CAP. 22 - MARCADA.

28K 1.4K 54
                                    

CAP. 22 – MARCADA. 

Meira

Después de una hora discutiendo, Abbas, Marco y el resto de guardia, habían acabado aceptando que Andrómeda y yo íbamos a hablar a solas. En realidad, habían accedido a la fuerza. Nosotras, cansadas de tanta testosterona, nos habíamos encerrado en el despacho de Abbas para poder hablar tranquilas.

Al cabo de un cuarto de hora escuchando a Andrómeda, me arrepentía horriblemente de no haber escuchado a Abbas. Era tal el dolor de cabeza que me estaba provocando, que la ventana parecía tan buena opción para salir como cualquier otra. Era un 4rt piso. Las posibilidades de romperme algo al caer, eran muy altas, pero tal vez perdía la conciencia y no escuchaba nada más.

        –¿Cómo me has podido abandonar durante tanto tiempo? Ya nunca me venís a ver. Pensaba que habías elegido Zel para alejarte de los seres sobrenaturales… ¿Y con que me encuentro? Pues que te vas a vivir con un lobo. Y no cualquier lobo, no. Te vas a vivir con Abbas, EL LOBO. –Dijo mirándome fijamente–. ¿Pero qué he hecho yo para merecer esto? Tienes responsabilidades con y para el reino. Está mal visto que estés con un perro…

Y el discurso seguía y seguía. Al ver que no sería rápido, me senté en la silla de Abbas, detrás del escritorio y delante de la ventana, con los brazos cruzados sobre el pecho y las piernas apoyadas en el escritorio de caoba. La silla debido a mi peso, estaba reclinada hacía el ventanal rozando el vidrio por cualquier leve movimiento. Cuando hacía comentarios absurdos (como aquel último), rodaba los ojos o los ponía en blanco. Aquellas eran mis muestras de que le prestaba un mínimo de atención. Después de intervenir dos veces, sin éxito alguno, me decliné por el silencio. Aquella mujer solo decía aquello para sentirse mejor con ella misma por habernos “abandonado”. Yo no lo creía así, pero su nerviosismo y sus paseítos por todo el despacho decían lo contrario. Incliné la cabeza a la derecha observando cada uno de sus movimientos. Cada dos minutos se estrujaba las manos, cada tres se paraba delante del escritorio para recalcar lo que decía, a los cuatro minutos me miraba con pesar y arrepentimiento… y vuelta a empezar.

        –Déjalo. –Dije elevando la voz para interrumpir su perorata y cansada de ver su vaivén–. ¿Por qué te sientes como si nos hubieses fallado? Yo no quería vivir en el reino y siento si nos separamos demasiado de ti, pero como somos tan diferentes nunca pensé que te pudiese afectar tanto… Prometo que a partir de ahora nos veremos más.

        –¿Y el lobo? –Preguntó intentando debatir aquel tema.

        –Mi vida persona está fuera de discusión. Serás más feliz si lo dejas estar. –Dije cerrando el posible debate.

        –Pero…

        –NADA. ¡Vamos! Antes de que Abbas tire abajo la puerta. –Añadí saliendo por la puerta.

Antes de llegar a la puerta, unos brazos aparentemente frágiles, me estrecharon. Hacía años que no recibía uno de sus abrazos. Sus abrazos siempre me evocaban al pasado. Un pasado demasiado doloroso para recordar.

Los momentos más felices de mi infancia, los había pasado en palacio. Allí recibía el calor y amor que en casa no me daban. Incluso Atelo, que ahora siempre me miraba con desaprobación, me llevaba a todas partes. A medida que me hacía mayor, la vuelta a casa me creaba demasiado dolor y rencor. Así que prefería no ir. A eso había que añadirle el desprecio de un sector del reino y las múltiples amenazas de mi padre.

Andrómeda siempre nos había tratado como sus hijos. Pero cuando mi padre me rompió un brazo en una de sus salidas de tono, no me pude creer que creyesen a mi madre a pies juntillas. ¿No notaban que la tristeza y desdicha no te la provocaban una simple caída por las escaleras? Aquel día, me di cuenta que yo no era su hija y tampoco era a quien creería primero.

AgaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora