010: Peirce

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Los rizos negros y grises coronaban su delicado cráneo, alzándose majestuosos en aquel exagerado peinado, tenía el cuello tan largo como el de las demás modelos ilustradas en la revista. Sus ojos serenos y su boca sensual. Lucía los pechos al descubierto sólo protegidos por una fina línea negra; la censura. Estaba tan preciosa que Till se la quedó mirando un buen rato.

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Se encontraba en la pequeña terraza del estudio, con sus compañeros de la banda distribuidos en el salón. Dio una larga calada al cigarro cuando se animó a leer el texto bajo la foto. Richard Kruspe se acercó en seguida. Lindemann mantuvo una expresión impasible y no dio muestras de haberse percatado de su presencia.

Kruspe dirigió rápidamente la mirada al artículo.

- Entonces sí está prometida - dijo, soltando un suspiro.

Till era lo bastante cuidadoso como para hablar tan cómodamente de Amalia. Asintió. Pasó a la siguiente hoja, topándose con una fotografía donde por fin se dio el placer de conocer la apariencia de Noel Wembley, el exitoso fotógrafo. Ambos sonreían de oreja a oreja, abrazados, él apuntaba la cámara al espejo, mientras que Peirce usaba un largo vestido blanco, él vestía un traje negro. Parecía que ambos estaban listos para ir al altar. Wembley era alto, se veía más joven según su edad apuntada, tenía una prominente barba, el cabello cuidadosamente arreglado y a pesar de la luz, se podían apreciar delgados mechones blancos.

- ¿Por qué te iba a mentir? - preguntó, ignorando las frases cursis que la revista recalcó.

- Verdad, ¿por qué me ha de mentir?

Entonces le arrebató la revista.

- ¿Aún sigue en pie tu plan de invitarla a salir?

Till dejó caer la colilla del cigarrillo que, por suerte, no aterrizó en la cabeza de algún transeúnte.

- Oh... Parece que no me conoces - contestó sin despegar los ojos de la portada, admirando aquella mujer que hacía unos minutos se presentó con una contusión enorme en el lado derecho de la cara-. Estoy pidiendo al cielo que por favor se haya roto el pómulo para que se quede más tiempo.

Till Lindemann asintió. Él también quería eso, era egoísta, sí, pero lo anhelaba.

- Eres un hijo de puta, Kruspe.

- Debí acercarme a ella desde el principio.

Lo que dijo fue tan acertado que Till se preguntó si él ya se lo estaba sospechando.

- ¿Y crees que te hubiera aceptado? Ayer te dio muchas largas - una maliciosa sonrisa se alzó en sus labios.

- No me hagas hablar, Lindemann.

° ° °

- La enviaré con el oftalmólogo, sólo quiero descartar una posible lesión en el globo ocular, también una tomografía, ecografía para detectar daño en tejidos... - la doctora escribía rápidamente sobre la hoja de papel-. Analgésicos y un antibiótico para prevenir en caso de infección.

BERLÍN EN EL 95 [ Till Lindemann ] Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon