004: Como todos los Demás

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Soltó la larga melena azabache. Acarició el cabello, enredándolo entre sus dedos y con ambas manos le rodeó el cuello, apretándolo con delicadeza.

- ¿Quiere matarme, señor Lindemann? - preguntó Peirce, tocándole suavemente el brazo.

Lindemann permaneció muy quieto. Alzó la mirada, colocándola sobre la puerta del estudio, casi hipnotizado por el rumor de los autos y las personas que caminaban por la acera. Le tenía apoyadas las piernas en la espalda, y Peirce percibía su calor a través de los pantalones de crepé.

Amalia estiró la mano izquierda, alcanzando un cigarrillo que momentos atrás dejó sobre el escritorio, se lo llevó a la boca y tras varios segundos, Till se lo encendió.

- ¿No tiene miedo de que abran la puerta y le encuentren intentando asesinarme?

Dio una calada antes de que él se lo arrebatara.

- No sería lo peor que me encontrarían haciendo- dijo, liberándole.

- Ah, ¿de verdad?

Giró su asiento. Till Lindemann esbozó una sonrisa.

- De verdad - contestó, tendiéndole el cigarro.

Amalia Peirce declinó su oferta. La sonrisa se le borró de los labios. Recordó cuál era su lugar y el respeto que debían tenerse, también recordó a Noel y una reputación que debía mantener. En el ambiente neoyorquino siempre se le presentaban aquellas tentaciones, no cedería. Le dio la espalda.

- Dejémonos de tonterías, señor Lindemann. Dígame, ¿qué hacía antes de Rammstein?

Reunió las fotografías, posicionándolas con cuidado sobre la superficie.

- Tocaba la batería en otra banda - contestó, secamente-. ¿Usted qué hacía antes de filmar a mujeres hermosas usando prendas carísimas?

- No mucho - se encogió de hombros-. Tuve una vida monótona y aburrida. Iba a misa los domingos.

- No parece el tipo de persona que se encomienda a Dios.

Se apoyó sobre la mesa, en busca de atención, la cual obtuvo de manera exitosa.

Cuando Peirce iba a responder, la puerta se abrió. Hellner entró con dos vasos de café y las gafas a media nariz, seguido del resto del equipo y de la banda.

- Amalia, no pude olvidarme de usted - mencionó con una amigable sonrisa en el rostro-. ¿Qué hizo todo este rato?

Peirce se puso en pie, haciendo al lado a Till. Recibió el café y apuntó las fotografías.

- Espero que me haga ver así de bien - Kruspe robó una de las fotos-. Nos hará ver como modelos, ¿verdad?

- Haré lo mejor que pueda.

Peirce intercambió sonrisas con el guitarrista.

° ° °

- Conozco Nueva York - dijo Richard.

- ¿Le gustó?

Amalia Peirce le alzó el mentón.

- No mucho - frunció el ceño-. Sin ofender, pero muchos de sus compatriotas actúan como si fuesen superiores.

- No me ofende, no soy americana.

Disparó la cámara, captando la expresión sorprendida de Kruspe. Soltó una risita.

- ¡No le creo! - él sonrió de oreja a oreja.

Ella asintió, indicándole que se pusiera de perfil.

- Y... ¿De dónde es usted?

- Bradford- lo fotografió por segunda vez-. Pero he perdido el acento casi por completo, tenía dieciséis cuando me mudé a América.

- ¿No le gustaría mudarse a Berlín de manera definitiva?

Negó, tomando la penúltima fotografía.

- Nueva York es mi hogar - apretó los labios, accionando nuevamente la cámara-. Pónganse de frente.

De Kruspe siguió Landers; que mantuvo la compostura y hasta el final le dedicó una pequeña sonrisa; Lorenz le habló sobre su negativa a tocar música en inglés; Riedel estuvo callado la mayor parte de la sesión, aunque las comisuras de sus labios solían levantarse debido a los nervios; Schneider quizá fue el más interesante, no por su plática, sino por sus expresiones faciales.

° ° °

El trabajo terminó hasta las 4:45 de la tarde. Antes de abandonar el estudio, Amalia levantó el teléfono, decidida a llamar a Noel, pero Till se lo impidió, deteniéndole las manos.

- ¿Qué hace, señorita Peirce? -susurró-. Si hace esa llamada a Hellner le cobrarán una fortuna.

- Usted es muy considerado.

Ella sonrió con inocencia, mientras retrocedía rumbo a la puerta.

- Señorita Peirce - su voz abandonó cualquier rastro de diversión-. ¿Por qué juega conmigo de esta manera?

- ¿De qué manera? Apenas lo conozco - giró el pomo de la puerta-. Usted es el que juega conmigo, yo trato de ser profesional.

- Trata - puntualizó él-. ¿Quiere decir que tarde o temprano cederá?

- Conozco a los hombres como tú. Ríndete, no eres el único en el medio artístico que se comporta así.

- No soy como los otros hombres del medio artístico.

- Créeme, lo eres.

BERLÍN EN EL 95 [ Till Lindemann ] Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora