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Amalia Peirce dio una calada a su cigarrillo. Llevaba hora y media aguardando por la llamada de su vuelo. Había terminado su café desde hacía veinte minutos, pero la cafeína parecía no querer actuar en su sistema.

Pasajeros con destino a Berlín, les pedimos de la manera más atenta que estén listos para abordar.

Golpeó la colilla del cigarro contra el cenicero de metal a un lado de su asiento y la depositó dentro del contenedor bajo éste. Ya no era una adolescente, pero tampoco era una anciana, sin embargo, se sentía como una. Veintinueve años ya le hacían querer acostarse temprano. Eran las 5:30 am del sábado. El viernes había sido un día lleno de trabajo, así que no tuvo mucho tiempo para descansar.

Caminó hacia la línea de espera, delante suyo había una anciana que olía a tabaco, detrás suyo un hombre con su pareja que también apestaba a tabaco.

— Que tenga excelente viaje — le dijo el trabajador al devolverle su boleto.

Amalia asintió con una suave sonrisa.

Tomó asiento en la ventanilla, junto a dos adolescentes, quedándose dormida justo cuando los sobrecargo iniciaron el protocolo de vuelo.

A pesar de los asientos incómodos, Amalia tuvo un sueño reparador que duró seis horas. Al despertar, se encontró con la mirada del chico rubio a su lado, el cual tenía una perforación en la ceja derecha y el cabello decolorado de las puntas.

— ¿Puedo ayudarte? — le preguntó ella, aún somnolienta.

— ¿Eres modelo..? ¿Así como Kate Moss?

Peirce frunció el ceño, cubriéndose la boca con ambas manos, reteniendo un bostezo.

— No, pero la conozco — contestó.

— ¿Cómo la conociste? — él se removió en su lugar. Los verdes ojos se le iluminaron.

— Dirijo comerciales de Calvin Klein, bueno, aquel donde la conocí no lo dirigí yo, sólo ayudé al director, pero sí, trabajo para la marca.

— Geniaaaal. ¿Vas a Berlín por trabajo?

— Sí, dirigiré unos vídeos, pero no para CK — finalizó Amalia antes de ambos dejar morir la conversación.

° ° °

Arribó a Berlín pasando las 8:00 de la noche. Hubo un retraso, estaba oscuro, no hablaba alemán e iba a hacer una llamada. Cambió unos cuantos billetes y amablemente el que la atendió se ofreció a ayudarle a hacer una llamada. Al parecer, el sujeto quería impresionarla o en Berlín así eran de hospitalarios.

Le tendieron el teléfono.

— ¿Sí? Habla Amalia Peirce —dijo, cubriéndose la oreja izquierda debido al ruido de su alrededor—. Soy la directora que contrató, me dijo que habría alguien que vendría por mí o que enviarían a alguien por mí... ¿Hola?

— ¿Quién dijo que habla? — la voz del que la contrató.

— Amalia Peirce, la directora —repitió en voz alta.

— Oh. Una disculpa, mi inglés no es muy bueno — escuchó un bostezo—. Sí, sí, no se preocupe. Deje hago unas llamadas para ver quien puede ir por usted, por cierto, ¿reservó en el hotel?

Ella comenzaba a irritarse.

— La semana pasada me dijo que ustedes lo harían.

BERLÍN EN EL 95 [ Till Lindemann ] Where stories live. Discover now