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Llevaba días sin salir de su habitación. Había dejado de nevar, quedando únicamente el común frío del invierno inglés. Cada vez que Rusell se acercaba a su habitación, ella le negaba la entrada, y él la respetaba y se marchaba. Lo que más le sorprendía, por eso, era que sí dejaba pasar a la señora Yail, quedándose, de vez en cuando, horas ahí dentro. El resto del tiempo se lo pasaba llorando, escribiendo, y mirando por la ventana. Escribía acerca de una mujer que no quería ser madre, y todo lo que ese rechazo a su biología le perseguía.

Durante sus largas tardes repiqueteando en su máquina de escribir, alguien picó a la puerta.

-¿Quien es?

-Soy yo, cariño- Alicia no respondió y volvió a hundir sus dedos en las teclas de la máquina-. Va a venir el señor Harding para el vestido que usarás en tu boda. Por favor, sal de la habitación- Pidió con una pizca de desesperación en su voz-. No soporto que estés molesta conmigo.

Ante esa afirmación, Alicia se levantó de golpe de su escritorio y se dirigió con paso firme a la puerta, abriéndola llena de ira. Miró a su padre adoptivo directamente a los ojos, con una frialdad que nunca hubiera imaginado.

-Alicia...

-No, Alicia no. No soportas que esté molesta contigo, ¿eso no lo pensaste al prometerme con un Berrycloth?

-Pero Alicia, te llevas bien con él, y puede darte una buena vida.

-¿Una buena vida?- Preguntó con ironía, inclinándose hacia delante-. ¿No te he explicado jamás lo que el padre de Quentin me hizo? ¿O lo que le hizo a Ingrid?

-No me gusta que me hables así- Respondió, y Alicia se relajó con una sonrisa de patetismo plasmada en la cara.

-Ese hombre con el que me has prometido me va a anular como persona- Comentó Alicia-. Tu has hecho que me anulen. Has hecho que acabe conmigo el hijo del que acabó con mi amiga.

-¿Por que dices eso?

-Tu no lo debes ver porque eres un hombre- Le espetó de golpe-. Pero Quentin es un misógino deseoso de una señorita calladita, obediente y que se abra de piernas para él.

-¿Y eso como lo sabes?- Preguntó el señor Hatchard.

-Porque soy mujer.

Alicia salió del todo de su habitación, rozando levemente el cuerpo de Rusell para hacerse paso, dejándolo en el sitio. Siguió el pasillo y bajó por las escaleras, sola y bajo la mirada de preocupación del señor de la casa. Al llegar a la planta principal, la joven se dirigió hacia la cocina, pasando por el comedor y le pidió a la señora Yail un té. Ella se alegró de escucharla fuera de su habitación, pero al mismo tiempo sabía que su tono de voz no reflejaba alegría, sino un autocontrol de furia. 

Salió de ahí y se sentó en la pequeña sala acristalada esperando a la doncella, quien a los pocos minutos se acercó con una bandeja de plata, para posarla con suavidad encima de la mesa de cristal. El juego de te se movía emitiendo unos sonidos que contrastaban con el ambiente silenciso, igual que la madera del suelo al crujir y los ruidos del exterior. Bajo sus iris color pardo llenos de sentimientos contradictorios, Sasha le sirvió té a Alicia, pasándosele por la mente un potón de preguntas de desasosiego que hacerle a su amiga, las cuales se tendría que comer si no quería que el señor Hatchard le llamara la atención.

-Quédate, por favor- Le pidió la joven antes de que la señora Yail se marchara. La miró con esos ojos tristes que hacía días que tenía, vidriosos y enrojecidos-. Eres la única en quien puedo confiar.

-Solo cinco minutos- Dijo, y Alicia cogió un vaso de agua del mueble-bar de la esquina y le sirvió contenido de la tetera-. Alicia... Sabes que no puedo.

Alicia BlairWhere stories live. Discover now