Capítulo 1

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Cómo corromper a un ángel: Primero, se lo debe observar. Segundo, cortarle las alas y ponerlo en cautiverio. Tercero, fingir que estás curando sus heridas. Cuarto, enseñarle tu mundo. Cinco, soltarlo cuando crea que eres un ser amistoso y te abre su corazón. Sexto (y más importante), observar cómo se destruye lentamente, hasta que no quede nada angelical en él. SIN TÍTULO. Nathaniel Proulx.

Palo Alto, California

Todo pasa en cámara lenta. Delta baila una canción de Justin Bieber. América ríe mientras se observa en el espejo. Aria se queja por la música fuerte. Yo las observo reír, regañar y abrazarse entre burlas. Aria come una manzana y se sienta sobre el mantel a cuadros en el que estoy yo. Me sonríe. Lleva un vestido blanco con florecillas rosas y su cabello largo trenzado.

—Te quiero mucho... —suelta para luego sostener mi mano sobre su regazo.

—Yo también —respondo sonriendo.

Observo a América y Delta girar y girar mientras suena una música alegre en el parlante. Estamos en el campo, con florecillas amarillas sobre el césped y debajo de un árbol para que no nos dé tanto el sol. Aria tiene una piel demasiado sensible a los rayos uve. Es una día de verano, con un sol radiante y una leve brisa fresca. Es un pestañeo y todo se oscurece. No hay estrellas, no hay luces. Solo una luna gigante que nos observa imponente, intimidante. De repente siento que Aria me aprieta la mano con fuerza. Escucho el grito de América y el llanto quebradizo de Delta. Volteo a ver a Aria desconcertada. Trago saliva. Aria está más pálida de lo normal. Tiene los pómulos huesudos y debajo de sus ojos hay sombras oscuras de tono de un violáceo. Parece débil, pero me sostiene la mano con firmeza, como si quisiera quebrarme los dedos de la mano. Abre ligeramente la boca para decir algo, pero no sale nada. De repente siento que mi boca se seca. Aria solo me observa con ojos desorbitados. Sus dedos ahora fríos ejercen demasiada presión sobre mi mano y comienzo a asustarme.

—¿Qué ocurre? —pregunto y entonces se escucha un grito desgarrador que proviene de ella.

Aprieto los párpados con fuerza y me safo de su agarre porque me dejará sorda si no me aparto. Aria sigue gritando y entonces mis ojos observan por qué grita. Tiene las manos presionadas en su estómago. La sangre brota de su cuerpo como si fuera un río rojo. La miro espantada y estupefacta sin poder moverme.

—Corre —murmura débil, en un último suspiro antes de caer al suelo con los ojos abiertos. La manzana rueda lejos de ella, ahora podrida. Me levanto en estado de shock y entonces escucho una risa ronca detrás de mí.

—Hora del juego, princesa de cristal.

Vincent. Él está parado a unos cinco metros de mí y tiene un hacha ensangrentada en su mano. La manzana deja de rodar porque se choca con sus sucias botas. La toma y observa como si fuera un precioso cristal, para luego darle un mordisco. Siento náuseas. Ya no sé dónde están América y Delta, ya no escucho sus gritos y sus llantos. Siento la boca rasposa y las lágrimas se acumulan en mis ojos.

—Contaré hasta tres —anuncia relajado, pero su cara está desencajada—. ¿Cuán rápido puede correr la princesa? —Su comisura izquierda se eleva en una sonrisa perversa, de esas que solo hacen que se te hiele la sangre y quieras huir.

Corro, hacia cualquier parte. Los pulmones comienzan a quemar cuando me meto en el bosque. Mi respiración se agita y mi corazón palpita como el galope de un caballo salvaje. Tropiezo y caigo de rodillas, rasgando los jeans y dejando algunas heridas. Sigo corriendo, lo único que hay en mi mente es escapar de Vincent hasta mi último aliento. Escucho pasos que se acercan hacia mí, gracias el crujido de hojas. Vuelvo a caer y esta vez no puedo levantarme, me he torcido el pie, pero sin embargo me arrastro con lágrimas en los ojos hasta algún lugar para esconderme. Encuentro un árbol ancho y apoyo mi espalda en él. Controlo mi respiración y me cubro la boca para no soltar algún sollozo. Mi pie duele como mil demonios y de las heridas de mis rodillas sucias ya está brotando sangre. Trago saliva. Una lágrima cae por mi rostro y me muerdo el labio inferior. Vamos Dylan, tú puedes, me repito una y otra vez. Eres valiente y fuerte, insisto para no quebrarme en ese momento. Los pasos se acercan. Apoyo la cabeza contra el tronco y trato de hacerme una bolita pequeña para que Vincent no me vea.

Mi problema para siempre #3Kde žijí příběhy. Začni objevovat