Soltó la larga melena azabache. Acarició el cabello, enredándolo entre sus dedos y con ambas manos le rodeó el cuello, apretándolo con delicadeza.
- ¿Quiere matarme, señor Lindemann? - preguntó Peirce, tocándole suavemente el brazo.
Lindemann permaneció muy quieto. Alzó la mirada, colocándola sobre la puerta del estudio, casi hipnotizado por el rumor de los autos y las personas que caminaban por la acera. Le tenía apoyadas las piernas en la espalda, y Peirce percibía su calor a través de los pantalones de crepé.
Amalia estiró la mano izquierda, alcanzando un cigarrillo que momentos atrás dejó sobre el escritorio, se lo llevó a la boca y tras varios segundos, Till se lo encendió.
- ¿No tiene miedo de que abran la puerta y le encuentren intentando asesinarme?
Dio una calada antes de que él se lo arrebatara.
- No sería lo peor que me encontrarían haciendo- dijo, liberándole.
- Ah, ¿de verdad?
Giró su asiento. Till Lindemann esbozó una sonrisa.
- De verdad - contestó, tendiéndole el cigarro.
Amalia Peirce declinó su oferta. La sonrisa se le borró de los labios. Recordó cuál era su lugar y el respeto que debían tenerse, también recordó a Noel y una reputación que debía mantener. En el ambiente neoyorquino siempre se le presentaban aquellas tentaciones, no cedería. Le dio la espalda.
- Dejémonos de tonterías, señor Lindemann. Dígame, ¿qué hacía antes de Rammstein?
Reunió las fotografías, posicionándolas con cuidado sobre la superficie.
- Tocaba la batería en otra banda - contestó, secamente-. ¿Usted qué hacía antes de filmar a mujeres hermosas usando prendas carísimas?
- No mucho - se encogió de hombros-. Tuve una vida monótona y aburrida. Iba a misa los domingos.
- No parece el tipo de persona que se encomienda a Dios.
Se apoyó sobre la mesa, en busca de atención, la cual obtuvo de manera exitosa.
Cuando Peirce iba a responder, la puerta se abrió. Hellner entró con dos vasos de café y las gafas a media nariz, seguido del resto del equipo y de la banda.
- Amalia, no pude olvidarme de usted - mencionó con una amigable sonrisa en el rostro-. ¿Qué hizo todo este rato?
Peirce se puso en pie, haciendo al lado a Till. Recibió el café y apuntó las fotografías.
- Espero que me haga ver así de bien - Kruspe robó una de las fotos-. Nos hará ver como modelos, ¿verdad?
- Haré lo mejor que pueda.
Peirce intercambió sonrisas con el guitarrista.
° ° °
- Conozco Nueva York - dijo Richard.
- ¿Le gustó?
Amalia Peirce le alzó el mentón.
- No mucho - frunció el ceño-. Sin ofender, pero muchos de sus compatriotas actúan como si fuesen superiores.
- No me ofende, no soy americana.
Disparó la cámara, captando la expresión sorprendida de Kruspe. Soltó una risita.
- ¡No le creo! - él sonrió de oreja a oreja.
Ella asintió, indicándole que se pusiera de perfil.
- Y... ¿De dónde es usted?
- Bradford- lo fotografió por segunda vez-. Pero he perdido el acento casi por completo, tenía dieciséis cuando me mudé a América.
- ¿No le gustaría mudarse a Berlín de manera definitiva?
Negó, tomando la penúltima fotografía.
- Nueva York es mi hogar - apretó los labios, accionando nuevamente la cámara-. Pónganse de frente.
De Kruspe siguió Landers; que mantuvo la compostura y hasta el final le dedicó una pequeña sonrisa; Lorenz le habló sobre su negativa a tocar música en inglés; Riedel estuvo callado la mayor parte de la sesión, aunque las comisuras de sus labios solían levantarse debido a los nervios; Schneider quizá fue el más interesante, no por su plática, sino por sus expresiones faciales.
° ° °
El trabajo terminó hasta las 4:45 de la tarde. Antes de abandonar el estudio, Amalia levantó el teléfono, decidida a llamar a Noel, pero Till se lo impidió, deteniéndole las manos.
- ¿Qué hace, señorita Peirce? -susurró-. Si hace esa llamada a Hellner le cobrarán una fortuna.
- Usted es muy considerado.
Ella sonrió con inocencia, mientras retrocedía rumbo a la puerta.
- Señorita Peirce - su voz abandonó cualquier rastro de diversión-. ¿Por qué juega conmigo de esta manera?
- ¿De qué manera? Apenas lo conozco - giró el pomo de la puerta-. Usted es el que juega conmigo, yo trato de ser profesional.
- Trata - puntualizó él-. ¿Quiere decir que tarde o temprano cederá?
- Conozco a los hombres como tú. Ríndete, no eres el único en el medio artístico que se comporta así.
- No soy como los otros hombres del medio artístico.
- Créeme, lo eres.