La trampilla

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14━━━━━CAPÍTULO CATORCE. LA TRAMPILLA. 

Cuando pasamos a la casa, nos sentamos en un sofá mientras que observábamos como discutían los señores a lo lejos. La casa era moderna, nueva. Me daba la impresión de que no habían salido de nuestro pueblo hace mucho tiempo. Pasaron los minutos y los mismos se dirigieron hacia nosotros. 

—Bueno, creo que lo mejor es que volváis a Smasville—dijo la señora.

—¡Ni de broma!—exclamé—Entréguenos si quiere, nos libraremos, ¡pero no voy a abandonar mi plan!

—Emma...—dijo el señor.

—¡Emma nada!—Diego me miraba atónito.

—Bien, ya he avisado a los soldados—dijo el señor.

—¿Qué...?—unos soldados entraron, eran nuevos, ya que los otros se encontraban en la enfermería, por los golpes que les había dado.

—Hola, niños—empezó a hablar uno de los hombres—veniros con nosotros, ¡os ayudaremos!

—Sois nuevos, pero idiotas—dijo mi amigo—sabemos por qué venís.

—Pues rapidito—contestó el soldado con una voz mucho más seria y entre todos, (que en este caso eran solo cinco), nos ataron las manos. 

Estaba a punto de intentar usar la "magia" para poder defenderme, pero Diego negó con la cabeza. Mientras caminábamos como presos le pregunté a mi compañero que por qué  me había dicho que no. 

—Así aprovecharemos para estar cerca de Sandra y poder...ya sabes...ejem, ejem—me respondió y estaba de acuerdo.

—¡Silencio niños!

Después de una hora ya estábamos en la mansión de Sandra. Ocupaba casi media isla. Se notaba que era ostentosa. Pero ella no estaba allí, solo nosotros y los soldados. Bajamos unas escaleras y nos soltaron en una habitación con las paredes de hierro, sin nada más, salvo unas luces en el techo que iluminaban tanto, que parecía que cegaban. 

—Esperad aquí a Sandra, no tardará en llegar

—¿Nos tiene miedo y por eso se fue y se escondió?

—No, nada de eso...simplemente ha cambiado de plan—me reí.

Mientras que venía la jefa de El Benco,  alguien abrió las puertas. Primero pensaba que eran los soldados, pero no. Era Esther.

—¿Qué haces aquí?—le dije mientras me acercaba hacía ella para vengarme.

—No te muevas o...

—¿O qué?—cuestioné. 

—O tu amiguito caerá—y sacó una especie de bolígrafo con un botón.

No entendía nada, hasta que noté que la baldosa en la que se encontraba Diego estaba más marcada. Era una trampilla. Si yo me movía, Esther pulsaría el botón y él caería.

Me la habían jugado, no sabía que hacer.



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