002: Americana

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Peirce escuchaba con atención las ideas de los hombres sentados a su alrededor. El amargo sabor que le dejó el último trago de café provocó que hiciera una mueca.

- Perdón, ¿dije algo muy estúpido? - Schneider se inclinó sobre la mesa, soltando una risita nerviosa.

Amalia dio un gran último mordisco a su emparedado, mientras negaba con la cabeza. Al tragar, le dedicó una suave sonrisa. Migas de pan quedaron sobre su barbilla.

- Todo bien, perfecto. Sus ideas son... Únicas, una sola pregunta, ¿en qué idioma? - pasó violentamente el dorso de la mano por su boca.

- ¿En qué idioma qué? - a Riedel le tembló la voz.

- En qué idioma son sus canciones.

Afirmó Amalia. Pasó la mirada por cada uno de ellos. Deteniéndose en la barba de Riedel, los ojos de Landers, la expresión cancina de Schneider, la sonrisa de Kruspe, el armazón de los lentes de Lorenz y finalmente, en el rostro de Lindemann: prestando especial atención en las cicatrices que adornaban sus pómulos.

- Alemán - dijo Till, con aquella sonrisa casi imperceptible-. ¿Usted habla alemán?

- Ni un poco - apretó los labios antes de tocar el hombro de Fischer-. Gerald, ¿dónde puedo comprar cigarros? Me he terminado los míos.

Él se ofreció a llevarla hacia la tienda de conveniencia más cercana.

Al abandonar la cafetería, Peirce sintió que se le caía un peso de encima.

° ° °

El grupo permaneció en silencio durante unos segundos antes de que Paul soltase el primer comentario.

- Moda, moda, moda... - sonrió sin una pizca de gracia-. Ni siquiera nos escuchó, sólo pasó sus ojitos por el lugar y se dedicó a juzgarnos con su superioridad americana.

- Creo que la intimidamos -mencionó Flake, encogiéndose de hombros.

- ¿Hellner está al tanto de esto?

Landers frunció el ceño.

- Debe, si la trajeron hasta acá es porque sabe lo que hace - dijo Till-. Sólo queda esperar.

Richard tenía la mirada sobre la entrada de la cafetería.

- ¿Hará algo además de dirigir? - murmuró-. ¿Tendrá novio, novia, prometida, esposa..?

- No me agrada -. Paul tamborileó los dedos sobre la superficie.

- Pues... Tendrás que aguantarla durante unos días - Christoph le dio una palmadita en la espalda.

Till escuchó a sus compañeros y no dijo nada, esperando a que Fischer trajera de nuevo a Peirce.

° ° °

Amalia encendió un cigarro. El humo venenoso le llenó los pulmones hasta que lo soltó violentamente cuando Gerald le habló:

- ¿Es casada?

Ella le examinó de pies a cabeza. Era bajito, le llegaba a los hombros, tenía la cabeza afeitada, la oreja derecha perforada y rasgos toscos.

Negó con la cabeza.

- Comprometida.

- Oh. Entonces, ¿no cree que deberíamos regresar con mis clientes? - Gerald sonrió inocentemente.

BERLÍN EN EL 95 [ Till Lindemann ] Where stories live. Discover now