Capítulo 16.- De agua corriente y otros placeres

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Me tomé un par de minutos para poner mis ideas en orden, antes de entrar en la casa donde estaba Amy. Era aún más pequeña que la de la monja, no tenía salón, solo un dormitorio y un baño, dónde Amy estaba en ese momento, con la puerta abierta. Dejé la mochila y el rifle junto a la pared y me asomé para ver si estaba bien.

La vi sentada en el borde de la bañera, mirándola como si fuera lo más fascinante del mundo, con sus ojazos azules muy abiertos y cara de felicidad absoluta. Yo me crucé de brazos y me apoyé en el marco de la puerta, para mirarla curioso.

―¡Hay agua corriente, Jace! ―me dijo, mirándome con la más pura alegría―. ¡Y también luz eléctrica! ¿Puedo ducharme? ―suplicó―. Creo que estoy en el cielo.

―Pero el agua estará fría, ¿no? ―Entré al baño para abrir el agua de la bañera, que tenía la alcachofa para ducharse colgada directamente en la pared. El agua estaba templada, no fría del todo, aunque tampoco caliente.

―Del tiempo ―me dijo, aunque yo ya había metido los dedos en el chorro―. ¿Puedo, por favor?

―Bueno, pero rápido, no quiero que te enfríes...

Salí del baño y cerré la puerta para darle intimidad. Luego me quité la ropa, para quedarme en bóxer y me metí debajo de la sábana, cerrando la mosquitera alrededor de la cama. Por suerte, el repelente de mosquito duraba más que el agua por allí, aunque tenía varias picaduras que eligieron ese momento para molestarme.

Sin embargo, estaba tan agotado que en cuanto mi cabeza tocó la almohada, me quedé dormido. Y no estuve seguro del tiempo que había pasado, hasta que oí la voz de Amy llamarme con suavidad.

―¿Qué pasa? ―me levanté alarmado y preocupado.

―No tengo toalla ni ropa limpia ―explicó desde la puerta del baño―. Y no quiero mojar mi ropa otra vez.

Me senté mejor para mirar su cara asomada por la puerta abierta y no pude evitar una carcajada. El pelo rojo y mojado se pegaba a su rostro y tenías las mejillas rojas por la vergüenza.

Sabía lo que me estaba pidiendo: quería ropa limpia de la mochila. Sin embargo, me tumbé en la cama y doblé los brazos tras mi cabeza, con toda la calma del mundo.

―La mochila está por allí, coge lo que quieras, alteza ―la provoqué.

Podía ver su indecisión desde mi posición. Se debatía entre el orgullo y la vergüenza, seguro. Al final, cerró la puerta del baño. Yo me levanté algo arrepentido de haberla molestado, y apenas había dado un par de pasos hacia la mochila, cuando salió del baño completamente desnuda.

―Jo-der ―murmuré impresionado.

A ver, no es que nunca hubiera visto a una mujer desnuda antes, de hecho, ya había desnudado a Amy días atrás para comprobar si tenía heridas, pero aquello había sido una consulta médica y cualquier otra mujer, palidecía ante Amy. Era perfecta, joder, una maravilla andante.

Y no solo era su físico impresionante, sus piernas largas y moldeadas por el ejercicio, sus caderas redondeadas, ni su vientre plano y sus pechos que, aunque pequeños, eran redondos y perfectos, acabados en pezones rosados. Era toda ella, su pose altiva, su barbilla alzada con orgullo, sus pasos largos y seguros.

Juro que, si no hubiera temido hacer el ridículo, y no estuviera paralizado por semejante visión, me habría arrodillado a sus pies para declararle mi fidelidad eterna. Ella me miró con sus afilados ojos azules y las mejillas tan rojas que temí por su salud.

―¿Algún problema? ―me preguntó, con cierto tono borde.

Yo tragué saliva con dificultad y negué con la cabeza. «Solo es una mujer, Jace», me dije, pero no conseguí pronunciar una palabra. Quizá había enmudecido para siempre.

Las consecuencias de tus mentiras -PSM 3- *COMPLETA* ☑️Where stories live. Discover now