33_¿Cuánto duele?

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Capítulo 33

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Capítulo 33

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La torre se encontraba oscura con aquel tono azulado por la luz de la luna atravesando los múltiples cristales tintados de las pequeñas ventanas. El suelo estaba mojado como si alguien hubiese caminado descalzo desde el baño del pasillo.

Seguí las pisadas y las gotas de agua con la vista. Localicé a Nika sentado al borde de su cama que no era más que un colchón en el piso. Llevaba una camiseta de manga corta color rojo que jamás le había visto. Tenía agujeros por todos lados y no era precisamente un pijama.

Estaba encorvado con la cara entre sus manos, que a su vez escondía entre las rodillas. No se movía. Su figura apenas subía y bajaba con el suave ritmo de la respiración.

Tragué mi miedo y apreté las manos a mi espalda antes de llamarle:

—Nika.

Alzó la vista y noté su cabello mojado goteando al piso. Avancé dos pasos lentos sin cortar el contacto visual. Cuando se puso de pie, lo hizo demasiado rápido y contuve la respiración sin saber como reaccionar cuando lo tuve en frente

Olía a gel de baño y champú, se había bañado.

—Me alegra que no te fueras —dijo con voz neutral y desconocida.

Sus ojos me veía de una manera distinta. Intenté situar en mi memoria aquella mirada oscura y el día en que le escuché discutir con su madre apareció. No solo ese día, sino la vez que le detuve en el pasillo y me ignoró diciendo que no tenía tiempo para asuntos de niña.

El estómago se me retorció al reconocer aquel gesto tenso de su mandíbula y nada de la sonrisa juguetona de hace unas horas.

Este no era el Nika que conocía.

—Vine a saber cómo estabas —dije en un hilo de voz.

—Estoy bien —respondió automáticamente colocando un mechón de cabello suelto tras mi oreja.

Me tensé cuando acarició mi rostro y analizó mis facciones con detenimiento centrándose en mis labios. Su otra mano a mi cintura me hizo contraer el abdomen al no entender lo que estaba haciendo.

—Hace un momento no estabas bien —me forcé a decir.

—Estoy perfectamente, Amaia —respondió seguro haciéndome girar y caminar de espaldas hasta que mis pies chocaron con el colchón—. No ha pasado nada.

Se agachó y se deshizo de mis zapatos con facilidad. Me hizo retroceder y subir a su cama. Nos quedamos de pie en medio del colchón.

Se pegó a mi cuerpo acariciando mis brazos.

—¿Qué haces, Nika?

—Te dije que nos divertiríamos hoy —habló en mi oído deshaciéndose de mi abrigo—. Prometí que valdría la pena que te quedaras y cumpliré mi palabra.

No te enamores de Nika © [LIBRO 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora