Capítulo 4.- De encontrar rastros

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―Dos cervezas ―pedí al camarero, antes de dejarle el dinero sobre la barra.

Las sirvió tras mirarnos un poco. Yo me coloqué mejor la capucha de la sudadera, para que me ocultase la cara. No tardó en servirnos y moví una cerveza hacia Sirhan, que le dio un trago casi como si mordiese.

Yo había necesitado salir de la aldea y Sirhan se había ofrecido a acompañarme como un protector, o como si no se fiase de mí. Ni estaba seguro ni quería saberlo. Me bebí media cerveza de un trago y pedí la siguiente, para no tener que esperar.

―¿Qué intentas olvidar? ―me preguntó Sirhan.

―¿Ahora quieres hablar, cabrón? ―me reí un poco―. Llevas tres meses trabajando conmigo y no has querido charlar en ningún momento.

―Hemos hablado mucho. ―Me llevó la contraria.

―No, yo he hablado, tú has escuchado.

―Bueno, eso pretendía ahora, hacerte hablar...

Me acabé la cerveza de un trago más y cogí la nueva, antes de hablar.

―Cuando tenía... No sé, como diez años, una de mis hermanas le preguntó a mi padre por qué se había enamorado de mi madre ―expliqué y bebí de nuevo―. No recuerdo mucho de ese momento, ni dónde estábamos, ni si preguntó Hebe o Abril. Pero recuerdo a mi padre y mi madre, compartiendo una mirada... No sé, como si pudieran hablar sin palabras. Y recuerdo las palabras de mi padre como si las estuviera diciendo ahora. Le dijo a mi hermana: «me enamoré de ella, porque cuando estamos juntos, el mundo es un lugar menos gris».

―Vaya. Mis padres eran más de lanzarse cosas a la cabeza ―bromeó él.

―Ayer durante el safari, la visita a la reserva, la cena y esta mañana jugando al fútbol, vi las cosas más comunes del mundo para mí, desde otra perspectiva menos... gris. ―Me acabé la segunda cerveza y pedí la tercera, antes de seguir hablando―. Jamás imaginé que alguien pudiera disfrutar tanto de jugar al fútbol.

―La señorita Amy es una persona curiosa ―reconoció―. Tiene a toda la aldea enamorada, sobre todo a los niños. Y a los veterinarios, al parecer ―se burló de mí.

―Ya ves. Por supuesto, es algo transitorio. Ya dejará de emocionarse por ver hienas, y a mí se me pasará. Lo último que quiero es complicarme más la vida. Prefiero que me coma un cocodrilo.

La puerta del sitio se abrió con tanta brusquedad, que nos hizo girarnos a la vez. Un grupo de cazadores armados entraron de forma muy ruidosa. Y no me costó reconocerlos, me había pasado un buen rato observándolos un par de noches antes. Volví a girarme hacia la barra y me coloqué de nuevo la capucha.

―Dame las llaves del Jeep ―ordené en un susurro.

Sirhan me las pasó con disimulo. Yo hubiera preferido que lo hiciera con descaro, porque así llamaba más la atención. El líder de los cazadores, que medía cerca de dos metros, se acercó a la barra.

―¿De quién es el Jeep de fuera? ―preguntó con voz muy grave.

El bar estaba relativamente lleno, era popular en la ciudad, así que deduje que no podrían descubrirnos fácilmente. Tampoco tenía muchas ganas de que me viesen. Yo era fácilmente reconocible en medio de África.

―No lo sé ―respondió el camarero, con la vista gacha. Estaba claro que le acojonaban los cazadores.

―¡¿De quién es el Jeep de fuera?! ―bramó el cazador hacia la multitud, que estaba en completo silencio.

Obviamente, nadie reclamó la propiedad del vehículo. Y supe que estábamos jodidos. Le di un trago a la cerveza y me puse de pie, sin soltar el vaso. Me tambaleé un poco y dejé caer el cristal, que se hizo añicos contra el suelo.

Las consecuencias de tus mentiras -PSM 3- *COMPLETA* ☑️Where stories live. Discover now