CAP. 33 - FHUIL (P. 2).

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El camino a Fhuil, territorio vampiro, fue corto y sin percances. El viento golpeaba nuestros cuerpos, provocando que la sensación más pura de libertad envolviese mi alma. Cada vez que Abbas ponía a prueba el vehículo dándole gas, brotaban fuertes carcajadas de mi interior. Era como si no tuviese ninguna preocupación en la vida, como si no estuviésemos de camino a Fhuil para ver a Andrómeda.

Fhuil se encontraba a media hora de Argentum. Para llegar al territorio vampiro, se debía atravesar uno de los tantos puentes que cruzaban el río Wasser. Las leyendas de la zona decían que el río Wasser estaba plagado de seres mágicos, seres pertenecientes a Sióg. Perseo y Nereida eran los únicos que lo sabían a ciencia cierta, pero, de todos los reinos, era el que más celaba sus secretos y puede que todo quedará en eso… leyendas.

Cada vez que cruzábamos el puente, sus aguas me hipnotizaban. Desde pequeña sentía como aquel río navegable, con profundas y oscuras aguas me llamaba. Acantha y yo siempre habíamos jugado de niñas en los lindares de Zel, cerca de la orilla del río. A ambas aquellas aguas nos aportaban tranquilidad y mil aventuras imaginarias.

Aquel momento no fue diferente, en cuanto cruzamos el puente, dirigí mi mirada a aquellas aguas mansas en apariencia; y puede ver cómo eran muchísimo más de lo que mostraban a simple vista. El camino duró apenas unos minutos, pero fueron los mejores minutos. El efecto fue instantáneo, se alborotaron, dejaron de ser tranquilas para envolverme con su bravura y magia. El agua revotaba contra los muros del puente salpicándome la cara, dándome energía y vitalidad. Aquellas aguas me daban la bienvenida, lo sentí muy dentro de mí.

Abbas, por otro lado, al percatarse de lo revueltas que estaban las aguas y de lo fuerte que golpeaban los muros del puente, aceleró para salir de aquel empedrado camino. Los ángeles renacentistas que decoraban los lados del puente, nos recibían y despedían a medida que pasábamos, pero quienes realmente me despedían, eran aquellas aguas bravas y hipnotizantes…

El chirriante ruido que hicieron las ruedas al derrapar, así como el violento movimiento, me sacaron de mi ensimismamiento. Delante nuestro estaban las majestuosas verjas decoradas con gárgolas de metal en las puntas que daban paso al territorio vampiro. Abbas estaba de pie, haciendo fuerza con las piernas para mantener la moto vertical y observando detenidamente todo lo que nos rodeaba. Nuestros ojos conectaron apenas unos segundos. La confusión, el enfado y la promesa de que hablaríamos más tarde, se reflejaban claramente en los suyos.

            –¿A qué esperáis, tortolos? –Preguntó Atelo desde el linde de Fhuil con las puertas del territorio abiertas de par en par para nosotros. 

Abbas puso en marcha la moto de nuevo dirección al gran castillo que se divisaba unos metros más allá. A medida que recorríamos el camino de piedra y arena, recuerdos de mi infancia volvían a mí. Si me concentraba lo suficiente podía oír risas de niños correteando por los jardines que rodeaban el castillo, pero solo eran lejanos recuerdos.

El castillo que presidia el territorio de Fhuil, casa de Andrómeda y al cual nos dirigíamos, era una construcción circular romana, hecha con piedra volcánica rojiza. La estructura carecía de ventanas excepto en lo alto del edificio, donde la construcción pasaba a ser cuadrada, simulando una especie de torre central. Su estructura simulaba la de una fortaleza, impenetrable e indestructible.

En lo alto de la torre había un ángel envainando su espada, el arcángel san Miguel. El cual decía la leyenda que se apareció ante los romanos en lo alto del Castel Sant’Angelo. Con su espada desenvainada, se presentó ante el pueblo en procesión que rezaba por el final de la epidemia de peste.

Todo ello era una reconstrucción de lo que había sido uno de los más bellos lugares del mundo. Andrómeda siempre me había contado que cuando estalló la guerra y las razas sobrenaturales se hicieron con el poder, el exceso de magia utilizada provocó la distorsión del mundo como se conocía. Aparecieron montañas donde antes había llanuras, ríos donde antes solo había desierto y mar donde había ciudades y prados. El caos reinó durante unos años, años en los cuales la miseria y pobreza fueron el principal aliado de los humanos. Hasta que se restableció el orden. Así fue como nació Zafira, uno de los pocos países que existían en el mundo, y que abarcaba parte de su extensión. Cada raza se dividió para gobernar el mundo mejor, los gobernantes de hoy eran los hijos del ayer. Sus padres fueron los que orquestaron la guerra. La guerra no fue ni mejor ni peor, fue un simple cambio.

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