirando- Dijo, y señaló el anillo-. Tiene piezas muy bonitas.

-¿Le gusta ese anillo?- Le preguntó-. ¿Quiere probárselo?

-No, no, no se preocupe- Repitió, e hizo una pausa-. En realidad... Si, ¿puedo probármelo?- Se rascó el cuello mientras reía gentilmente, como una dama.

-Mas faltaría, señorita. Usted primero.

El servicial caballero le abrió la puerta y la dejó pasar, haciendo un ademán con su mano enguantada. Alicia aceptó su invitación a pasar, uniendo sus manos en el vientre y adentrándose en el comercio. El interior de mármol blanco y cristal la acogió con una frialdad que le puso la piel de gallina, mientras veía varios estantes de madera tallada y cristal que exponían varias joyas. Ella se acercó a mirar mientras el hombre iba a buscar el anillo que le había gustado.

-Quería este, ¿verdad señorita?- El comerciante le mostró el anillo. Alicia afirmó con la cabeza sonriente, y separó una de sus manos para tendérsela al hombre y que le pusiera el anillo en el dedo-. Tiene unas manos muy finas.

-Muchas gracias- Dijo, y se miró el anillo: le quedaba un poco grande, pero le gustaba como le quedaba. Se lo tocó con la otra mano-. Es muy bonito.

-Le viene un poco grande, tal vez.

-Si, pero solo quería ver como me quedaba.

-Lo entiendo- Respondió, mientras abría el escaparate para devolver el anillo a su sitio-. Si me permite la pregunta, ¿va a casarse? Porque si me da el apellido de su prometido puedo guardarle el anillo.

-No, todavía no.

El hombre puso una mueca extraña, como preguntarse porque entonces había entrado en el lugar. Pero no cambió su actitud, aun sabiendo que no iba a beneficiarse de una compra. También le pareció extraño que una chica de su edad y de su posición no estuviera aun prometida.

Poco después le volvió a abrir la puerta de madera para despedirse de la muchacha, que salió topándose con el frío ambiente de nuevo. Siguió mirando los escaparates de ese lugar hasta que salió por la siguiente entrada, a una nueva calle. Se topó con un carruaje negro que reanudaba su marcha con una familia acomodada con muchos niños. Siguió por la calle Old Bond para volver a la librería, observando a las personas pasear.

Alicia BlairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora