Capítulo 18.- De elefantes asesinos

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―¡Elefantes! ―se emocionó Amy.

―¿Cómo va a ser elefante si he dicho que empezaba por la letra eme? ―me metí con ella, aunque había visto perfectamente a los animales, bebiendo de un charco que se había formado por la lluvia que, por suerte, ya había parado.

―¡Melefantes! ―bromeó ella sin mirarme.

Yo no pude contener una carcajada, era encantadora. Pero supe que se iba a acabar el «veo, veo» en ese momento. Yo seguía empeñado en que tuviera una «infancia» aunque fuera tarde. Habíamos caminado gran parte de la noche, después de otro día de caminata, jugando a inventar nombres para las estrellas. Y, en la parada para comer, yo había dibujado un tablero en el suelo de arenilla y habíamos jugado a las tres en raya. Juego en el que Amy era muy buena. Debía ser más lista que yo sin problemas.

―¡Eh, ¿dónde vas?!

Tuve que correr para alcanzarla y la rodeé con un brazo la cintura, cuando estaba a unos veinte metros de los elefantes. Si no la hubiera parado, se hubiera metido de lleno entre ellos, seguro.

―¿Los elefantes no son herbívoros? ―preguntó confusa.

―Querrás decir los melefantes... ―Me burlé, tirando un poco de ella para que cayese sobre mi pecho―. Tienen crías, si te metes entre ellos, te van a pisotear. Cosa que, por otro lado... ¿Te acojona una culebrilla, pero no un mastodonte que podría aplastarte sin problema?

―Son bonitos... ―Se encogió de hombros.

―Vamos, lo último que nos faltaba es que aparezcan unos cazadores y nos peguen un tiro... Y, lo peor, podrían ser de tu familia ―me burlé un poco.

―Sí, claro, como que mi familia se iba a molestar en venir aquí a cazar ―murmuró ella, sin quitar la vista de los elefantes―. ¡Y no era una culebrilla! Yo creo que era una mamba negra.

―Sí, claro, eran dos ―me burlé, levantándola entre mis brazos, porque había clavado los pies en el suelo y no había quien la moviese.

―¡Qué haces, animal! ―se quejó, pataleando un poco―. Eres un salvaje, burro y...

―¿Y qué, Amy? ―la piqué, acariciando su costado para hacerle cosquillas.

―¡Caraculo! ―respondió entre carcajadas.

―¡Que madura! Y no grites, que creo que ese melefante nos está mirando...

Eché un vistazo sobre el hombro para comprobar que de verdad la risa musical de Amy había atraído la mirada de los animales. La dejé en el suelo, por si había que correr, pero no solté su mano, mientras rodeaba lo más lejos posible al grupo de elefantes. Decidí una estrategia que ya había funcionado con anterioridad.

―¿Sabes que los elefantes son matriarcales? La que guía al grupo es la hembra de más edad...

―Ah, ¿sí? ―preguntó interesada.

―¿Y sabes que casi nunca llegan a su destino? ―me burlé.

―¡Serás idiota! ―se quejó, dándome un golpe en el brazo sin ninguna fuerza―. Al menos seguro que preguntan a otro animal cuando se pierden...

―Seguro. Los suricatos son unos guías excelentes... ―me reí.

Amy agitó la cabeza, pero sonreía. De vez en cuando, además, echaba un vistazo sobre su hombro para observar a los elefantes, que una vez que empezamos a alejarnos, volvieron a sus cosas.

―Tú no me has contado como es un día en tu casa ―me dijo Amy de pronto.

La miré planteándome si debía mentirle sobre aquello. Ella tendría que volver a su casa tarde o temprano, cada vez más pronto en realidad. Y yo no quería que pareciese que trataba de darle envidia o algo parecido.

Las consecuencias de tus mentiras -PSM 3- *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora